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F. ante el juez

El delegado del Gobierno en Madrid, José Manuel Franco.

Elisa Beni

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“No arme tanto jaleo con su sentimiento de inocencia, eso estropea la impresión que da usted en otros aspectos”

Frank Kafka. El proceso

Los libros tienen tantas vidas como les proporcionamos y, en ocasiones, hasta reviven de forma distinta en nosotros según la etapa de nuestra vida en que los abramos. Así, la angustia vital, la sensación de estrafalaria injusticia, el absurdo vital de mi primera lectura de El Proceso, que podría acercarse a las sensaciones de onírica irrealidad que volví a encontrar en Cartarescu, se transformó tras muchas vidas, en una angustiosa certidumbre de que K. había pasado por el tamiz de la literatura el absurdo de tantas realidades.

Esa es la misma sensación que provoca la causa contra F., que le sentó ayer frente a la juez de Instrucción y le proporcionó su pertinente ración de pena de banquillo y de pase por el telediario. Al principio la juez iba a hacer la diligencia usando la tecnología, y así lo indicó, pero luego ¡qué demonios! ¡que se venga para acá! Allí ha estado el delegado del Gobierno en Madrid deponiendo durante hora y media ante Su Señoría Ilustrísima y, según él mismo ha explicado, le ha dejado dos mensajes: a)que no había ningún elemento que le llevara a prohibir un derecho fundamental y b) que no se puede establecer relación entre la manifestación del 8M y los contagios, ni siquiera de las personas que asistieron.

Está F. y su defensa intentando salir del kafkiano laberinto en el que le pretenden meter los pseudo informes -que tienen apariencia de, pero no lo son- policiales y forenses, que constituyen una vergüenza profesional, y, sobre todo, del que quiere abrirle la propia juez enroscándose en una investigación prospectiva por ver si localiza algo que pueda apoyar el colgarle un delito a F. Y así no van las cosas. Lo único que debería haber hecho la magistrada es constatar si el relato de hechos presentado ante ella encajaba en un tipo delictivo, la prevaricación por omisión, lo que ella misma no terminaba de ver y así lo dijo: “Serias dudas plantea a esta instructora que esta sea la calificación procedente, sin tampoco descartarla. La calificación jurídica puede ser ésta o puede ser esta en concurso con otras, como, por ejemplo, el delito de lesiones por imprudencia profesional”. Esa segunda que ella misma sugirió, la rechazó tan pronto llegó el primer informe del peculiar forense al que se ha encomendado.

Queda pues el delito de prevaricación por omisión. Eso es lo que la juez pretende comprobar si ha cometido F. Todo lo demás es hojarasca, hojarasca de literatura del absurdo, que a Kafka le hacía bien y al periodismo y a la judicatura le hacen peor que mal. Alguien tiene que probar que José María Franco: a) no dictó una resolución que debía dictar de forma imperativa, es decir que estaba impelido a ello, obligado, b) que esa omisión producía un injusto y c) que lo hizo con el conocimiento de actuar contra Derecho (por todas STS 771/2015 de 2 de diciembre). Todo lo cual es imposible de demostrar puesto que no ocurrió. Lo demás son subidas al castillo y autorizaciones al juez instructor a pedir a los empleados “silbad ahora” o “ahora aplaudid”. Veremos cómo la asociación de oficiales y esa llamada asociación de consumidores se emplean para probar lo improbable. No hay delito. Todo lo demás, Kafka para consumo de bobos. Nunca debió ser incoado tal procedimiento.

La hecatombe que se veía venir es mercancía averiada también en términos jurídicos. Que tanto el forense como los guardias hayan evacuado interpretando y haciendo cábalas sobre documentos que la magistrada puede leer como todos los demás, constituye un auto insulto a la capacidad de la magistrada, pues sólo conviene que los peritos ilustren a los jueces sobre los artes y técnica que ellos mismos no puedan aprehender. Hasta ahora sólo han hecho leer la prensa y unos escritos y maltratarlos, y eso en este país está al alcance de todas las fortunas. Nada de lo que apuntan en tan grotescos informes aporta nada para enervar la inocencia del delegado. Lo que dijera a micro cerrado la ministra lo encuentran prueba de cargo pero obvian las declaraciones del representante de la OMS que visitó España el 5 de abril, Hans Kluge, para decir que las decisiones españoles habían sido “audaces, valientes e innovadoras” y que se iba impresionado: “Era importante frenar la movilidad y eso es algo que España ha hecho muy rápidamente. Es difícil echar la mirada atrás y decir que algo estuvo bien o mal. En España he visto un enorme compromiso”. Fin de la cita. Ahora que los artículos acaban en los procedimientos, lo transcribo porque a lo mejor esto se les ha pasado.

Este lawfare es tan pobre y tan cutre que no debería llegar a ningún lado, aunque cuando pongo esa esperanza en solfa, siempre me acuerdo de Alsasua y del terrorismo que no fue pero que, tras pasar los atestados de la policía foral al cuerpo afectado, mantuvo en prisión dura a los acusados y les propinó una pena muy por encima de lo que su juez predeterminado por la ley les hubiera impuesto. Esas cosas también pasan en otros países. Francia e Italia acumulan denuncias contra sus gobiernos por la gestión de la pandemia. Todo calcado. Los mismos problemas, el mismo desbordamiento, los mismos tiempos. Todos comparten gentes y líderes empapados de la estupidez de creer que la ciencia lo sabe todo, que todo tiene siempre una causa conocida que se puede controlar, que cualquier realidad negativa tiene culpables, que ellos lo hubieran hecho mejor y que extrañas manos ocultan datos o informaciones. Por este motivo, no estaría de más que la OMS y la Unión Europea se pronunciaran sobre la gestión de la pandemia y los tiempos de reacción, para que a la debacle económica y al riesgo sanitario no se uniera una línea de acción que busque en los tribunales la inestabilidad política.

“Lo que me ha ocurrido, continuó K, lo que me ha ocurrido no es solo un caso aislado y, como tal, no muy importante (…) sino que es significativo de los procedimientos que se instruyen contra muchos. Por ellos y no por mí estoy aquí ahora”.

Hay que volver a Kafka, siempre.

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