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Hola, soy la sequía, vuelvo mañana

Entre 75 % y 80 % de probabilidad desarrollo de fenómeno El Niño en febrero

José Luis Gallego

La tendencia al alza y a la recuperación de nuestras reservas de agua embalsada se ha roto. Los pantanos están en su conjunto tres puntos por debajo de la media de los últimos diez años. No hay que alarmarse, pero haríamos bien en poner en marcha de una vez por todas las necesarias medidas de prevención para adaptarnos mejor a la próxima sequía.

Porque ¿qué hemos hecho a lo largo de estos meses de pluviosidad abundante para preservar ese tesoro que nos han dejado las lluvias? ¿Qué medidas hemos emprendido mientras nuestros embalses se llenaban para precaver no ya el riesgo sino la certeza de su vaciado? La respuesta es nada.

Sabemos que las sequías asociadas al cambio climático van a ser cada vez más severas y recurrentes. Sabemos que estamos en la “zona cero” del calentamiento global y que por lo tanto vamos a tener que enfrentarnos a escenarios de escasez cada vez más graves y difíciles de gestionar. Pero seguimos sin poner en marcha un gran plan nacional para el uso responsable del agua y la adaptación a las sequías del cambio climático. Un plan que debe ser expeditivo e inmediato, consensuado por todos los sectores y alejado de los intereses particulares de los partidos.

En este rincón del diario llevamos años señalando que el mejor momento para hablar con serenidad de previsión de recursos hídricos disponibles es el que acabamos de pasar: con los embalses llenos. Un momento que como bien sabemos va a ser cada vez menos frecuente, pero que sin embargo hemos vuelto a desaprovechar.

En ese sentido el tiempo nos ha hecho un donativo que el clima nos va a volver a arrebatar. Las lluvias han sido el mejor regalo del 2018, pero lo hemos tirado a la basura sin desenvolver.

¿Dónde están los avances en eficiencia? ¿Dónde los pasos adelante en depuración y reutilización? Seguimos jugándonos el futuro del agua a las aportaciones adicionales. Seguimos hablando de trasvases cuando todas las cuencas cedentes, todas sin excepción, son deficitarias. Seguimos apostando por más infraestructuras en lugar de revisar los planes de cuenca para adaptarlos a la realidad que se nos viene encima.

En lugar de promover la agricultura sostenible y apostar por la eficiencia de nuestros cultivos seguimos hablando de poner en regadío más tierras de secano, mientras la desertización avanza a dentelladas resecándonos el país. Pero ¿de dónde va a salir toda esa agua? ¿Es que acaso pretendemos convertir todo nuestro litoral en una sucesión de desalinizadoras?

Desde los partidos políticos siguen sin entender la urgencia a la que nos enfrentamos y continúan tirándose el agua a la cabeza los unos a los otros, recurriendo a la demagogia y al oportunismo. En lugar de sumar esfuerzos, de aunar voluntades y de apostar por la colaboración y el conocimiento compartido, se siguen anteponiendo idearios que poco o nada tienen que ver con el bien común de garantizar el derecho al agua de todos.

Se sigue hablando del agua como recurso en lugar de cómo lo que es por encima de todo y antes que nada: la sangre de la naturaleza. Nuestros representantes políticos están más interesados en discutir sobre la titularidad de los servicios para marcar programa ante sus votantes que en preservar los caudales ecológicos: ésos que permiten el mantenimiento de los ecosistemas y la biodiversidad asociada; la más rica, la más amenazada. Será porque los peces y las ranas, las nutrias y los patos no votan.

Y mientras tanto el momento de hablar del agua con calma, es decir con los embalses llenos, ha vuelto a pasar. Que alguien vaya a abrir que la sequía está llamando de nuevo a la puerta.

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