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367 días después

Rescatistas ucranianos trabajan en una zona atacada con cohetes en una zona residencial en Kramatorsk, región de Donetsk (Ucrania), el pasado 2 de febrero.

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Ha tenido que cumplirse el año para que volviera la guerra con toda su crudeza y dolor a las imágenes de nuestros televisores. Las bombas, los gritos de hombres armados, los cadáveres y las ruinas se habían ido diluyendo en nuestro ecosistema informativo hasta formar parte de paisaje dominado por gráficos de inflación, tablas con precios de gas y petróleo y testimonios sobre cómo se ha disparado la cesta de la compra. Sería bueno tener siempre presente que mientras nosotros hablamos de guerra, de tanques y de munición, son otros quienes mueren, matan o corren para salvarse.

Putin ordenó invadir Ucrania con un triple objetivo convencido que la salida de la pandemia había dejado al “occidente pederasta” débil y agotado. En primer lugar, pretendía asegurarse el control absoluto del país, no únicamente de los territorios en disputa desde hace décadas. En segundo lugar, buscaba debilitar y desunir a su peor pesadilla y enemiga pública número uno, la Unión Europea y todo cuanto representa, con sus luces y sombras, en términos de bienestar, pluralismo, derechos y democracia a la vista de sus propios ciudadanos. En tercer lugar, trataba de detener la aproximación constante y sostenida de la OTAN hacia las fronteras rusas con una advertencia difícil de desatender.

Trescientos sesenta y siete días después de aquel 24 de febrero parece bastante pacífico afirmar que no ha cumplido ni uno solo de ellos y que, en términos general, ha agravado su posición en todos sus frentes. El fracaso de Putin parece incuestionable. La operación relámpago que iba a hacerse con Kiev en una semana ha terminado en una guerra brutal y dolorosa más o menos en las mismas fronteras que ya controlaba antes de la invasión. La UE ha respondido a la guerra con avances en la integración y toma de decisiones en política económica, energética o de defensa que nadie esperaba ver en esta década y difícilmente en la siguiente. La OTAN nunca ha estado tan cerca y ha sido tan bien acogida cerca de Rusia.

Ni el rigor del crudo invierno ha cambiado ese resultado, ni la llegada de la primavera va a mejorarlo. Ni Rusia ni Ucrania pueden ganar esta guerra, solo perderla. Ni EEUU ni China van a mover un dedo más allá de la retórica para parar una guerra de la que salen claramente beneficiados en todos los parámetros, desde la geopolítica a la economía. Les interesa tenerla bajo control, no que se acabe y la alimentarán estratégicamente con ese objetivo.

A la UE, en cambio, le va su futuro en que esta guerra acabe cuanto antes. El coste y el riesgo de mantener un conflicto armado en pleno continente resulta simplemente inasumible. Un año después, la UE debe asumir el liderazgo y poner en juego su propia estrategia de negociación y terminación de la guerra. Ni los planes de paz chinos ni los créditos militares norteamericanos van a resolverlo por nosotros. Ellos van a lo suyo sin complejos. Los europeos deberíamos preocuparnos más de ir a lo nuestro con la misma determinación.

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