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La grieta

Un grupo de sanitarios se manifiesta en defensa de la atención primaria.

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En aquellos días aterradores de la primavera del año pasado casi el único ruido que se oía cada noche en Madrid era el del camión de basura. En mi calle, pasaba antes de la medianoche, posiblemente por la falta de tráfico o por el cambio de horarios. A veces, había aplausos para esas personas que seguían haciendo su trabajo, manteniendo el orden para todos, arriesgándose cada día en la gestión de residuos que entonces no sabían ni qué peligro tendrían. No solían darse cuenta de que los aplausos iba por ellos, probablemente por el ruido del camión. 

Y luego estaban las sirenas, constantes, gritonas, señal de que tantas personas sufrían, que probablemente estaban en situación muy grave porque las ambulancias no daban abasto más que para atender a los casos extremos. Y a veces ni eso. 

Nunca habíamos vivido algo así. Incluso las personas que en España pasaron la dictadura y la Transición dicen que esta pandemia y sus efectos son inéditos. Los neurólogos aseguran que nos ha cambiado el cerebro, no sólo la vida. Y que lo vivido tendrá efectos que se notarán en futuras generaciones. 

Hace poco más de un año el Gobierno, en un intento de optimismo quizá comprensible, pero también imprudente y precipitado, sacó aquel eslogan de “Salimos mejores”. Tardamos poco en entender que no salíamos de la crisis y que nos quedaban meses y meses de sufrimiento y agotamiento por delante. Lo de “mejores” era tal vez más lógico, más esperable después de una experiencia de dolor colectiva y global.

En la calle, ahora escucho casi cada noche los gritos de los jóvenes que pueblan los bares, dentro y fuera, que han florecido en estos últimos meses. A ratos gritan, a veces se pelean o tiran botellas. No están haciendo botellón, simplemente es el revoloteo habitual entre bares, algunos nuevos, otros que existían, pero que ahora tienen terrazas que ocupan toda la acera y que hacen que el peatón tenga que pasar por una estrecha fila entre la terraza y los que están de pie a la entrada del bar o restaurante. Da igual el día de la semana. Da igual la hora. Algunos vecinos se quejan. Otros no, e incluso comentan que es un acto de “libertad” y de vuelta a la vida. Quienes habrían sido unos gamberros dando la tabarra ahora son un símbolo para algunos. 

Sigue sonrojando el uso de la palabra “libertad”, que tiene un significado tan sagrado para personas que realmente han sido privadas de ella en este país y en muchos otros. 

La misma palabra que entonaba Jarcha cuando significaba el fin de la dictadura, la que celebra mi amigo el periodista Jason Rezaian después de un año de prisión en Irán y siempre tan generoso, la que siente disfrutar por primera vez Paola por poder desfilar sin miedo en el Orgullo después de sufrir tantas amenazas y tener que huir de su país. 

Ahora no es tan sorprendente, ni por ello menos deprimente, la escena de unos pocos jóvenes gritando libertad y dando problemas a la policía y al personal en un hotel de cuatro estrellas frente al mar donde estaban unos días confinados para prevenir el riesgo que han creado para ellos y para los demás, mientras cumplen las normas que hemos cumplido todos como mal muy menor. 

Puede ser una anécdota y no es justo generalizar ni sobre los jóvenes ni sobre este grupo en concreto (no todos se comportaron así). Pero la situación y las reacciones reflejan una sociedad en apariencia cada vez más irritada. 

La encuesta del Pew Research Center en 17 países ricos muestra que en muchos los ciudadanos tienen una percepción de más división y menos optimismo que antes de la pandemia, o incluso que al principio. En España, el 77% de los encuestados creen que el país está más dividido, y sólo el 21%, más unido. La brecha española, que se ha alargado en el último año, es una de las peores del mundo, junto con la de Países Bajos y Estados Unidos. Más que una brecha es una grieta, como dicen nuestros colegas argentinos.

Sin duda, algunos políticos han alimentado con falsedades y retórica vacía esta brecha porque se ha demostrado en el mundo que renta en votos. Pero en este punto, con tanta información y tanta experiencia de lo que es vivir una pandemia, las excusas para el comportamiento de algunos ciudadanos ya no cuelan.

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