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Opinión - El pueblo es quien más ordena todavía. Por Rosa María Artal

El corazón de la serpiente

La calle Manolo Escobar, en el centro de El Ejido.

Montero Glez

No sé dónde dejó dicho James Joyce que los acontecimientos del futuro proyectan una sombra anticipada sobre el presente, lo más parecido a un aviso de lo que todavía está por llegar. En este caso, la amenaza que se cierne sobre nosotros no es otra que la sombra de la ultraderecha, hasta ahora agazapada tras la silueta de los partidos dinásticos de herencia franquista.

Los resultados electorales del otro día así lo demuestran. La región más deprimida y pobre de España, llevada por la ignorancia a la hora de votar, ha elegido al peor de sus verdugos. Esa es la realidad y esa es la mala sombra. Ahora, desde la izquierda, conviene hacer autocrítica. De lo contrario no avanzaremos.

Volviendo a Joyce y al tiempo que le tocó vivir, el periodo de entreguerras en Europa se caracterizaría por la irrupción de las vanguardias artísticas, expresiones donde pensamiento y acción se identificaron plenamente gracias al elemento de la imaginación. Porque si hay algo que ha ido perdiendo la izquierda desde la irrupción de un movimiento tan imaginativo como el 15M, ese algo ha sido imaginación. Por eso, cada vez está más separado el pensamiento de la acción y nuestro deber no es otro que aproximar los términos.

Hace falta “imaginación” en el discurso. De esta manera, con imaginación, el discurso dejará de ser racional para convertirse en narrativo. En resumidas cuentas, la izquierda ha de conquistar el discurso narrativo de nuevo, cuya materia se encuentra en las calles, sí, las mismas calles que desembocaron en un movimiento que revolucionó las estructuras y vino a denunciar que faltaba pan para tanto chorizo. Hay que ofrecer lo imposible a un pueblo que ha hecho posible la llegada de Podemos a las instituciones.

Porque la posibilidad de hacer posible lo imposible sólo existe en los márgenes de la realidad, en ese espacio donde las cosas no están presentes aún y por eso conviene imaginarlas antes de que la sombra del orden se pose sobre ellas. Aunque bajo los adoquines de París hubiese cucarachas, durante el mayo francés pudimos ver la playa. Aunque al final, la sombra del glaucoma se posó en sus ojos para siempre, Joyce no dejó de ver el periplo de un Ulises urbano que sería un monumento a la libertad de expresión

Para entendernos, si el discurso de la izquierda va a seguir plagado de números, estadísticas y palabras burocráticas, el pueblo va a mostrar su desinterés buscando sombras de razón. Y al final va a parecer que los fachas han inventado la democracia.

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