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El feminismo del sentido común

Miles de personas en una de las dos manifestaciones convocadas en Madrid este viernes con motivo del 25N. EFE/Kiko Huesca

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El 25N concluyó con la escenificación de un feminismo dividido, especialmente en Madrid, escenario no único pero sí central para medir el estado de los movimientos por la igualdad. En el Día Internacional contra la Violencia de Género convivieron una marcha que recorrió Gran Vía, de la que participaban varias ministras socialistas y en la que un grupo de manifestantes pidió la dimisión de Irene Montero, y una concentración en Vallecas que la aplaudió y arropó. Pareció que el violento ataque de Vox en el Congreso no ha logrado unir al feminismo en torno a la ministra de Igualdad, y que la futura norma para las personas trans y el incendio provocado por los efectos de la ley del 'sí es sí' siguen fracturando el movimiento.

Mientras tanto, Alberto Núñez Feijóo había reclamado la vuelta del feminismo “del sentido común, del consenso, el que se adapta a la España real”. Más allá del oportunismo político, el líder de la oposición tiende a vaciar de contenido conceptos generalmente aceptados, como la moderación o el sentido común, cuando no los convierte en muros para impedir avances sociales transformadores. ¿En qué consiste el feminismo del sentido común? ¿Cómo explicar que parte del feminismo que parece de sentido común en realidad no es feminismo? ¿Y cómo defender que las discrepancias dentro del movimiento feminista son positivas?

Legislar contra la violencia de género, sobre el matrimonio igualitario o el derecho al aborto no fueron durante décadas cuestiones de sentido común aceptadas por toda la sociedad sin recelos. Solo cuando la realidad machista es imposible de ocultar (cómo no recordar a Ana Orantes, 25 años después del asesinato que puso rostro a la violencia de género) y las conquistas sociales se han asentado se ha hecho posible decir que estos avances eran de sentido común. 

El feminismo moderado, el que no molesta y gusta a todo el mundo, no transforma la sociedad. No lo ha hecho en el pasado ni lo hará en el futuro. Esta corriente, a la que se apuntan hombres y mujeres, defiende que ya se han alcanzado, al menos en las sociedades occidentales, todas las reivindicaciones feministas, que la igualdad es un hecho y que no es necesario legislar más en este tema.

El Instituto Nacional de Estadística dice, sin embargo, que entre los jóvenes menores de 18 años crece la violencia machista y que las agresiones sexuales aumentan. Tampoco tenemos una solución ni hay consenso en el abordaje de la pornografía o la prostitución. No basta con persuadir a los machistas, maltratadores o a los agresores sexuales porque el machismo es un sistema asentado que reproduce desigualdades y violencias, un conjunto de inercias y ventajas de unos sobre otras que cuesta combatir, aunque derribarlo sea positivo para hombres y mujeres. No se trata de cerrar los ojos ante la repercusión social, a veces negativa, de las leyes de igualdad, pero sí de combinar políticas específicas valientes con educación y fortalecimiento de valores éticos compartidos. 

Cuando la derecha quiere abanderar el feminismo “del sentido común”, se vuelve necesario que la izquierda vuelva a pensar en el feminismo que quiere defender. Y para ello es imprescindible tanto abogar por el debate interno como no dejarse llevar por la distorsión que supone la ultraderecha: en el feminismo caben todas las personas pero no todas las ideologías, y esas que no caben no pueden marcar el debate.

Los ataques a la ley y personas trans por parte de un sector del feminismo y la falta de autocrítica y espacio para la escucha por parte de otro son los que están convirtiendo en estos momentos cada postura en una trinchera. Las feministas deberíamos saber mejor que nadie que nunca se está en posesión de una verdad definitiva, que la autocrítica y la posibilidad de que nos quiten la razón sin sentirnos derrotados son imprescindibles para avanzar. La propia esencia del movimiento ayuda, porque no es un sistema cerrado de ideas, no es una ortodoxia, por fortuna. Por eso no puede apropiárselo un partido: ni Unidas Podemos ni el PSOE en solitario pueden pilotar su rumbo.

El próximo reto es la 'ley trans', que abre las políticas feministas para incluir a las mujeres trans, pero el debate sobre si esto desdibuja a las mujeres o sobre la necesidad de políticas específicas para unas y otras debe permanecer abierto sin que suenen tambores de guerra. Porque lo esencial es seguir dando la batalla política por nuestro feminismo, el que une a personas diversas que desean seguir construyendo juntas una sociedad igualitaria.

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