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En la estupidez de la derrota

El escenario donde el PSOE ha evaluado los comicios a la Asamblea de Madrid, vacío. A la izquierda de la imagen, Isabel Díaz Ayuso celebra la victoria

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"Cuanto peor sea tu opinión del adversario que te ha vencido, más estúpida es tu derrota

Daniel Innerarity

Habrán leído y visto y oído a estas horas una pléyade de análisis sobre los resultados de las elecciones madrileñas en las que hay que afirmar, sin ningún rebozo, que ha arrasado Isabel Díaz Ayuso. Algunos de ellos preñados de deseos más que de evidencias -los que ven ya un cambio de ciclo que teñiría de azul España- y otros igualmente contumaces en colocar la derrota de la izquierda, y singularmente la del PSOE, pero también la de Podemos, en el armario de las culpas ajenas: el discurso trumpista, los medios y los hay que hasta terminan responsabilizando al votante de su error al elegir aquello que no le interesa. A eso achacan muchos que Ayuso haya ganado en barrios como Vallecas o Villaverde, barrios obreros y barrios deprimidos o hasta barrios con capas de población marginal y es que el PP ha sido el más votado en todos los barrios de la capital y hasta en los pueblos que resultaban feudos inexpugnables de los comunistas. 

Decía Bertrand Rusell que gran parte de las dificultades por las que atraviesa el mundo se deben a que los ignorantes están absolutamente seguros de todo y los inteligentes, llenos de dudas. Las dudas son lo que hay que resolver. La izquierda, no solo la española, lleva sin resolver sus dudas o sin terminar de planteárselas desde finales del XX, cuando Tony Judt no tuvo empacho en ponerlo negro sobre blanco. Un cuarto de siglo después, muchas de las cuestiones que él se planteaba -era un tipo realmente inteligente- siguen, no solo estando vigentes, sino agravadas y el divorcio entre las clases dirigentes y los intelectuales de izquierda y aquellos a los que consideran sus votantes naturales se va ensanchando hasta dejar a muchos de estos partidos en la irrelevancia. 

Preguntémonos, pues. Primero las cuestiones fáciles y después las que aún no tienen respuesta pero son inevitables. Lo fácil es explicar el trasvase de votos desde el PSOE a Más Madrid. Los socialistas no estaban preparados para afrontar unas elecciones en Madrid, con esa FSM siempre a la gresca y con esa falta de relevos, y ellos mismos se ocuparon de ponerse la zancadilla en los comicios. Fue aquel juego de carambolas que nunca se produjeron, el de las mociones en Murcia, el que desató la convocatoria electoral. Así que auto entrampados dejaron como candidato a un Gabilondo que, además de soso y formal, también era un desaparecido. No ha ejercido su labor de jefe de la oposición en los dos últimos años. Mónica García ha sido la jefa de la oposición. Con un candidato que conecta y hace vibrar a sus potenciales votantes (ironía a full), Moncloa desembarca en su trastienda y lo anima como a un guiñol. En su primera representación rompe la expectativa de todo votante progresista de poder sumar y afirma: “con este Pablo Iglesias, no”. Estupefacto el personal, con su llamada a Ciudadanos, la campaña no ha hecho sino comenzar su rocambolesco descarrilamiento que llega al éxtasis en ese debate de la curva pronunciada: “Pablo, tenemos 12 días para ganar”. ¿Cuántos votantes naturales llenos de dudas se escaparon? ¿cómo fue el trasvase de votos al PP desde el PSOE? ¿Fue quizá por aquellos patinazos sobre los impuestos y los mensajes discordes que llegaban de un lado y otro? No estaría de más abandonar 'House of Cards' y aprender a leer al votante habitual que, ¡coño!, no es tan difícil excepto que los encargados de hacerlo no sean votantes habituales de izquierda, que eso también pasa. 

Hasta ahí lo fácil. Lo complejo, lo que no sé si va a tener espacio en el debate interno pero es sustancial, es cómo ha perdido pie la izquierda entre población que, por lógica, debería ver un paraguas protector en los servicios públicos y una esperanza en los planteamientos de esa izquierda divina que fluctúa en su sesudo mundo entre ejes y diseños y teorías y desprecios. Como muestra, dos botones. Monedero, caso ruselliano, afirmando que quien cobra el salario mínimo interprofesional (SMI) y vota Ayuso “está alienado” y “no me parecen Einstein” o Carmen Calvo, más comedida, “para un socialista es difícil ir a hablar de cañas, ex y berberechos”. Los votantes no se equivocan, porque tienen sus razones. Pensar que estas son erróneas es un ejercicio huero. De los escupitajos no nacen las mayorías en las urnas. La cuestión es preguntarse por la lógica de esas razones. Diseccionar por qué llegan a ellas, entender las motivaciones, descender a las calles para comprender y, tras comprender, proponer. 

Las clases desfavorecidas, que son diferentes del proletariado del XX, han demostrado que no están para eslóganes de los años treinta ni para emocionarse y enrolarse en la lucha antifascista o antifranquista con los mismos parámetros de hace décadas. Esas son las preguntas que importan. Más allá del efecto claro provocado por la pandemia -la elección del que no te impone restricciones que ya no soportas aunque sean por tu bien- hay mucho que comprender sobre la clase trabajadora aspiracional. Revisar los problemas reales de los que no llegan a fin de mes pero viven en los alrededores de Madrid esperando su oportunidad para poder llegar y vivir donde y como viven aquellos a los que ven todos los días cuando van a trabajar. 

¿Cómo perdieron la ilusión aquellos cinco millones de personas que empujaron a Podemos hasta rozar los cielos? ¿Dónde están los que ya le han dado la espalda? ¿Por qué lo han hecho? Teniendo en las manos las políticas sociales de un Gobierno en un momento de crisis nunca vista ¿cómo es que no se es capaz, no ya de implementarlas con toda eficiencia, sino de rentabilizar ese esfuerzo en forma de apoyos en las urnas? 

¿Qué lugar ocupa la izquierda en el siglo XXI? ¿Qué respuestas más allá de la defensa de los derechos humanos, muchas veces teórica, y de los servicios públicos puede dar a las personas que sufren en sus vidas efectos directos de macro políticas que son bandera de la izquierda? Madrid es un enorme laboratorio social y las respuestas que ha dado a las fórmulas de siempre han sido contrarias a la mezcla usada.  

Aún hay algún tiempo para ponerse a ello, pero no demasiado.

“Ten presente ante todo que la estupidez consiste, enteramente o casi, en tener un concepto exagerado de sí mismo”, dejó dicho, y ustedes sabrán para quién, Girolamo Cardamo.

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