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Caer sin hacernos pedazos

Gabriela Wiener

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“No me compares con un tío cis que pretende violarte”

Tribade

Sé que dirán que nos advirtieron que el monstruo se volvería contra nosotras. Saldrán triunfales a decir que nuestros “excesos” se volvieron contra nosotras. Que el monstruo que creamos ahora nos persigue. Pero descuiden, qué más da, llevamos una vida siendo señaladas, advertidas, aleccionadas por ellos. Y por eso mismo: ¿cómo hacerlo mejor? ¿Cómo hacemos para no señalarnos a nosotras con el mismo dedo acusador que se atrevió un día a levantarse por fin contra los maltratadores?

Somos las que todo el día se piensan, se cuestionan, se cansan, arrastran sus contradicciones. Las que se machacan, se autoflagelan, se culpan, se arrepienten. Cuántas veces nuestro dedo ha apuntado sin piedad hacia nosotras mismas. Y sin embargo, ninguna está libre de ser también patriarcado.

Empezamos a darnos cuenta de que la cosa se estaba yendo de madre cuando nos escribió una chica para advertirnos de que en la foto que habíamos publicado en Instagram estábamos sentadas al lado de una presunta agresora.

Después vino lo de la compañera lesbiana a la que echamos sin miramientos del colectivo por haber sido racista con otra compañera y se quedó sin casa y sin trabajo, y no supimos a quién apoyar y le dimos like a los post de las dos.

Por callar o no decirlo claro fuimos señaladas como equidistantes y apañadoras de violentas. Las acusadoras nos habían violentado más de una vez, o al menos nos habían hecho sentir como una mierda, incómodas, subalternas, discriminadas, choleadas, no escuchadas, acosadas o descuidadas. Y eran las que creíamos más feministas. Las acusadas nos convertimos en acusadoras.

A la primera candidata visiblemente lesbiana a la que íbamos a votar le sacamos una denuncia de violencia psicológica y le cayó un tremendo escrache que pudo haber influido en su derrota.

Los espacios que eran refugios comenzaron a ser hostiles. Nos bloquearon, bloqueamos, vetamos, nos vetaron, nos aislaron y aislamos. Y así nos volvimos como ese meme de dos Spiderman que se lanzan rayos de telarañas mutuamente, porque todas dañamos, hemos sido dañadas y luchamos contra ello, aunque algunas tengamos el supertraje lleno de agujeros y más vale no olvidarlo.

Y luego está el otro nivel:

El colmo fue cuando llamamos proxenetas a las trabajadoras sexuales.

El colmo de los colmos cuando dijimos que mejor no entren las negras y las marrones.

El megacolmo cuando dijimos que las compañeras trans son tíos privilegiados disfrazados de mujer que quieren violarnos en la cárcel y ganarnos en las olimpiadas.

En ese momento, me temo, tuvimos que reconocer también que algunas nunca fueron ni serán compañeras.

Quizá nuestra justa búsqueda de justicia no está siendo lo suficientemente feminista. O quizá nuestro feminismo no nos está alcanzando para ser justas. Pero sueño que aprendemos cada día a visibilizar y denunciar nuestras violencias, para seguir reflexionando juntas sobre el poder de unas sobre otras, pero sin recurrir al castigo que hemos buscado hasta ahora para nuestros violadores y asesinos, haciéndolo feminista y amorosamente. Sueño que somos sensibles a las experiencias de las otras, incluso con las que nos equivocamos. No nos tratemos como tratamos a alguien que tiene un colchón de plumas sobre el que caer. No nos abandonemos. Pongamos de una vez por todas una red para caer sin hacernos pedazos.

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