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Sin hambre el patrón no paga miseria

Pablo Iglesias, María Jesús Montero y José Luis Escrivá, durante la presentación del ingreso mínimo vital este viernes.

Antonio Maestre

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El insulto aporafóbico que subyace tras catalogar de “paguita” el ingreso mínimo vital nace de un profundo odio de clase integrado en la ideología neoliberal. Un ítem propagandístico hegemónico que una inmensa mayoría vividora de ricos wannabes, carne de cañón de préstamo cancelado para una start up, ha mamado de forma acrítica hasta alienarse. Se creen que su opinión, dirigida hasta la trepanación, nace de un profundo análisis emancipatorio frente al marxismo cultural imperante. No hay más oveja que quien llama rebaño a la masa.

Manuel Sacristán, uno de los marxistas de referencia olvidados de nuestro tiempo, era vilipendiado por rechazar el dogmatismo y enarbolar la utilidad pragmática para conseguir avances sociales mientras no se había alcanzado el socialismo. El mientrastantismo era aquella idea que buscaba cómo ser útil en las democracias liberales hasta lograr los postulados marxistas. El ingreso mínimo vital es mientrastantismo en esencia pura: usar una situación coyuntural como la pandemia para cambiar sustancialmente un problema estructural apabullando a la crítica que de otra manera hubiera sido furibunda y ahora es solo una muestra de estertores liberales. Los pragmáticos que dudábamos de este Gobierno, los dogmáticos que llamaban vendidos a los que entraban en él y los vocingleros que han llegado al Congreso a mostrar su inutilidad con una bandera han comprobado para qué sirve un BOE. Para cambiar de manera sustancial la vida de quienes más lo necesitan.

Es cierto que, como siempre, asoma la paradoja de la desmovilización para la izquierda, con pan no hay revolución. Que las medidas socialdemócratas como el ingreso mínimo vital que mitigan el dolor sufrido por la lógica capitalista sin cambiar las dinámicas que lo provocan es la mejor herramienta de pervivencia del sistema. El capitalismo desaforado crea las desigualdades que acabarían por destruirlo y llega la socialdemocracia con sus medidas reparadoras para quienes más sufren a darle aliento. El ingreso mínimo vital es contrarrevolucionario, como cualquier medida que otorga protección social porque mitiga el hartazgo, pero eso solo puede inmovilizar en sus políticas a aquel que no pasa hambre. La estrategia a largo plazo no puede hacer olvidar que la prioridad fundamental de la izquierda es mejorar la vida de las clases populares, como dice David Harvey: “Si la política preferida de las élites dominantes es après moi le déluge [después de mí, el diluvio], no hay que olvidar que el diluvio se traga sobre todo a los impotentes y a los desprevenidos mientras que las élites tienen bien preparada su arca en la que, al menos por el momento, pueden sobrevivir bastante bien”.

Mientras tanto, mientras la derecha pierde tiempo insultando y criticando una medida contra la que no se atreverá a votar en contra ni siquiera la ultraderecha cobarde de Vox, se consolidará un nuevo avance social que mitigará la pobreza estructural en nuestro país. Un ingreso que no está vinculado a la lógica mercantilista, que pone en el centro la dignidad, y que otorga a las clases más depauperadas la oportunidad de protegerse ante la esclavitud impuesta de aquellos que, conocedores de la miseria, se sienten con la fuerza totalitaria del hambre ajena para torcer la libre elección de quien tiene que alimentar a su familia. Podrán explotar menos si el sustento está garantizado, por eso no les gusta. La lógica capitalista se ha negado por sistema a cualquier avance que otorgue un mínimo de libertad a los trabajadores y a las trabajadoras para que tengan capacidad de negociación de las condiciones de trabajo. Y no hay nada que rompa más las cadenas que eliminar el hambre propia de la mesa de negociación con el patrón.

Se dice erradamente que quienes critican esta medida no conocen el hambre, pero lo conocen muy bien, lo que no hacen es sufrirlo. Lo conocen porque llevan siglos utilizándolo como chantaje para imponer medidas draconianas a la clase trabajadora. Lo conocen tan bien como conoce el que sufría cómo lo usaban para subyugar o, como decía Miguel Hernández en El hombre acecha: “Tened presente el hambre: recordad su pasado/ turbio de capataces que pagaban en plomo./ Aquel jornal al precio de sangre cobrado,/ con yugos en el alma, con golpes en el lomo”. El '400 euros es mejor que nada' que apareció durante la crisis de 2008 para abrir el debate de los minijobs desaparece si ese montante está asegurado por el Estado. Sin hambre, sin necesidad, la patronal pierde su mejor arma de diálogo social.

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