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Gobernar para sobrevivir

Mariola Urrea Corres

Se cumplen 100 días desde que fuimos convocados a las urnas para elegir a los diputados encargados de otorgar la confianza a quien asumirá la presidencia del Gobierno de España en los próximos cuatro años. Todavía nadie está en condiciones de afirmar si hay alguna posibilidad de formar gobierno o si -pasado el plazo constitucionalmente previsto- se disolverán las Cortes y habrá nueva convocatoria electoral. A lo largo del mes de abril sabremos si los 130 diputados que conforman el acuerdo firmado hasta ahora entre PSOE y Ciudadanos tiene la fuerza de atracción suficiente para garantizarse la abstención de Podemos o del PP o si, antes de dar por terminada la legislatura, el PSOE reconfigurará su estrategia y explorará las posibilidades de un acuerdo ‘a la valenciana' con Podemos y tantas fuerzas políticas de izquierda como exija la mayoría requerida para superar una nueva sesión de investidura.

No es cuestión de detenernos en más comentarios sobre una situación política cuyo análisis está, al menos en la actualidad, prácticamente agotado. Más interés despierta, a nuestro juicio, una reflexión acerca de los condicionantes personales y políticos que afectan a Mariano Rajoy, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera en este proceso de negociación para la gobernabilidad del país. Dichos condicionantes determinan la forma y el fondo en el que transcurre un tiempo que dura ya más de lo que los ciudadanos consideran razonable y en el que hacer política ha dejado de ser un arte que requiere talento para convertirse en una expresión primaria de supervivencia política. Desde este planteamiento, nos detendremos en las circunstancias que concurren en cada uno de los líderes en activo y que podrían estar determinando de forma significativa su actuación, así como las probabilidades de éxito en el proceso de formar gobierno.

Así, Mariano Rajoy lidera un partido carcomido por los casos de corrupción. Manda pero no gobierna en su organización. Se ha convertido en un obstáculo y lo sabe. Al declinar la invitación del Rey para intentar conformar un gobierno perdió la oportunidad política de imponer el relato con el que podía justificar una salida meritoria de la política. Desde entonces, desea la convocatoria de nuevas elecciones como confirmación del fracaso de Sánchez. Es consciente de que su tiempo político ha pasado pero aspira, no obstante, a que su salida arrastre también al líder del PSOE, a quien nunca le perdonará haberle acusado de no ser una persona decente.

Por su parte, Pedro Sánchez gobierna un partido que parece no haber saldado todavía los errores de su última etapa de gobierno. A pesar de contar únicamente con 90 diputados, aceptó el encargo de formar gobierno demostrando buena disposición para hacer de la necesidad virtud y convertir la sesión de investidura en una oportunidad para inaugurar un nuevo tiempo político. En el plano orgánico, ni le faltan candidatos para disputarle el control político sobre su organización, ni le dejan libertar para definir los términos de los acuerdos. Precisamente por todo ello, el lider socialista sabe que su futuro político pasa necesariamente por hacerse con la presidencia del Gobierno.

Pablo Iglesias es ya consciente de las tensiones que implica gobernar un partido que hunde sus orígenes en la lógica asamblearia, pero aspira a administrar el poder desde la ocupación institucional. Ha podido comprobar que la capacidad de seducción de los platós televisivos no se transmite con la misma intensidad desde la responsabilidad que impone la tribuna del Congreso. Está obligado a hacer equilibrios con un programa que manifiesta no pocas contradicciones en según qué territorios. Pretende quebrar el acuerdo entre PSOE y Ciudadanos para convertirse en el socio imprescindible de un gobierno de cambio del que ambiciona ser vicepresidente. Su liderazgo orgánico se enfrenta a no poca contestación interna, que trata de mitigar con respuestas de corte autoritario. Errejón, de momento, guarda silencio y espera su turno.

Albert Rivera configuró un partido con vocación regionalista que nunca ha sido relevante en España. Es más, su estrella se apagaba en Cataluña cuando la tensión independentista y la corrupción abrieron un espacio electoral que su líder aprovechó de forma particularmente exitosa en las últimas elecciones catalanas para proyectarse, a continuación, en el plano nacional. No es fácil anticipar cuánto resistirá un proyecto político que no da respuesta a la diversidad que representa España. Consciente de ello, Albert Rivera se presenta como un político facilitador de espacios de entendimiento. Solo si consigue ser el arquitecto del gobierno habrá logrado su objetivo.

De todo lo expuesto, resulta evidente que tres de los cuatro actores políticos que marcan la agenda de las negociaciones necesitan formar parte del gobierno para poder sobrevivir políticamente (Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera). De los tres, solo uno de ellos tiene que estar, necesariamente, en cualquiera de las opciones de gobierno posibles como presidente. Dos de los tres ya mencionados se declaran incompatibles entre sí. Hasta el momento, ninguno de los dos que evidencian su incompatibilidad acepta abstenerse para garantizar el gobierno de los otros dos y así poder configurarse como fuerza política de una oposición que podría condicionar la agenda de gobierno. El cuarto en discordia simplemente espera que sea la incapacidad de los otros tres la que favorezca una gran coalición en la que solo cree Mariano Rajoy porque, de darse, únicamente él resultaría políticamente viable.

En suma, vistos los condicionantes y revisados los distintos escenarios, solo queda esperar y ver qué sorpresa deparará, finalmente, el mes de abril.

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