Game of chicken
Los americanos lo llaman game of chicken. Dos coches se lanzan el uno contra el otro, a toda velocidad, de tal modo que pierde quien se aparta primero: el gallina. Es un juego de auténticos gilipollas, puro desparrame hormonal para adolescentes. Y para Rajoy.
Nuestro presidente no lo practica literalmente (que sepamos), pero es un as en su desarrollo metafórico. Mientras Varoufakis va por ahí dando la matraca con la teoría de juegos aplicada a las negociaciones, Rajoy es más de meter la quinta, cerrar los ojos, y que sea lo que Dios quiera.
Basta con recordar el lanzamiento kamikaze que se marcó contra Artur Mas, otro excelso fanfarrón, y, en general, contra la mitad de la población catalana. Por mis muertos que no hacéis el referéndum, dijo Rajoy. ¡Por los míos que sí!, gritó Mas. Y se lanzaron el uno contra el otro, demócrata contra demócrata, sin una mísera llamada de por medio. Si no hubo víctimas es porque parte de la sociedad catalana dio un volantazo en el último segundo, a la espera, quizá, de un presidente menos chalado.
Cualquiera diría que Rajoy es imbatible en este juego. Pasión le pone, eso está claro. Mire, si no, la entrega con que se ha lanzado contra los chifladores del himno. O se mata Rajoy o se matan todos los demás. Lo que haga falta por España y por los españoles, muy españoles y mucho españoles.
Al Presidente no parece entrarle en la cabeza que la mejor manera de resolver un problema sea comprendiéndolo. Analizando las motivaciones del adversario y enfrentándose a la raíz del conflicto. Empatía llaman a eso, y en La Moncloa se estila más bien poco.
A Rajoy no le interesa resolver el problema que subyace en el hartazgo catalán ni en los pitidos al himno. Él no es un académico, como esos comunistas de violeta. Él es un tipo de acción; el volante es suyo por mandato popular y hace con él lo que quiere. Si alguien opta por conducir en sentido contrario a la norma, sabe que, tarde o temprano, se topará con un presidente dispuesto a morir con tal de no hacer preguntas.
Ahora Rajoy conduce a toda velocidad contra su propio partido. Todos los que opinan que debería tomar medidas tras el castigo electoral del 24M están equivocados, y él va a demostrárselo. Lo va a hacer a su estilo: aferrado al volante, con los ojos inyectados en sangre, borracho de poder. O se aparta el PP o todos acabarán muertos.