A los economistas nadie les pide cuentas
Hubo un momento, al principio de esta larga crisis, en que parecía que los economistas en general se habían escondido en sus cuarteles de invierno, no fuera a ser que alguien les pidiera responsabilidades por haber sido incapaces de predecir -muchos de ellos se ganan muy bien la vida precisamente haciendo predicciones- la catástrofe que se avecinaba. Pero no. Con las recetas de algunos de los más encumbrados gurús del neoliberalismo económico se había fomentado la burbuja financiera que estalló con la quiebra del banco estadounidense Lehman Brothers. Y ya con la economía de buena parte del mundo en el abismo, fueron esos mismos economistas los que prescribieron la medicina -y las dosis en que había que aplicarla- a los países que habían caído como fichas de dominó por efecto de la onda expansiva de la explosión del mercado financiero ultradesregulado.
Vale que las decisiones las adoptaron y las adoptan los políticos y que son ellos los que están padeciendo la desconfianza y el desafecto de los ciudadanos afectados por el paro, el empobrecimiento y el recorte de derechos sociales que han deparado sus medidas. Pero no deja de ser sorprendente que ese desprestigio no haya afectado ni una pizca a los ideólogos de la economía liberal, cuando siete años después de que esto se viniera abajo no se vislumbra más que una pequeña remontada macroeconómica sin recuperación del empleo, los salarios y los derechos laborales y sociales.
Es paradójico que no les afecte el cabreo ciudadano cuando hasta los economistas del FMI, donde se supone que trabajan algunos de los más reconocidos, entonaron hace ya meses una especie de mea culpa al admitir que no habían calibrado el sufrimiento extremo que sus recetas de austeridad estaban produciendo entre los ciudadanos de los países intervenidos del sur de Europa. Grecia en particular. Claro que no hay noticia de que alguno de ellos dimitiera o fuera suspendido de empleo y sueldo después de confesar sus errores “de cálculo”.
En fin, que esos economistas jefes de los organismos internacionales, de las mejores universidades y de los principales gobiernos ni acertaron antes de la crisis, ni la supieron prever, ni están acertando con las políticas que recomiendan para salir de ella. Sin embargo, aquí algunos políticos, unos calcinados y otros de los que llegan frescos al relevo, han decidido poner un economista de renombre internacional a su lado para tratar de mejorar su credibilidad electoral. Ciudadanos fichó a Luis Garicano de la London School of Economist y eso parece que fue clave para el súbito ascenso de la formación en las encuestas y en las elecciones andaluzas. Ahora Esperanza Aguirre, que no puede ser menos, ha anunciado el fichaje del ultraliberal Daniel Lacalle, un reputado gestor de fondos, para su equipo electoral. Se ve que a los economistas nadie les pide cuentas.