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No estamos en guerra

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Andrés Ortega

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En la lucha contra el coronavirus se está imponiendo un impropio lenguaje bélico. Las referencias a una guerra se están multiplicando desde que el presidente francés, Emmanuel Macron, declarara “Nous sommes en guerre”. “Guerra Mundial C”, lo han llamado otros. Ahora el coronavirus es “el enemigo”. “Enemigo de la humanidad”, lo llama la Organización Mundial de la Salud. Un enemigo invisible, aunque a diario veamos su forma en las noticias. Pero, aunque la situación se le parezca, sobre todo por el alcance de las medidas sin precedentes que se están tomando, no estamos en guerra.

Baste un ejemplo: el de la desgraciadamente llamada “gripe española”, que en 1918 acabó con más vidas que el frente de batalla. La guerra era la que se libraba en las trincheras y otros lugares. La gripe fue una pandemia. En este país –y en los de nuestro entorno– solo los más mayores tienen vivencias de lo que es una guerra, aunque para todos los demás esta sea la crisis más grave que habremos vivido.

La guerra genera más destrucción física. Una pandemia genera más sufrimiento y destrucción humanos. En esto se podría asemejar a aquella bomba de neutrones diseñada para acabar con vidas humanas pero no con su entorno físico. Tiene más parecido con un accidente de Chernobil en pequeño, y, con efecto contagio, ampliamente repetido por doquier. En una guerra la vida económica sigue, en economía de guerra. Con esta pandemia, la vida económica se está parando, salvo para algunos suministros esenciales. No hay hambrunas (aunque habrá que esperar a ver qué pasa en economías más atrasadas como las africanas). Hay una gran movilización de recursos sanitarios y fiscales. En todos los países, comenzando por donde comenzó, China. Pero la comparación con la economía de guerra tampoco es acertada pues aunque es el sistema sanitario el que requiere casi una financiación ilimitada (frente al sector de la defensa en una guerra), el capital y el trabajo se reparten de otra manera, como apunta el economista francés Thomas Philippon, para el cual la comparación a hacer es más bien con un desastre natural, aunque en esta pandemia hay menos destrucción física. Puede en algunos aspectos ser peor. Como señalaba Luis Garicano, “ningún libro de texto habla de cómo congelar (¡y descongelar!) una economía”.

La recuperación será más fácil. Aunque cambiará nuestro modo de vida y habrá que reconstruir la economía y la sociedad, todo estará ahí esperando una reactivación que puede ser rápida, aunque en algunos sectores, como el turismo y la hostelería, tarde. Y está llamando a una coordinación y cooperación europea e internacional sin precedentes de recursos públicos, y en la medida de lo posible privados, e incluso de la sociedad, a través del distanciamiento social, una forma de resistencia pasiva a falta de otras. Y que requiere resiliencia emocional.

La guerra, como escribiera Clausevitz, necesita de inteligencias personificadas, que son las que negocian su decurso y su fin. No estamos como en la obra teatral Estado de Sitio de Albert Camus (más interesante que su novela) ante una personificación de la peste, en este caso del coronavirus. Este no tiene inteligencia, no se puede negociar con él, no tiene racionalidad, aunque siga unas pautas y una lógica –que no una gramática– que estamos intentando descubrir para combatirla. Y no hay censura. Todo lo contrario, en estos tiempos.

No hay que confundir guerra y seguridad. Sin duda, esta pandemia es un problema, entre otras dimensiones, de seguridad. Así lo recogen diversas estrategias nacionales de seguridad sobre todo en términos de impacto. Esto ha pasado aparentemente inintencionadamente. Pero debe llevar a reflexionar sobre las capacidades de la guerra o terrorismo biológicos con las nuevas posibilidades que conlleva una biotecnología más accesible.

Convendría evitar el lenguaje bélico. Que los mandos o portavoces de las policías, Guardia Civil, no salieran en sus uniformes engalanados y sus medalleros, y se pusieran los de faena para comparecer en público, como hace el teniente general Fernando López del Pozo, comandante del Mando de Operaciones. Claro que hay que recurrir a las fuerzas de seguridad. Están siendo muy útiles, y cabe recordar que la entonces oposición criticó la creación de la UME, la Unidad Militar de Emergencias, en 2005, que tanta utilidad ha demostrado.

Algunos dirigentes políticos se están viendo en papeles bélicos. Donald Trump, que no es un belicista, se ve ahora como un presidente en guerra, un wartime president con un enemigo claro: lo que el llama “el virus de China”. Para interpretar a Boris Johnson hay que pensar en su obsesión con Winston Churchill, del que escribió una biografía.

Pero sí se debe ver como un momento de liderazgo –individual y colectivo– y de saber mandar mensajes a la población. No es una guerra, tampoco menos que una guerra, pues es una lucha que genera mucho sufrimiento y requiere mucho esfuerzo y sacrificio.

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