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Crispar y manipular hasta conseguir el poder

La diputada de Vox Macarena Olona durante el Pleno del Congreso celebrado este miércoles. EFE/ J.J.Guillén

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Más del 90% de los españoles está harto de la crispación política, según la encuesta que acaba de publicar el CIS. Es evidente, se ha creado un ambiente irrespirable. Los datos pormenorizados añaden gravedad al tema. Solo el 11% de los encuestados atribuye a los medios y periodistas la creación de ese clima. Casi el 54%, a los políticos y partidos, y el resto se pierde hasta en la lección equidistaní tan bien aprendida del “todos por igual”. Y ahora viene lo mejor: quiénes entre los partidos. Gana el “todos por igual”, aunque solo con un 11%. Casi lo mismo que Vox. Es decir, escuchan la sarta de barbaridades que han convertido el Congreso en una jauría y solo un 11% cree que es culpa de Vox, casi otro 11% el PSOE y, agárrense, un 6% el PP. En esta ocasión a Unidas Podemos la dejan en el 5%. El CIS, por el tamaño y metodología de sus sondeos, es mucho más fiable que otras empresas demoscópicas y este tema no compromete. Es una foto de esta sociedad.

Terrible imagen que lo explica casi todo. Porque, lejos de lo que creen los encuestados, un análisis estricto nos lleva a otras conclusiones. La ultraderecha lleva la crispación en el ADN porque es un eficaz método de agitación y en el PP es seña de identidad acreditada desde hace décadas. Forma parte de su estrategia política. A Zapatero le acribillaron e insultaron de tal forma que se habló de “ambiente prebélico”. Los hechos se miden por sus resultados. España no hubiera alcanzado los niveles de corrupción a los que ha llegado, a la tolerancia a la corrupción de quienes votan corrupto sin sonrojo, si los medios de comunicación hubieran funcionado como debe hacerse en una sociedad democrática. Un problema que, en la impunidad absoluta, ha crecido con el tiempo. Ahora, tras el fecundo lavado de la ultraderecha y la sonrojante demonización de las posturas de izquierda con apuestas sociales, ven llegado el momento del paso definitivo. Lo han conseguido. Están ya en Castilla y León, en Madrid, en Murcia, quieren consolidarse en Andalucía, y ya se ven en el gobierno del Estado. Es un paseo triunfal con eficaces colaboradores y compinches.

El Gobierno no parece consciente del desamparo, la desolación, que embarga a la sociedad progresista y honesta ante la situación que estamos viviendo. Sectores esenciales están trabajando por sentar en La Moncloa a un gobierno de Feijóo y Abascal, con cuanto implica, que no es poco. No es una lucha limpia en lid electoral sino un cúmulo de malas artes que se aúnan en un momento crítico por no haber sabido o querido afrontar los movimientos de desestabilización.

Por supuesto que, en buena parte, esta realidad se resiente de errores no resueltos. Hace mucho que España arrastra graves problemas en la justicia y en los medios que dan cobertura a un entramado muy turbio infiltrado en el eje de este país. Que cuele de tal manera refleja a dónde ha ido quedando la escala de valores, el espíritu crítico, la decencia. 

Manifiesta torpeza –si es torpeza- con los goles que se deja meter el Gobierno que preside Pedro Sánchez, a varias bandas esenciales. ¿No se está dando cuenta, no quiere afrontarlo o es que estamos en lo cierto quienes siempre nos hemos sentido en una democracia vigilada a causa de tantas y de tanto alto rango de inaceptables concesiones? 

¿Cómo es posible que un país democrático lleve con un Consejo del Poder Judicial caducado desde hace tres años y medio? ¿Cómo se aúpa a la máxima valoración en los medios a un Feijóo que no ve ninguna prisa en renovarlo? ¿Cómo se tolera sin imponer la mayoría social del Gobierno? La que tenía antes del inmenso patinaje de Pegasus y la atribución de culpas. ¿A qué esperan para derogar la Ley Mordaza y el destrozo del Código Penal que perpetraron Rajoy y Gallardón? ¿A que la ultraderecha opere con esas herramientas? Y lo mismo la ominosa ley de secretos oficiales que exige al menos la desclasificación de numerosos puntos oscuros de nuestra historia y por la que sabríamos de las hazañas de varios gobiernos desde la Transición.

Decenas y decenas de portadas escritas que amplifican el resto de los medios, de “informativos” con “zascas” del mismo signo, la difusión de bulos, la ausencia de contexto, confirman un trabajo exhaustivo destinado a descalificar al Gobierno, ocultar los daños de dirigentes de la derecha y ensalzarlos incluso.

La misma Lucía Méndez, redactora jefe de opinión de El Mundo, que dice hacer un “examen de conciencia” contra Pablo Iglesias de nuevo, había lanzado casi simultáneamente este titular:

“Ayuso salva de impuestos a los madrileños” (a los ricos), o se emociona y llora por los muertos del covid que no pudieron despedirse de su familia tras sentenciar a más de 7.000 su protocolo, como mostró aquel fascinante vídeo que habría de ponerse en bucle, cotejado con la realidad.

Y así, el PP con Ayuso como alto exponente dentro, se lleva una parte mínima de agente de crispación, un 6%, a pesar de sus insultos hasta en la propia Asamblea de Madrid. Porque esto no es una discrepancia política, ni admite excusa alguna.

Hemos asistido al sainete de los Fondos UE para la recuperación de la pandemia. Los viajes de Casado contra los intereses de España. La siembra de dudas sobre su reparto, a la que se apuntó Feijóo, el deseado. Aunque en abril ya nos contaron que había tenido este bonito “gesto” con Sánchez.

Bruselas se vio obligada a desmentir que hubiera irregularidad alguna. Pero esto solo lo contó la prensa independiente. Hemos visto culpar a… “Podemos de acosar a la monarquía desde TVE”. Y a la Fiscalía anticorrupción exonerar a Juan Carlos I hasta de las comisiones por el AVE a la Meca. Exhibir curiosos cuadros de intención de voto con precisas ausencias. A un presentador de telediario de TVE  de pie ante un panel de frases entresacadas que culpaba gravemente al gobierno de haber extendido la pandemia por no suspender deliberadamente las manifestaciones del 8M. El informe, gestionado por el Coronel Pérez de los Cobos, contenía tal cúmulo de errores, que hasta la jueza empecinada en sacarlo adelante tuvo que desestimarlo.  

La desinformación actúa en la promoción del machismo y los partidos que lo enarbolan, en la involución de los derechos de las mujeres. Cada medida del ministerio de Igualdad es objeto de críticas e insultos. Con una Irene Montero al frente que no se amilana, pese a contar con oposición hasta en el propio Gobierno.

Cada día, además de la manipulación, nos surten de noticias disuasorias que se ofertan solo con abrir un dispositivo en selección exclusiva. Las que inducen el click de los chismosos para saber qué impresentable ha dicho no sé qué de otro. Las ofertas de productos milagrosos recién descubiertos o la ya abrumadora publicidad encubierta de ciertas cadenas de comercios. Todo esto quita tiempo para conocer la realidad. De hecho parece un mecanismo perfectamente diseñado para ocultar la información esencial. Y deja exhausto. Y desolado a poca conciencia periodística que se tenga.

Llegados a este punto, ha de quedar muy claro que quien infecta la política con gruesas mentiras no merece una silla de gobierno y que quien pervierte la información no hace daño solo al periodismo sino a la democracia. A toda la sociedad. No se escude ningún periodista en que tiene que comer, hay maneras más dignas de hacerlo que secundando los proyectos bajo mano de poderes en la sombra. Más o menos, porque cada vez se presentan con mayor desfachatez blandiendo sus atropellos. Van a cara descubierta en la seguridad de que para ellos todo el monte es orégano ya. No acuden a las comisiones, ni al juzgado, ya están en su salsa, en su charca de impudicia.

La historia –si todavía se recoge cuando sea con cierta fiabilidad- verá esas portadas, titulares, programas y tertulias infectas que encumbraron a auténticos depredadores de asuntos tan vitales como la sanidad pública, la ayuda a la dependencia, la vida de las personas. Y que atizaban con denuedo e injusticia cualquier acción del Gobierno, por positiva que fuera, todas sin faltar una. Es difícil entender a seres humanos derrochando tan alto grado de crueldad con enemigos simplemente de su estatus. Esas portadas llenas de calumnias, esas acciones judiciales hediondas que acaban en sobreseimiento sin que acarree ninguna consecuencia, deberían poblar las paredes de esta triste democracia a ver si alguno de sus cómplices se avergonzaba.

El asunto de la prensa manipuladora tiene complicado encaje en las soluciones, pero al menos sería exigible no subvencionar con dinero de nuestros impuestos a quien dice informar  y solo manipula. Se hace imprescindible que, al lado de medios que sí hacen periodismo, -este y otros sin duda-, las televisiones públicas, con más gancho para grandes sectores, fueran rigurosas. Y que la sociedad se implicara y fuera consciente de lo que está perdiendo, de lo que le están quitando mientras le ciegan con caras, culos, trampas, bulos y lucecitas de colores. Que ni siquiera se entere de quién lo hace es trágico.

Pinta crudo el futuro. Hasta el PNV, muleta del Gobierno, habla de adelanto electoral antes de Navidad. Es de esperar que se imponga la sensatez pero existe el peligro cierto y mil veces anunciado de sentar a la derecha-ultra-derecha- también en La Moncloa. Cargos en Europa son un apetecible destino y reposo tras las labores cumplidas. Y, aquí, tirar la toalla frente al mar, con primaveras en el pelo a ser posible, y mirando el infinito horizonte. Quizás con un poema en la mano como salida. El de William Ernest Henley que mantuvo libre en las cárceles a Nelson Mandela y  que ayer me recordaba una amiga: Invictus. Porque hay cosas como la valentía y la dignidad que ni el más ruin puede quitar.

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