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El día después de las elecciones estadounidenses

Trump y Biden

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Todo Estados Unidos contiene la respiración en las últimas horas antes del cierre de los colegios electorales. Aunque las encuestas dan vencedor a Joe Biden, nadie en el Partido Demócrata se atreve a sentir alivio antes de tiempo, sobre todo porque existe el temor a que Trump cuestione públicamente los resultados si el margen de diferencia es estrecho entre ambos candidatos. 

Ante ello demócratas y republicanos ultiman sus hojas de ruta con planes para el día después, preparándose para posibles batallas legales en los estados que pueden decidir el resultado final en caso de que éste sea por un estrecho margen. Los republicanos han desplegado abogados y 50.000 voluntarios por todo el país, principalmente en estados clave como Florida, Carolina del Norte, Minnesota, Nevada y Pensilvania. De momento han solicitado que se bloquee la posibilidad de que en diversos estados se acepten los votos por correo que lleguen después de las elecciones. 

En algunos estados podrán contarse votos por correo que lleguen después de este martes, en otros estados, no.

La Corte Suprema ya ha denegado dicha solicitud en Pensilvania, permitiendo que puedan contarse hasta tres días después de la jornada electoral todos los votos por correo que lleguen con un matasellos fechado el 3 de noviembre o días anteriores. Pero Trump dijo este domingo que a Pensilvania “vamos con nuestros abogados”, insinuando un posible nuevo litigio. De momento, y por si acaso, los votos por correo en este estado que lleguen con posterioridad a este martes se mantendrán en urnas apartadas. 

El mismo tribunal también ha permitido que Carolina del Norte, otro estado donde se prevé un resultado ajustado, pueda contar los votos por correo que lleguen hasta el día doce de noviembre. Trump, descontento con el fallo, escribió el pasado viernes en un tuit que dicha decisión “es una locura muy mala para nuestro país” y añadió: 

“¿Pueden imaginarse lo que pasará en ese periodo de nueve días?. La elección debe terminar el 3 de noviembre”. 

La misma Corte Suprema se ha negado a dar luz verde a una extensión similar, de seis días, en el estado de Wisconsin. Y en Minnesota otro tribunal, el de Apelaciones del Octavo Circuito, ha dictaminado que este martes será la fecha límite para recibir todos los votos. Hay cierta arbitrariedad por tanto en la decisión final: algunos estados podrán seguir recibiendo el voto por correo, otros no. Se trata de un asunto importante porque en el contexto de pandemia mucha gente ha optado por esta vía para votar y porque los expertos creen que en el voto por correo ganará el Partido Demócrata. Por eso Trump quiere intentar bloquearlo en parte, evitando reforzar el servicio de correos, algo que le han afeado los demócratas. 

El presidente es consciente de que las encuestas lo colocan como perdedor y por eso se muestra dispuesto a cuestionar el resultado electoral. Podrá acudir para ello a la Corte Suprema, de mayoría conservadora, con varios jueces retrógrados, entre ellos la recién llegada Amy Coney Barret, que no ha participado en la decisión de la Corte sobre el voto por correo en Pensilvania y en Carolina del Norte, pero que sí estará disponible para futuras decisiones.

Ella y otros dos jueces del mismo tribunal fueron elegidos por Trump, que ha hecho de la remodelación del poder judicial uno de sus principales objetivos durante su legislatura. Los magistrados nombrados por el presidente tanto en la Corte Suprema como en tribunales inferiores permanecerán durante años en sus puestos con capacidad para decidir sobre cuestiones trascendentales relacionadas con los derechos y las libertades en el país. 

“Organizarnos, votar, y protestar”

A todo ello hay que sumar un sistema electoral con graves déficits democráticos, que privilegia el voto del Colegio Electoral de cada estado por encima del voto popular, y que en once estados deja fuera del derecho al voto a aquellas personas que hayan tenido una condena con un castigo mínimo de un año de prisión –por un delito de hurto o de falsedad documental, por ejemplo– aunque ya hayan cumplido toda la pena. En la práctica eso afecta sobre todo a sectores de la comunidad negra y latina, que solo pueden recuperar su derecho al sufragio activo o pasivo presentando una súplica al gobernador. Este cortafuegos al voto más humilde ha beneficiado tradicionalmente al partido republicano. 

Ante todos estos retos y obstáculos también diversos movimientos sociales tienen muy presente el día después y están preparados para abordarlo. La propia congresista Alexandria Ocasio-Cortez está animando estos días a que votantes y activistas sean conscientes de que “ningún presidente es la respuesta, tú eres la respuesta, los movimientos sociales son la respuesta”.

El lema del movimiento Count on us es “primero, nos organizamos, después, votamos y por último, si Trump intenta robar las elecciones, hacemos huelga”.

Sus integrantes explican que “es preciso estar listos para liderar protestas y huelgas para asegurarnos de que cada voto será contado. Nosotros hacemos que este país funcione y si todos decidimos no ir a trabajar o a la escuela, no habrá modo de que Trump pueda gobernar”. 

Su postura y sus mensajes han sido apoyados por gente del ala izquierda del partido demócrata, como Ocasio–Cortez. La congresista demócrata simpatiza también con otro movimiento, el Sunrise Movement, integrado por jóvenes en defensa de un Green Deal para detener el cambio climático, coordinado en algunas campañas con la organización Socialistas Democráticos de América, a la que pertenece Ocasio-Cortez.

Son críticos con Biden y con la tendencia elitista y neoliberal del Partido Demócrata, pero se han movilizado en busca del voto, conscientes de que si gana Trump el desmantelamiento de las dinámicas democráticas será mayor y la posibilidad de presión para lograr políticas justas, más difícil: 

“Primero, erradicamos el fascismo de la Casa Blanca. Después, hacemos de los sueños más salvajes de nuestros antecesores una realidad”, claman, recordando que su apoyo a algunos demócratas es puntual –“no deben darlo por hecho en el futuro”, dicen– y subrayando la importancia de que haya movilizaciones sociales en esta legislatura.

Para ello ponen como ejemplo lo ocurrido bajo el mandato del presidente Lyndon Johnson, por quien nadie en la izquierda daba mucho cuando éste asumió el poder tras el asesinato de Kennedy. Johnson no era especialmente combativo, ni había hecho especial hincapié en posibles compromisos específicos con los derechos civiles. Y sin embargo bajo su mandato se aprobó la Ley de Derechos Civiles y la Ley del Voto, la de Ingresos y la de Oportunidad Económica, con el fin de eliminar o paliar la pobreza en la población afroamericana, puso en marcha el seguro de salud para los mayores –el Medicare– y para los pobres –Medicaid– y también dio luz verde a la construcción estatal de viviendas a bajo costo. 

Nada de esto hubiera ocurrido si no hubiera existido un movimiento social de inmensa envergadura, activo y decidido, con líderes como Martin Luther King, con manifestaciones, protestas y huelgas habituales, con una población negra decidida a luchar por sus derechos y libertades. Esto es lo que recalcan también desde el ala izquierda del Partido Demócrata representantes como Ocasio-Cortez, quien insiste en que aunque Biden “no es el candidato que querríamos” hay que apoyarlo “para que nuestra democracia pueda vivir otro día más” y tras ello, “presionarle en una dirección más progresista”. Con un Trump en la Casa Blanca la capacidad de maniobra sería sin duda menor. 

Hay mucho en juego en estas elecciones, dentro y fuera del país.

El día después de las elecciones no supondrá el fin de los problemas políticos y sociales de Estados Unidos, un país marcado por una elevada desigualdad, por la ausencia de servicios públicos esenciales de calidad y por una tensa polarización. Aunque Trump no gane, el trumpismo seguirá ahí, con ganas de dar guerra e intentando criminalizar cualquier paso en favor de políticas sociales más justas. Eso sí, una derrota del candidato republicano no cambiaría las estructuras del país pero provocaría una importante pérdida de fuelle de la ultraderecha no solo en EEUU, también en Europa.

Si el resultado electoral es estrecho, pueden avecinarse días eternos de recuentos y denuncias, con Trump dispuesto a cuestionar los resultados y con grupos paramilitares armados listos para apoyarle en las calles. Si el resultado es holgado y gana Biden la crispación seguirá presente igualmente y el nuevo presidente tendrá que demostrar que se diferencia de esa élite neoliberal del Partido Demócrata que ahuyentó a un sector de la clase trabajadora estadounidense.

La única buena noticia de momento es que hay una izquierda estadounidense más fuerte y más activa de lo habitual, tanto en organizaciones políticas como en movimientos sociales, dispuesta a vigilar y a presionar al futuro presidente. Hay mucho en juego, dentro y fuera de Estados Unidos.

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