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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

Coño, ha llegado el otoño

Maruja Torres

La semana empezó en tono festivo. Ese nombramiento de Soraya como rastreator de los símbolos patrios, con los consiguientes cuadros flamencos imaginativos que tal iniciativa gubernamental sugirió, nos deparó momentos deliciosos entre los tuiteros que no suelen regatear su ingenio. Sin embargo, pronto hemos entrado en el torbellino habitual, y bipolar, que arrastra a los medios hacia el gran tema catatónico: la cuestión catalana y la cuestión española. Enredando y malmetiendo en la mayoría de los casos, los medios, más que ayudando a clarificar. Petrificando.

Lo que tenga que ser será, queramos o no, quieran o no Rajoy o Más o sus santas y respectivas madres. Con la experiencia de conflictos que llevo a mis espaldas, y de formas tontas de hacer mal lo que podría haberse hecho bien y con inteligencia, en verdad, en verdad os digo que lo más inútil y contraproducente y estéril sería desgañitarse por una causa u otra. Lo repito, amparada por el pesimismo de la historia y el escepticismo de la periodista: lo que tenga que ser será. Todos los eslóganes del idealismo han sido mancillados por el empuje de la realidad, desde el “No pasarán” hasta “El pueblo unido jamás será vencido”, pero no han muerto, pese a las masacres. De modo que, entre tanto, no nos hagamos mala sangre. Salvemos del batiburrillo de banalidades y del crujir de labias, y de las grandes verdades absolutas que planean sobre nosotros como tormentas en ciernes, y de las intangibles patrias –oh, sobre todo, de las patrias– nuestras pequeñas y entrañables afinidades selectivas, y también electivas. Nuestras adorables quimeras.

Reservemos nuestra histeria para cuando venga George Cukor a rodarnos en el baño.

Me decía estas cosas, estas sensateces, mientras me dirigía, muleta en mano pero implacablemente arisca, al semidesnudo aunque no erótico quiosco de la esquina, en busca de mi ejemplar del ¡Hola!. Visto lo visto, me decía, keep calm. Y no te quedes sin admirar las fotos exclusivas de la boda de Clooney-Alamuddin, ni las del entierro de Boyer. Qué queréis que os diga, estoy tan harta de declaraciones rimbombantes y de mentiras huecas, de presupuestos generales perversos y de ministros estentóreos en general, que la perspectiva de transcurrir media hora o tres cuartos de mi insignificante pero placentera existencia inspirándome en los modelatas de la nueva Viuda de España, o envidiándole las piernas a la abogada internacional con la que se ha casado George, me resultaba más relajante que ver colgar, como un llavero al lado de un porrón, la malograda estatua del extinto Jordi Pujol, inmortalizado en la portada de un diario contiguo.

Una, no obstante, no puede huir de su cutrez. Incluso en el ¡Hola! –sobre todo, en el ¡Hola!– te recuerdan quién eres y a dónde perteneces. Invitado a la boda de Clooney: Matt Damon. Asistente al entierro de Miguel Boyer: José María Aznar.

Menos mal que, con el suplemento de moda otoño-invierno de El Corte Inglés, que acompaña a la revista en su funda de celofán, puedo cortarme las venas.

Ras, ras, ras.

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