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El alma del ministro Soria

Ruth Toledano

Dice la vieja expresión popular que la cara es el espejo del alma. En la cara se traza el mapa interior, emerge una cartografía, las hondonadas y las cumbres del carácter y el tiempo. Sin palabras, la cara habla de lo que hemos sido, de lo que somos y, posiblemente, de lo que vamos a ser. También de lo que se calla. Hay caras que cuentan secretos a gritos, porque en la cara se acumula la cruz. Miremos con detenimiento la cara del ministro Soria. ¿No parece la de alguien que reprime algo terrible en su interior, algo de lo que es consciente y hasta, acaso, contra su voluntad, le pese, pero que debe –podemos verlo- ocultar? Yo diría que es la traición.

José Manuel Soria, ministro de Industria, Energía y Turismo, nació en Telde (Gran Canaria). Por su, a la vez, frágil y privilegiada condición, llegar al mundo en una isla debiera conllevar un plus de sensibilidad hacia la protección de su naturaleza. Llamémoslo respeto. Pero Soria no lo tiene, el respeto es otra cosa para él. No solo carece de esa especial sensibilidad, sino que está dispuesto a vender sus islas a Repsol. Dice que hace falta el dinero. Un mercenario.

Para apoyar la transacción de las prospecciones petrolíferas, Soria se ha hecho con un esbirro, José Cardona, alcalde de Las Palmas, ciudad de la que él fue alcalde asimismo y donde dejó un rastro de corrupción y delitos urbanísticos que llegaron a costarle alguna condenilla en costas (como cualquier mafioso de provincias, el hoy ministro se querelló con un par de periodistas que se atrevieron a denunciar sus tramas). A través de Cardona, habla ahora Soria de oportunidades y acusa de cobardes, acomplejados y victimistas a quienes se oponen a que las aguas de su mar se conviertan en una charca de grasa. El atentado está previsto cerca de las costas de Fuerteventura y Lanzarote, pero Cardona asegura estar dispuesto a entregar también Gran Canaria, a la que quiere ver convertida en “la Singapur de África”. Lo dice sin empacho, con cínico orgullo, como un mendigo que, a cambio de hacer un trabajito vergonzoso o prohibido, agradece una limosna mayor de la habitual. La llama reto.

Si el mar es el alma de las islas, Soria se la está vendiendo al diablo. Esa es su traición. La que crispa su mirada. La que supura en el rictus de su boca. La que le chorrea como chapapote, cuando lo deja crecer, por el bigote con el que se parece, alarmantemente, a Aznar. Digamos que el ministro Soria es a sus islas lo contrario de lo que fue el artista y arquitecto César Manrique, que llevó a Lanzarote una visión moderna, creativa y ecológica del crecimiento. Manrique supo ver que el verdadero valor de la isla, su belleza, sería infinito si se sabía conservar. No estaba en contra del turismo, sino del enorme y irreparable error que consiste en destruir esa belleza en aras de ese beneficio inmediato que persigue la clase de explotación turística que han sufrido nuestras costas: pan para hoy y hambre para mañana.

Vean que Soria lleva el turismo en la misma cartera que la industria y la energía; tiene la misma consideración, y es por algo: el turismo es sinónimo de energía económica; en determinadas zonas, su máxima actividad industrial. De hecho, el turismo ha sido tan destructivo como la más contaminante de las industrias y las más letal de las energías. En nombre de su desarrollo se han arrasado las más bellas costas, se ha inflado hasta la explosión la burbuja del ladrillo, se ha desvirtuado la cultura local. Si ahora, en muchas de esas zonas, se da prioridad a otra clase de industria, es porque el modelo de explotación turística aplicado ha agotado las fuentes. Y lejos de centrar los esfuerzos en aplicar otro modelo, de respeto y sostenibilidad medioambiental, el ministro traidor extiende la destrucción donde se perderá, definitivamente, el pie.

Las prospecciones petrolíferas previstas en Canarias por Repsol están consideradas de alto riesgo ecológico. A ellas se oponen no solo el Gobierno regional y los Cabildos insulares de Lanzarote y Fuerteventura: las federaciones de operadores turísticos y agencias de viaje de Reino Unido, Alemania, Estonia, Finlandia, Dinamarca, Suecia y Noruega han dirigido un escrito al ministro Soria alertándole de las graves consecuencias que pueden acarrear en el sector turístico canario. Edilia Pérez, consejera del Cabildo de Fuerteventura, acusa al Ministerio de Medio Ambiente de ocultar, en connivencia con el de Industria, los informes de impacto ambiental.

No contento con vender el alma de sus islas, Soria, ministro de Energía, enemigo, en pleno siglo XXI, de las energías renovables, también vende el Mediterráneo. Más de 20.000 personas se han manifestado este fin de semana en Castellón, Palma e Ibiza contra las prospecciones petrolíferas. Una enorme “Marea Azul”. Soria ha respondido que respeta las protestas pero que las prospecciones seguirán adelante. Solo faltaría que su falaz sentido del respeto no incluyera el derecho a la protesta. Aunque no habría sido sería de extrañar que hubiera lanzado contra ella a las huestes policiales, como viene siendo cada día más habitual en su Gobierno.

La protesta mediterránea es secundada incluso por representantes del PP y por el propio Bauzá, presidente popular del Govern balear. Porque cualquiera, hasta los amigos de quienes ya han destruido bastante las islas con su codicia, se da cuenta de que lo que pretende el ministro es un delito ecológico y un desastre para el turismo. De lo que se deduce que la única e inmoral pretensión de Soria es beneficiar a unas empresas que probablemente le guarden el favor cuando abandone su cargo criminal. Prospecciones petrolíferas a cambio de asesorías futuras muy bien remuneradas. No hay más que ver los consejos asesores de las grandes empresas energéticas: ex políticos de todos los colores, que vendieron su alma y la de todos para asegurarse el futuro. Un carro de vergüenza nacional al que sin duda se está subiendo José Manuel Soria. Se le nota en la cara de traición, en la puerta giratoria de su alma.

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