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Grandeza española

El rey Felipe VI en un desfile del 12 de Octubre

Gabriela Wiener

Se puede tachar de muchas cosas el pedido que hizo el presidente de México, López Obrador, al rey y al gobierno de España, pero no de extemporáneo. Podrán tirar piedras los nacionalcatolicistas españoles contra el mensajero, pero no pueden seguir ignorando el mensaje. De hecho, aunque AMLO piense sacar tajada de su “desafío” a España, su papel ha sido de mero vehículo y altavoz de un reclamo que los pueblos originarios llevan años articulando. Y el fondo de éste no es más que hablar de la responsabilidad histórica del Estado español por la invasión de sus territorios, el saqueo de sus recursos y el genocidio indígena, aunque haya pasado 500 años, sí, y promover una cultura anticolonial de la reconciliación y una justicia restaurativa, que traiga reparación para todxs.

Nunca es tarde para hacer el saludable gesto de pedir perdón a estas comunidades despojadas por la violencia colonial, pero no, España no lo ha visto así y, como si se tratara de una declaración de guerra llegada de México, ha “rechazado con firmeza” este pedido de reconocimiento por los abusos cometidos. Se ha indignado tanto el gobierno de España como los escritores rancios, los provocadores cínicos liberales y los fachas que no quieren desenterrar a Franco, sorprendidos de que haya gente del sur global pidiendo cuentas por un suceso ocurrido, según ellos, en un pasado remotísimo y ya olvidado.

¿Somos unos acomplejaditos nada más? ¿Es tan pasado ese pasado? Resulta que estos procesos de justicia, estas políticas de reparación que en los últimos años, se ha demostrado, nos han hecho avanzar como sociedades que respetan los derechos humanos, consisten en recordar, en hacer memoria, en no olvidar. No importa el tiempo que haya pasado si el dolor, el resentimiento y la herida persisten. Lo decimos cuando se trata de una niña violada hace veinte años. O de cientos de desaparecidos y ejecutados en una dictadura que acabó en 1975. Y lo señalamos para un genocidio cultural de hace cientos de años. Lo que se le propone al gobierno español no es que se dé golpes de pecho, es que madure de una vez, que deje de jugar al Risk.

Entre las contestaciones que hemos tenido que soportar de los ofendidos está, por ejemplo, la de escurrir el bulto recordándonos nuestros apellidos españoles, que para millones de ancestros no fueron elegidos, sino impuestos a sangre, fuego y cruz. Pero, ¿en realidad el país que es hoy España, su estado moderno, su democracia, los tatarabuelos y bisabuelos de varios tuiteros del PP y de Ciudadanos, no tienen nada que ver, nada que decir, no deben sentirse apelados, tienen los deditos sin mácula? Después del nuevo estallido del feminismo, ¿se van a sacar de la manga un #notodoslosespañoles ahora?

La invasión y el expolio de América no solo fueron atroces, sobre esos hitos, que se celebran aquí cada año como una fiesta patriótica, se construyó además una identidad nacional española que sostuvo en el pasado una dictadura y en el presente el ego conquistador de Pérez Reverte y el futuro de Vox. Tuvo que venir Franco para consolarlos de la pérdida de su última colonia y renovar a punta de nostalgias imperiales el ideal de una España grande y católica. Ahora llega el trifachito con un poco de lo mismo.

No son los indígenas y los mestizos de las excolonias españolas precisamente los que viven del pasado. Estos sectores nacionalistas prefieren seguir aludiendo a una grandeza española basada en una gesta bélica sobre pueblos indígenas, en el exterminio del trabajo forzado en las minas, en el desfalco del oro, en el racismo salvaje y la evangelización violenta, que empezar a hablar de otro tipo de grandeza. Van a desaprovechar la oportunidad. Saben que aún pueden sumar votos en esta campaña electoral pregonando esa España de viejo abolengo, terminator y amnésica. Dicen que los que no quieren olvidar la herida de la colonización son los que enfrentan pueblos, cuando ellos, con todas las sensibilidades que hay en juego, siguen celebrando su fiesta nacional el 12 de octubre. Hablaremos de las luces, cuando accedan a hablar de sus oscuridades.

No, por sacarnos de la barbarie solo les va a dar las gracias Vargas Llosa y las élites políticas y económicas que han gobernado y gobiernan esos países como una perfecta herencia de los virreinatos españoles, que siguen haciendo la reverencia al rey de España cuando pasa por allí, y blandiendo intactos el racismo, el clasismo y la exclusión coloniales, negando a los pueblos indígenas la consulta previa y el derecho a decidir sobre sus territorios y vendiéndolos al mejor postor. Creen, ya lo dijeron, que en América “se mataron cuatro indios” y ya. La contraparte de la fornida identidad española que sigue saliendo a caballo ha sido en nuestros países una identidad escindida, rota, que continúa soportando la huella de esas violencias.

Otras y otros, por el contrario, pensamos que es urgente seguir hablando de una colonialidad que no cesa, que sigue imponiendo lógicas individualistas y capitalistas en lugares donde se funciona en comunidad, que es depredadora del medio ambiente, aplasta la diversidad, sigue arrasando territorios y lenguas, sigue matando a quienes lo defienden, o de la actualización de ese saqueo que representan multinacionales españolas como Repsol, Iberdrola, Telefónica, y las demás. ¿Por qué no dejan de hablar de su enemigo político López Obrador y escuchan lo que tienen que decir esos pueblos sobre su memoria y su presente?

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