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No me digas que me quieres

Foto: Mrfoxtalbot

Begoña Huertas

Decía Gloria Fuertes que, si los políticos se hicieran poetas, habría paz. Lo que no dijo es qué pasaría si fueran los poetas los que se hicieran políticos. Menciono esto porque casualmente en Madrid un profesor de Metafísica y un poeta han sido elegidos como “candidatos de consenso” del PSOE y de IU, respectivamente. Pero creo que, de algún modo, todos los candidatos se vuelven un poco “poetas” a medida que se acercan las elecciones, lanzando flores aquí y allá, declamando palabras grandilocuentes (y que me perdonen los poetas de verdad por este uso malintencionado del término).

1.

En el día a día, los ciudadanos nos vemos abrumados por una enorme cantidad de información de la que no siempre es fácil sacar algo en claro. Y es que la información en sí no crea ideas. Los datos no producen pensamiento. La mente piensa con ideas y estas –eso es lo que da trabajo– hay que elaborarlas. Cada día recibimos toneladas de información: asuntos de demandas, número de imputados, documentos y pruebas, hechos delictivos o presuntos, causas abiertas o cerradas, réplicas y contrarréplicas, actos a favor o en contra, cifras de todo tipo, millones de beneficios, cientos de pérdidas, porcentaje de parados, número de camas, áticos en reforma, desahucios en marcha, declaraciones al paso, hechos circunstanciales, notas al margen, gestos impostados, sumarios y titulares.

Entre toda esta retórica política es complicado sacar algo en claro. Si un ordenador no puede resumir una novela, un ser humano no puede procesar tanta información. En ese sentido, bienvenida sea una mirada poética, filosófica, abstracta. Bienvenido alguien que sea capaz de sacar alguna idea de todo esto. Tampoco hacen falta muchas. Bastaría una buena idea, o dos, o tres.

Platón expulsaba a los poetas de su ideal de república porque en su tiempo la poesía implicaba la propagación oral de creencias y supersticiones frente al pensamiento lógico y escrito. Se trataba de un enfrentamiento entre la ciencia (asunto de la filosofía entonces) y la religión (asunto del arte). Hoy, no hace falta decirlo, las cosas han cambiado, claro está, y ese rol para embrutecer conciencias a base de esoterismos o retóricas lo cubren otras prácticas, no la poesía.

2.

En época electoral, sin embargo, el comportamiento de los políticos suele dar un vuelco. De repente surge el cortejo emocional. Es el turno de la retórica poética. En campaña electoral entra en juego la narración sencilla, el relato breve. Se trata de crear una historia, una metáfora, algo simple y conmovedor. También, por supuesto, hay que encontrar un personaje que lo ponga en escena con eficacia: la abuela sabia, el soldadito valiente, la joven guerrera, el hombre tranquilo…

Ahora es la hora de “la poesía” en el sentido no solo de agasajar los oídos de los posibles electores con bellas intenciones, sino de colocar el debate en el terreno de los sentimientos, los miedos, los mitos. ¿Qué rol asume un candidato? ¿Cuál el otro? ¿Qué quiere provocarnos quién y por qué? ¿Puro espectáculo? ¿Exagero? Ángel Gabilondo ya ha apelado al corazón de los votantes (a su inteligencia también, sí, pero al corazón tuvo que mencionarlo).

¿Cuántas veces escucharemos a partir de ahora la palabra “ilusión”? Ya no queremos más ilusiones, sino realidades.

Me parece que a muchos nos gustaría que se dejaran de tanta literatura. Que en su lugar expresaran un pensamiento, o dos o tres, ya digo, tampoco hacen falta muchos más. Y además estaría bien si lo hicieran con esquemas, de la manera más clara y más fría posible. Sin metáforas. Precisamente para evitar esa ecuación: avalancha de datos + sensiblería = relato vacío. Quizás nos harían falta, más que poetas, matemáticos. Alguien capaz de hacer un esquema de sociedad. Que hablara de los pilares fundamentales de su propuesta de sociedad como un arquitecto pudiera hacerlo de los muros de carga de un edificio. Lo más eficaz serían unos políticos que diseñaran la sociedad sin saber qué lugar van a ocupar en ella.

En fin, una cosa es cierta, no podemos procesar tanta información como los ordenadores, pero tampoco tenemos el cerebro de un pulpo como para necesitar una versión abreviada de Blancanieves. Así que, candidato, por favor, aunque estemos en campaña electoral, ni me abrumes con datos ni me digas que me quieres. Si es posible, hazme un esquema.

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