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Mas, acabado

José María Calleja

Artur Mas se compró una tabla de surf la tarde del Onze de Setembre para subirse a la ola soberanista que se desbordó chisporroteante aquel día por las calles de Barcelona.

Unos días después, Artur Mas se compró unas gafas de madera para no ver la manifestación de la huelga general, que ocupó el mismo espacio numérico, que no mediático, que la de la Diada y que decía no a los recortes, no a las privatizaciones, no al euro por receta, no a la tartera en los centros públicos de enseñanza, no a considerar los derechos conquistados como privilegios otorgados.

La manifestación del 11 de septiembre era para ser un Estado, para decir que la culpa era de España, que somos una nación mayor de edad y que ya esta bien de este matrimonio sin sexo y sin amor.

La manifestación del 14 de noviembre fue para no ser jibarizados en los derechos con trienios por culpa del destrozo liberal de los recortes.

Artur Mas –liberal económico de nacimiento y vocación, independentista sobrevenido–, pensó que si tomaba la bandera de la independencia y convocaba elecciones anticipadas se venía muy arriba, conquistaba la mayoría absoluta, pillaba con el pie cambiado a los socialistas y pasaba, con un par, de 62 escaños a 68, como mínimo. Con la mayoría absoluta podría privatizar del todo Cataluña y crear un nuevo Estado, parece que se dijo.

Esta hipótesis –a la que hay que suponer que Mas llegó solo o en compañía de otros, por sí mismo o con sus mariachis políticos y mediáticos–, ha causado un destrozo en CiU y ha demostrado empíricamente que Artur y los suyos no saben en qué país viven.

Después de años de sacar pecho, de decirnos que ellos son los que conocen a fondo la realidad de lo que pasa en Cataluña; después de hablar en nombre de Cataluña, como si todos los catalanes vivieran en las circunvoluciones de la cabeza y en las arterias del corazón de Artur Mas; después de reprochar al resto de la humanidad que no tenían ni idea de lo que pasaba en Cataluña, Artur Mas se ha pegado una columpiada histórica, de las que se analizarán en el futuro: como pasar de 62 a 50 escaños al ir a buscar 68 y en el viaje dar las llaves a los contrarios. Pura ignorancia.

Hay quien piensa que Artur Mas siempre ha sido un pijo y que esa certeza es ahora compartida por decenas de miles de catalanes.

Hay quienes pensamos que Mas es un independentista sobrevenido y que esa impostura populista ha sido detectada por el electorado catalán, que le ha mandado al estado de batacazo, con su tabla de surf y todo.

¿Y ahora qué? Pues que CiU lo tiene crudo y empinado: si quiere pactar con el PP los recortes, es seguro que no les encontrará en el independentismo; si quiere pactar con ERC la independencia, no les hallará en la vía de los recortes; si opta por el PSC, puede encontrarse con un partido quemado y que quiera evitar a toda costa seguir abrasándose en un pacto.

Un panorama casi paralizante para Mas, que ha demostrado su breve talla política y su eficaz habilidad para crear nuevos y peliagudos problemas, sin demostrar capacidad para resolver los existentes.

En Unió están en el yo ya lo dije, igualmente desolados que en Convergència, aunque los hechos les hayan dado la razón del error de Mas de ir a por la independencia. Han hecho una pan como unas tortas, se dicen.

Queda por delante una legislatura galimatías en la que lo único cierto es que seguirán los recortes. No sabemos si la acabará Mas.

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