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Sobre el contrato único y sus profetas

Rafael Escudero / Rafael Escudero

Artículo de respuesta a este otro texto de Roger Senserrich en Zona Crítica.este otro texto de Roger Senserrich en Zona Crítica

En su post del pasado 4 de junio titulado “Ni España de los 50 ni gobierno de concentración ni conspiración neoliberal”, Roger Senserrich tiene a bien referirse a un post mío, publicado previamente en esta web, en el que intento contextualizar y criticar una propuesta lanzada en el diario El País por los profesores Fernández-Villaverde, Garicano y Santos. Me siento muy honrado por el interés suscitado por mi post y por el espacio de debate que abre Senserrich en su aguerrida defensa de estos profesores y, por extensión, del mensaje de Fedea.more

Objeto de mi crítica en el post anterior era la propuesta de los citados profesores sobre un Gobierno de concentración nacional formado por técnicos intachables que sustituyera al actual Ejecutivo y que introdujera confianza en los mercados y en nuestros socios europeos. De su argumentación se deduce que el futuro presidente de ese Gobierno debería ser uno de aquellos “tecnócratas”, siendo irrelevante que fuera o no parlamentario.

Es cierto que la Constitución española no exige tal condición para acceder a la jefatura del Gobierno. Pero, como bien dice Senserrich, vivimos en un sistema parlamentario y este tiene sus reglas y costumbres propias: una de ellas es que el candidato a presidente del Gobierno sea elegido de entre los grupos parlamentarios. Bajo estos parámetros se configuran las campañas electorales y decidimos los votantes, aunque luego no nos guste el resultado. Por otro lado, está claro que los tecnócratas no son ninguna garantía de éxito. Si hace unos años se hubiese hecho en España un ranking de tecnócratas famosos, sin duda Rato (FMI) y De Guindos (Lehman Brothers) hubieran estado en un lugar destacado del mismo.

En todo caso, Senserrich parece estar de acuerdo conmigo en rechazar esa propuesta de Gobierno de concentración. Entonces, ¿a qué viene tanto ardor en su crítica hacia mi post? Me temo que se debe a mis referencias a Fedea, ese 'think tank' neoliberal al que pertenecen los autores del artículo inicial. Y esto son ya palabras mayores. En este punto Senserrich despliega todas sus armas para salvar el honor de la fundación, hasta el punto de señalar que mi argumento se basa en una “elaborada teoría de la conspiración donde la ciencia es imposible si no es a cargo del estado” (con mayúscula, por favor, para la próxima vez).

Siento que esa haya sido la interpretación. Por supuesto que las entidades privadas pueden financiar investigaciones científicas. Es más, ojalá en España la investigación tuviera más financiación privada. Pero, eso sí, a las claras y sin ocultar bajo el envoltorio de la ciencia opiniones tan ideológicas y parciales como las del resto de los mortales. Creo que no descubro nada nuevo si señalo, como hago en el anterior post, la vinculación que existe entre los estudios de estas fundaciones, 'think tanks' y grupos de opinión con los intereses políticos y comerciales de las entidades que los financian.

Mientras que las aportaciones de estos grupos son siempre “científicas”, es decir, racionales y objetivas, las del resto son opiniones irracionales, parciales y sesgadas políticamente. Unos son científicos, poseedores de la razón (o la verdad), y otros somos ideólogos (o pecadores). Sin embargo, el tono con el que responden a quienes osan cuestionar la palabra (divina) refleja una forma de entender la discusión poco acorde con la metodología propia del debate científico. Así, no es extraño que se refieran a sus críticos como personas que “no han entendido el mensaje”, o que no comprenden cómo funcionan las instituciones, negándoles así el estatus de interlocutores válidos. En este sentido, Senserrich se ha revelado como un magnífico profeta de Fedea.

Lo que sí hay que reconocer a Fedea y sus profetas es su humildad. Suelen quejarse amargamente de que los gobiernos no les hacen caso. Y en parte tienen razón, pero no deberían ser tan modestos. Es verdad que el PSOE desestimó sus propuestas en materia laboral, pero no ha sucedido lo mismo con el PP. La reforma laboral puesta en marcha por este Gobierno recoge dos propuestas de Fedea: una, la pérdida de ultraactividad de los convenios colectivos; y dos, la prioridad absoluta de la negociación colectiva en la empresa como mecanismo de flexibilidad y creación de empleo. Reformas que, por cierto, no parece que hayan sido muy exitosas en lo que a esto último se refiere. Pero, eso sí, han trastocado por completo el sistema de equilibrios entre sindicatos y organizaciones empresariales, dándoles a estas últimas todo el poder en las relaciones laborales.

Pero aun así no están contentos. La razón se debe a que, como dice Senserrich en su post, Rajoy ha sido “increíblemente tímido en sus reformas”. Sobre todo en material laboral donde (¡oh, pecado mortal!) no ha implantado el contrato único, su propuesta estrella, el único dios en el que creen los economistas de Fedea. Sus enviados llevan tiempo proclamando la buena nueva y nadie les hace caso. Ni el PSOE antes, ni el PP ahora, comprenden el mensaje. Ambos son incapaces de ver lo obvio: que la implantación del contrato único “indefinido” terminaría con la dualidad de nuestro mercado laboral y reduciría los elevados costes del despido, con lo que se generaría empleo a espuertas y se contribuiría enormemente a salir de la crisis. Seguro que un Gobierno de tecnócratas lo entendería perfectamente, pensarán sus apologetas.

A la espera de que la realidad confirme esta predicción (claro, estamos hablando de economistas...), a ella puede objetarse que supone enmascarar un abaratamiento de los costes del despido. Dado que la indemnización por despido iría aumentando según lo hiciera la duración del contrato, al empresario le resultaría más barato despedir en los primeros meses e incluso años del contrato que lo que le resulta ahora con la legislación actual. Así, mediante esta vía lo que se está proponiendo no es un contrato laboral indefinido, sino un contrato indefinidamente temporal. Se acabaría con la dualidad del mercado laboral, sí, pero a costa de igualar a la baja y hacer temporales a todos los trabajadores.

Finalmente, un pequeño detalle constitucional: la propuesta del contrato único “indefinido” parte de la base de santificar el despido libre, sin alegación de causa por parte del empresario y sin control judicial del mismo. Como Senserrich sabe, o debería saber, el Tribunal Constitucional ha declarado en reiteradas ocasiones que el despido libre y sin causa es contrario al derecho al trabajo recogido en el artículo 35 de la maltrecha Constitución española. Es la “última trinchera” con que cuenta este derecho. Saltársela es terminar con una de las conquistas sociales del siglo XX. Hic Rhodus, hic salta!

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