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La clave son las mochilas

El hemiciclo del Congreso de los Diputados, durante un debate parlamentario.

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De repente, una imagen curiosa te hacer caer en la cuenta de la importancia de las mochilas en nuestras vidas. A diferencia de otros países en los que se nace con un hada protectora, aquí te endosan desde la cuna una mochila. De compartimentos bien delimitados con todo previsto: ser mujer u hombre, pobre o rico, con acceso al infinito o a casi nada. En la mitología escandinava en particular, los dioses eran mortales y las Valquirias elegían a los héroes caídos a los que llevar al Valhalla y ungirlos con hidromiel. Influencias culturales sensibles en definitiva.

Las maletas son objetos autónomos de alguna manera, las mochilas no: precisan una espalda para ser alguien, un brazo de medio lado siquiera. La mochila se pega al cuerpo y con él va en todo paso que se dé. Es lo que cada uno carga a sus hombros lo que a menudo impide el entendimiento en temas que sobre el papel podrían ser objetivos coincidentes. Casi todas las grandes preguntas en España sobre asuntos clave tienen una o varias mochilas como respuesta. Se ve en gobiernos que aprietan ideologías diversas y no alcanzan acuerdos. A veces no tanto por la discrepancia en los planteamientos como por contentar, no ofender y que cada palo aguante su vela o sus hipotecas. Hay mochilas ostensibles en múltiples nombramientos y persistencias en los cargos contra natura. Y también están detrás mochilas en decisiones aparentemente inexplicables de políticos corruptos.

Las mochilas se van llenando a lo largo de los años, en particular las que son personales e intransferibles, las que van fijadas al cuerpo hasta por la noche en la cama. Si uno opta por embutirlas de oropeles, suele endosar el porte a otros como vemos a menudo, aunque siempre le quedará un rastro adherido a los costados que les marca. Antonio Machado hablaba de viajar ligeros de equipaje. Depende. De vez en cuando es saludable seleccionar y aligerar peso, pero sin desprenderse de lo esencial, en donde suele haber contenidos especialmente enriquecedores para poder echar mano en cualquier circunstancia. De esos que no se cambian en los bancos de inversión y crédito sino en los de sentarse en los parques, en la práctica de la vida. Y, sin duda, esas mochilas íntimas es preferible colmarlas de conciencia por lo menos.  

La imagen con la que me he topado, ha sido esta: una mochila para cargar con una piedra.

Son las peores, se componen de equivocaciones propias y de abusos ajenos. Otra vez el mito de Sísifo, aquel rey fundador de Éfira, en la Antigua Grecia, que fue condenado por los dioses a empujar una enorme roca cuesta arriba por la ladera de una montaña. Al llegar a la cima, volvía a rodar hasta abajo y Sísifo estaba obligado a volver a subirla cada día. Así lo contó Homero en la Odisea precisamente, no por casualidad. Nosotros somos más herederos de los griegos que de los nórdicos. Y nuestra mochila española se lleva atada a la espalda y pesa y la encorva y duele y a temporadas parece que aplasta. Si el mito es recurrente, se debe a que los problemas apenas varían, incluso se engrosan y añaden otros nuevos, Cuando no se expurga lo accesorio o estropeado se va haciendo más mazacote y termina pesando el doble.

En la España de hoy quienes no han metido en disolvente la mochila para borrar la conciencia, cargan con las abrumadoras tramas de la involución constante que se saltan la moral y la ley si se tercia, sin problemas. Es como si se hubieran renovado los viejos búnkeres que no querían ni Transición nominal. No se puede dar ya un paso con la pestilente desinformación calculada e impune contra los enemigos del complot. Ya no es que se rompa el periodismo llorando a voz en grito, es la pura vergüenza ajena la que se abre en jirones. Hasta la televisión pública TVE metiendo en el saco de la falsa equidistancia similar tratamiento a la elección de Pedro Sánchez como presidente de la Internacional Socialista, un mitin –fallido de asistencia- de Abascal y otra comparecencia del PP. Todos con sus declaraciones, como si fuera lo mismo o merecieran todos siquiera ser noticia, sin jamás dar un contrapunto con la realidad de lo que cuentan.

La mochila española sigue teniendo olor a sacristía, a cuartel viejo, a togas rancias, a bandera inconstitucional, a injusticia. Porque ahí sigue impune el despiece de la sanidad pública y hechos terribles con la vida de personas, y el machismo y el clasismo y la trampa permanente. También buenas intenciones, y mecanismos positivos, pero gustan más los otros a los que presumen de marca.

En ese clima se lucha por el territorio en ocasiones de la misma forma despiadada que los más belicosos y se van añadiendo injusticias en las batallas de tierra quemada. La mochila es ya insoportable, textualmente. Ya no es la piedra de Sísifo, es un camión cargado de monolitos.

Los tratados de psicología y el puro sentido común, aconsejan enfrentar los problemas de uno en uno, sin prisa y sin pausa. Si se deja hueco se vuelven a colar asuntos indeseados. El peso se percibe abrumador al sentir la tarea ingente, pero al ir sacando y abordando tema por tema cambia la perspectiva. Todos sabemos lo que hay que hacer, incluso quienes se han instalado a las espaldas de toda una ciudadanía.

Conforme se van vaciando las mochilas de cargas peligrosas se ve más claro el horizonte a abordar. Si encajamos bien lo verdaderamente importante para cada cual, lo imprescindible para el viaje de la vida, la mochila ya no es una piedra, es un contenedor de lo que seleccionas para seguir adelante. Conviene, eso sí, no errar en la elección, que solo los humanos tropiezan cien veces en el mismo adoquín desajustado. 

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