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Los huérfanos

Elisa Beni

Llevo una semana entre huérfanos. Gentes concienciadas, con inquietudes sociales y con un sentido participativo y responsable de la política que nunca pensaron que se iban a encontrar a la intemperie de un día para otro. Son ellos mismos los que han acuñado la definición. Se sienten así, totalmente huérfanos. Habían oído de la España madrastra y pensaban que tenían la fórmula para intentar cambiarla o, al menos, atemperarla en su desabrimiento pero no estaban preparados para ver cómo sus referentes se navajeaban ante su vista para después venderles la traición como patriotismo. Huérfanos. Saben que no podrán volver a depositar una papeleta para respaldar a un partido que va a aupar al gobierno a aquella forma de entender y gestionar España que aborrecen pero ignoran quién podría seguir representándoles algún día.

Así lo relatan y así se sienten.

Son personas de convicciones profundas y pausadas que sufren pensando que su voto va a destinarse a darle el poder al partido agusanado que ha logrado sumir al país en las mayores cotas de desigualdad que recuerdan. Desde luego, no son idiotas. Ningún “relato” ni ningún cuento les va a convencer de que es un gesto táctico ni de que es una grandeza de patriotas. Entre ellos hay profesionales con gran sentido crítico, trabajadores comprometidos y hasta descendientes de sagas que proceden de Casa Labra. Quizá precisamente por eso se muestran tan noqueados, tan dolientes, tan traicionados. Gentes que no recuerdan haber introducido en su vida otra papeleta en la urna que no llevara un puño y una rosa y que juran y perjuran que ya no podrán hacerlo jamás.

Huérfanos políticos porque no terminan de verse en ese Pablo Iglesias terrible que, recuerdan, fue capaz de sustraerles un gobierno progresista, que les robó un desalojo de Rajoy de La Moncloa, por un cálculo estratégico o una falta de él. Votantes zombies que podrían, afirman compungidos, incluso plantearse un apoyo a Garzón pero que ven como esa posibilidad se desmorona al haberse integrado esa opción en Podemos.

Huérfanos para la abstención. Huérfanos del cainismo de la izquierda que, sin embargo, ellos mismos se apresuran a perpetuar al negarse la posibilidad siquiera de seguir buscando una salida a través de la cual empujar con su voto.

Ellos se han quedado sin referencia y sin opción y añaden así a su profunda decepción la del resto de votantes de izquierda que ven evaporarse la posibilidad de que alguna vez se pueda hacer virar el timón de este país hacia rutas sociales, solidarias y de progreso.

No sé si habrá grandeza de miras en los líderes que quedan para lograr abrir casas comunes en las que puedan refugiarse todos los que aspiran a cambiar las cosas. Techumbre para los que creen que no existen soluciones únicas, los que esperan que las personas todavía tengan más peso que eso que llaman el dinero. Parece tarea difícil. Tal vez hayamos avanzado tanto que ahora ya no sólo una de las dos españas nos hiele el corazón sino que ambas nos dejen tanto frío en el alma que no sepamos dónde guarecernos. Ni casa común para refugiarnos. Ahora que las dos orillas parecen haber dejado una miríada de náufragos nadando en aguas turbulentas y sin esperanza de rescate.

La escabechina de los barones se hizo nominalmente en rescate del partido y de su declive electoral -ya hemos explicado por qué ni los datos respaldan esta excusa- y como resultas ya hay quien pone número a esos huérfanos y habla de un millón de votos perdidos. El gurú que así lo afirma es el mismo que clavó los resultados de las dos últimas elecciones mientras que todas las empresas demoscópicas hundían el pico.

No se lo que piensan de todo esto los maquiavelos patrios pero lo simple, lo que sin intereses personales ni lucha de poder se ve claro es que nos están dejando huérfanos a todos los que tenemos puesta la esperanza en una vuelta de nuestros ideales al poder para cambiar y mejorar las cosas.

Otros ríen y se frotan ufanos las manos. Y eso te hace sentir peor que huérfano. Eso te hace sentir sin esperanza.

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