Emoción e intriga hasta el minuto final
Como era de esperar, cinco días después de las elecciones -sólo cinco días-, el mapa final del poder local y autonómico sigue siendo una incógnita. Y lo que falta por conocer no es pequeño: quién mandará en las dos principales ciudades del país y en una veintena más de tamaño medio e incluso grande. Y quién lo hará en al menos seis regiones. Todas las posibilidades están abiertas, digan lo que digan la lógica y los antecedentes. Por si fuera poco, también está en el aire, cuando menos en principio, el gobierno central. Esa es la consecuencia del fin del bipartidismo.
La situación es inédita. No tiene precedentes en nuestra historia democrática. En ocasiones anteriores hubo incertidumbre hasta el último minuto. Pero nunca tantas y tan hondas. Porque además del color de los gobiernos municipales y regionales, lo que se está dilucidando es la orientación política por la que optarán todos los partidos de cara a la legislatura que empezará en breve. Porque los resultados de las elecciones del 28 de abril y del 26 de mayo obligan a todos ellos a decidir si el planteamiento que han hecho hasta ahora sigue siendo válido o no. Y cuáles han de ser las modificaciones a introducir en sus líneas.
Buena parte de las miradas se centran en Ciudadanos. Porque este partido es la clave de los pactos a los que habrá que llegar para gobernar en prácticamente todas las regiones y ciudades en las que no hay un vencedor claro. Ahora, tras el inesperado ofrecimiento de Manuel Valls, también en Barcelona.
Muchos de los cada vez más apasionados seguidores de la crónica política tienen claro que el partido de Albert Rivera se inclinará inevitablemente por los pactos con las derechas, por la que ha optado sin ambages, para disgusto de algunos de sus seguidores, desde hace ya más de un año. Otros, entre ellos unos cuantos analistas, creen por el contrario que mantener sin matices ese rumbo llevaría a Ciudadanos a perder definitivamente el sentido de su propuesta original y autónoma y a convertirse en un segundón de la pandilla conservadora. Y, por tanto, a verse abocado a medio plazo a la inanición e incluso a la desaparición. Su pérdida de fuerza en Cataluña refuerza ese planteamiento.
Rivera y los suyos dicen que no quieren pactar con Vox. Era de esperar. Pero pueden perfectamente hacerlo en el último día. (Que, no se olvide, llegará dentro de quince días y no antes. Para desesperación de los periodistas que tienen que salir todos los días a contar cosas, cuando lo más probable es que de aquí a entonces no ocurra ninguna de cierto porte). O, por el contrario, Ciudadanos puede llevar hasta el final su negativa. Y romper la baraja. Abriendo la puerta a la izquierda en los ayuntamientos y regiones en disputa. O provocando incluso la repetición de elecciones en alguna de estas últimas.
Vox no transmite indicio alguno de que esté dispuesto a cambiar de postura. Dice que si Ciudadanos no lo reconoce como interlocutor de pleno derecho en las negociaciones, no votará a los candidatos de la derecha. Y esa no es una baladronada. Porque el partido de Santiago Abascal se está jugando su futuro en estos momentos. Su caída electoral ha sido muy importante. Y lo que es peor para sus dirigentes, su presencia es la escena se ha desdibujado, casi ha dejado de existir.
Podrían recuperarse, empezando por crear una estructura territorial. Porque casi todo se puede recuperar y más si se cuenta con 24 diputados en el Congreso. Pero ceder a las pretensiones de Ciudadanos sería la peor manera de emprender ese camino. Vox se la juega. Y podría dar la campanada. Entre otras cosas porque apoyar las candidaturas de la derecha tampoco le sería muy rentable en términos de poder y a quien eso beneficiaría sería sobre todo al PP. Que es su gran rival electoral.
Buena parte del futuro del partido de Pablo Casado depende así de otros. De lo que decida Ciudadanos, que podría escoger o no este momento como el del inicio de una búsqueda de señas de identidad propias. Y de lo que haga Vox. Las hipótesis más extremas en una u otra dirección y en ambos casos se pueden verificar. Lo más probable es que tanto el partido de Rivera como el de Abascal busquen un término medio entre ellas. Que lleguen a pactos de derecha en algunas ciudades y regiones y en otras no. Pero incluso en este supuesto, el PP sufriría consecuencias negativas.
El contencioso entre el PSOE y Unidas Podemos por la investidura y por el futuro gobierno central es de otra índole. El partido de Pablo Iglesias quiere que Pedro Sánchez compense su eventual apoyo con claras concesiones en términos de poder. Pero hay más que esa ecuación en juego. El PSOE no quiere irse a la izquierda más allá de lo que considera oportuno, sobre todo pensando en el futuro de una legislatura que sería larga y en la que podría verse obligado a tomar decisiones impopulares, particularmente en materia económica. Y Unidas Podemos necesita rentabilizar el capital político del que dispone, sus 42 diputados, para frenar su caída y el riesgo de una crisis interna. Y esas necesidades son tan acuciantes que no se puede excluir un golpe de escena.
Dichas todas las anteriores obviedades, una más. No va a haber ninguna noticia en ninguno de los frentes de la incertidumbre hasta que queden unos pocos días, quién sabe si unas pocas horas, para que concluyan los plazos. Nadie va a mover ficha sin tener seguro cuál va a ser el tablero final. Es decir, hasta que no sepa qué van a hacer los demás.