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Un día iluminado

Luces

Sabrina Duque

Sin luz no hay nada. Sin luz no hay vida. Sin luz no ocurren las reacciones químicas que hacen que las plantas hagan fotosíntesis, que nuestros ojos vean y que nuestra piel absorba la vitamina D. Cuando la luz da un giro brusco de dirección, aparece el arcoíris. Cuando algo se interpone en su camino, aparece la sombra. Cuando encuentra un espejo, la luz rebota y parece duplicarse. Cuando se abre una pesada y oscura cortina, la luz inunda la habitación. Bajo un cielo saturado de nubes, a veces un rayo de luz encuentra camino e ilumina un pedazo de césped, un árbol, una escuela. El relato del libro del Génesis es poético: después de los cielos y la tierra y las tinieblas y las aguas, el siguiente elemento creado es la luz. “Hágase la luz; y la luz se hizo. Y vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas”.

Ningún humano ha viajado a la velocidad de la luz (299 792 458 metros por segundo, en el vacío), pero multitudes de científicos se han dedicado a estudiarla. Desde que Al Haytham publicó siete volúmenes sobre la luz, los colores y la visión, en 1015, hasta hoy la ciencia no ha dejado de estudiarla para intentar entenderla. ¿Qué es? ¿Cómo viaja? ¿Es onda o partícula? Con los siglos, las respuestas se fueron encontrando y la luz se convirtió en objeto de estudio en los laboratorios. De ahí salieron fuentes alternativas de energía –como los paneles solares– y también el internet que viaja a velocidad de la luz (mi proveedor de internet aún no llega a ese nivel, espero que pronto).

La luz es materia de ciencia y también de arte. En la Edad Media existió una corriente de pensamiento llamada estética de la luz. La luz, para aquellos filósofos, era la belleza divina. Y en la arquitectura gótica, la luz se convirtió en protagonista en las catedrales. Apareció dentro de los edificios, cada vez más altos, inundándolos a través de enormes vitrales. La luz, convertida en colores, iluminó las iglesias. Y según la tierra iba girando, la luz del sol entraba de formas distintas según pasaba el día.

En la pintura, dominar luz y sombra fue un desafío. Entre muchos otros, lo describió Leonardo Da Vinci. Entre otros tantos, lo consiguió Rembrandt. Y un día Louis Daguerre, inventor del daguerrotipo, dijo, triunfal: “He capturado la luz. He detenido su vuelo”.

Hoy, 16 de mayo, es el Día Internacional de la Luz. La UNESCO celebra a la luz por su papel en la ciencia, la cultura y el arte, la educación y el desarrollo sustentable. Porque “desde los rayos gamma hasta las ondas de radio, el espectro de la luz nos brinda conocimientos importantes sobre el origen del universo, sobre las tecnologías en ámbitos tan diversos como la medicina, la agricultura, la energía y para la protección del patrimonio cultural. Además, la luz ha tenido una repercusión significativa en las artes visuales y escénicas, la literatura y el pensamiento”.

Hoy se celebra que la luz nos inunda, que está por todas partes: de los laboratorios a las galerías de arte. Y el día de celebrar es hoy, porque el 16 de mayo de 1960, el físico Theodore Maiman encendió el primer rayo láser. Por cierto, celebremos apagando los interruptores en los cuartos que no estamos usando. Para cuidar al planeta. Y también al bolsillo. Porque como alguna vez escribió el humorista argentino Roberto Fontanarrosa: “Mientras más brillante la luz, mayor el gasto”.

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