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Comienza el nuevo curso

Pedro Sánchez saluda a Mario Draghi

Economistas Sin Fronteras

Juan Luis del Pozo —

Comienza el nuevo curso, con nueva convocatoria electoral incluida. Tras las elecciones del pasado mes de abril y el fallido intento de investidura del mes de julio, esta semana se confirmaba definitivamente que el Presidente en funciones, Pedro Sánchez, no tendrá los apoyos suficientes para formar gobierno.

A pesar de que se haya hablado de recomposición del sistema, dada la pérdida de impulso de Podemos y Ciudadanos, y especialmente desde que las llamadas fuerzas del cambio perdieran muchos de los espacios institucionales que ocupaban hasta las pasadas elecciones municipales y autonómicas, no cabe duda de que la política española ha entrado en una fase de inestabilidad que la viene acompañando desde que, en el intervalo de los años 2015 y 2016, el Partido Popular de Mariano Rajoy necesitara dos intentos y la abstención del PSOE para poder formar un gobierno que, posteriormente, sería apartado del poder a través del ejercicio de una moción de censura en el año 2018.

Dentro del marco de recomposición, un aspecto fundamental es el aparente alineamiento de antiguos y nuevos partidos políticos en los tradicionales bloques ideológicos de izquierda y derecha. A lo largo de la geografía española y en los diferentes niveles de la Administración del Estado, se han ensayado fórmulas de entendimiento con más o menos éxito. Sin embargo, Partido Socialista y Unidas Podemos no han logrado alcanzar un acuerdo para poner en marcha a nivel estatal un gobierno que podríamos caracterizar como “de carácter progresista”.

No es el objeto de este artículo tratar de indagar en las causas de esta falta de acuerdo, sino poner el foco más allá de la política nacional para reflexionar sobre los límites que podría encontrar un gobierno de estas características e, indirectamente, tratar de explicar el desencanto que ha cundido entre las bases de las izquierdas transformadoras. Que ciertas cuestiones no hayan sido abordadas y suficientemente explicadas y quedaran en un segundo plano, en detrimento de estrategias electoralistas y luchas internas por el poder, no ha hecho sino contribuir, en mi opinión, a ese distanciamiento que hoy se aprecia entre una parte de la ciudadanía, la más golpeada por la larga crisis, y la política institucional.

Miremos hacia Europa

La pasada semana, el hasta ahora Presidente del Banco Central de la UE, Mario Draghi, comparecía en su penúltima rueda de prensa como máximo dirigente del organismo y lanzaba varios mensajes a los estados miembros. En primer lugar, anunciaba nuevas medidas orientadas al alivio de bancos y mercados financieros, proveyéndoles de liquidez y al mismo tiempo moderando la penalización cuando aquéllos inmovilizan sus fondos depositándolos en el propio Banco Central, en lugar de prestarlos.

Al mismo tiempo, el banquero italiano avisaba de que las medidas de política monetaria pueden ser insuficientes ante una posible recesión en ciernes, e insistía en recomendar a los Estados con una posición fiscal más holgada dentro la Unión la adopción de políticas de expansión del gasto, mientras aconsejaba prudencia a los países que, como España, arrastran el lastre del endeudamiento y no están en condiciones de acometer ese tipo de políticas expansivas.

Este marco es fundamental, y determinará las posibilidades de cualquier futuro nuevo gobierno de diseñar unos Presupuestos que atiendan a las necesidades de las personas, o bien que estas medidas queden pospuestas a tiempos mejores. Dicho de otra manera, un nuevo gobierno que quiera acometer políticas redistributivas se enfrentará a dos límites. Una oposición que vendrá fundamentalmente del interior, pero no solo, a que la carga fiscal pueda incrementarse sobre grandes patrimonios y empresas que obtienen elevados beneficios pero soportan bajos impuestos.

Por otro lado, la segunda resistencia que tendrá que vencer será si cabe más dura, y es la presión que ejercerá presumiblemente una Unión Europea que, bajo el liderazgo alemán, no parece muy dispuesta a seguir las recomendaciones de Mario Draghi y acometer políticas de incremento del gasto desde los estados que pongan en entredicho el pacto fiscal europeo, cuestionando la tristemente famosa austeridad que se impuso durante los años más duros de la Gran Recesión.

Siempre quedará la política, se dirá, y precisamente se puede argumentar que, si vienen curvas, es mejor que haya un Gobierno sensible a las cuestiones sociales ocupando el poder que otro que no lo sea. Cierto. Pero conocemos también los límites de esa acción política, Grecia nos dio un buen ejemplo de ello, y no es precisamente la gobernanza europea un colectivo muy proclive al diálogo y mucho menos a los desafíos. Por otro lado, ¿cuántas veces no han sido las propias fuerzas políticas de izquierda quienes han actuado como punta de lanza de las políticas neoliberales?

No quisiera que con estas palabras las personas que estén leyendo lleguen a la conclusión de que da igual ir a votar. Francamente, no es una idea muy estimulante que el Gobierno del Estado recaiga en una posible coalición entre PP, Ciudadanos y Vox. No podemos entregar las instituciones. Sin embargo, creo que es necesario ser conscientes del contexto en el que nos movemos y, desde luego, tener claro que los problemas que nos acucian no se van a resolver únicamente gracias a que haya un gobierno de progreso en España. Esta reflexión puede verse como una invitación al desaliento, pero también como una llamada a aprender de los errores, retomar la iniciativa y recuperar la ilusión.

En este sentido, las fuerzas políticas que aspiren mínimamente a transformar la realidad no pueden obviar dos cuestiones fundamentales:

1) que los cambios, además de acción institucional, requieren un sustrato de movilización que los sostenga, como ha ocurrido con el feminismo, el movimiento de los pensionistas, el ecologismo rejuvenecido en el incipiente movimiento de la juventud por el clima o los colectivos en defensa del derecho de la vivienda. Una acción colectiva cuya autonomía debe ser apoyada y respetada por los partidos.

2) y finalmente, que no hay transformación posible a medio plazo que no pase por una estrategia de entendimiento a nivel europeo con aquellas fuerzas que tengan como objetivo una democratización de las instituciones europeas y la construcción de una Unión solidaria entre sus miembros y también hacia el exterior. Para ello resulta necesario fortalecer aquellas redes que ayuden a construir una oposición consistente al poder de las finanzas y el libre mercado. Al mismo tiempo, será necesario mostrar claramente los límites impuestos por la austeridad a las políticas en el ámbito de los estados miembros y volver a situar el problema de la deuda en el debate, poniendo de manifiesto la falsedad de afirmar que no hay alternativa, y que otra Europa es posible.

Tarea monumental que, sin embargo, es urgente abordar, evitando un repliegue nacionalista que, en un mundo globalizado como el actual, no parece que sea la mejor solución.

Economistas sin Fronteras no se identifica necesariamente con la opinión del/la autor/a y esta no compromete a ninguna de las organizaciones con las que colabora.

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