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Guillermo de Baskerville en la Rey Juan Carlos

Campus de Vicálvaro de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid.

Gumersindo Lafuente

Guillermo de Baskerville y su inseparable Adso de Melk disfrutarían de lo lindo si les dejasen pasar una temporada en la Universidad Rey Juan Carlos. Los inolvidables personajes creados por Umberto Eco para El nombre de la rosa encontrarían sin duda un gran placer sumergiéndose en las diferentes tramas que se cruzan en la corta historia de la universidad del sur de Madrid. Plagios, “negros”, amenazas, despidos, denuncias, “cadáveres”, miedos, complicidades, clientelismo, cobardías... Y política, mucha política.

Quizá en esta universidad pública, como en tantas otras de nuestro país, el día que entró la política por la puerta, huyó la inteligencia por las ventanas, dejando los campus llenos de profesores y alumnos, pero vacíos de contenidos. Qué otra cosa podemos pensar cuando después de meses de escándalos por las denuncias de plagio sistemático de Fernando Suárez, el anterior rector, gana las elecciones –celebradas el pasado miércoles– un candidato, Javier Ramos, que como medida estrella de su programa llevaba la garantía de que no investigaría al rector saliente.

Es verdad que tampoco alentaba mucho al voto la otra candidata, Rosa Berganza que, quizá por las prisas, copió una buena parte de su programa de una candidatura de las anteriores elecciones. Ella dice que con permiso, pero si algo se le puede pedir a un candidato, y más en la actual situación de esa universidad, es que al menos sus promesas electorales sean originales.

Lo peor del asunto es que en el centro de este huracán de insensateces están más de 50.000 alumnos que llegaron con la ilusión de formarse, con la esperanza de tener maestros críticos, de poder debatir abiertamente sobre su futuro y se han encontrado con una institución que roza los comportamientos mafiosos y hasta les prohíbe repartir folletos informativos sobre la situación en el campus y pide la intervención de la policía.

Y lo más inquietante es que esta situación de indecencia intelectual (y de la otra) parece que se repite en mayor o menor medida en muchas universidades de España. Algo falla en el sistema. Mucho se ha hablado de los llamados bancos de favores, de las camarillas, del mal funcionamiento de los sistemas de habilitación. Y lo que al final ha quedado, tras diversas reformas, es una universidad pública que poco a poco ha ido derrochando su prestigio.

Ojalá que el nuevo gobierno en minoría del PP sirva por lo menos –ya sería mucho– para que los partidos se sienten a trabajar y alumbren una nueva ley de educación que sirva para acabar de verdad con tantas miserias. Y ojalá, también, y no es broma, que cuando decidamos ponerle el nombre de una persona a una institución educativa esperemos un poco, no vaya a ser que la trayectoria final del elegido acabe siendo más un problema que un privilegio.

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