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Las mujeres caracol, con la casa a cuestas

Carolina Bescansa junto a su bebé en la primera sesión del Congreso. / Marta Jara

Belén Carreño

Una mujer se ha llevado la casa al trabajo. No es una noticia realmente excepcional. Hasta hace poco, los hombres se habían llevado tradicionalmente toneladas de trabajo a casa, tuvieran o no hijos. Eso cuando no se atrapaban en horarios maratonianos, suavizados con el bálsamo ocasional de una televisión encendida con una champions sin sonido. La incorporación de la mujer al mercado laboral se hizo también llevando el trabajo a cuestas y a rastras la vida personal. Pero cuando la mujer además tiene obligaciones familiares, muchas veces hijos pero cada vez más padres, se lleva la casa al trabajo sin mayor problema. Un desangelado baño de un centro comercial es el lugar perfecto para una extracción de leche con la que seguir alargando la lactancia materna. Los susurros telefónicos acallados por una mano con la cabeza gacha tras una pantalla de ordenador, hilo de comunicación constante con la cuidadora de los hijos/padres. La escapada apresurada a la hora del café para ir a la farmacia y/o al súper una tarea más de la jornada laboral. La hora de comer un bocadillo envuelto a toda prisa en un frágil papel de plata que no prolongue lo improrrogable. Con suerte, un trayecto en autobús para buscar a los niños al 'cole' en el que aporrear una tableta fingiendo continuar en el puesto de trabajo. Y al llegar a casa las de oficina aún pueden responder a dos o tres correos por obra y gracia de 'La patrulla canina', que también deja corregir algún examen a las profes. Las que trabajan a turnos, de pie o cara al público, rezando para poder poner los pies en alto obviando la pelusa gigante que amenaza con tragar a la niña emergiendo debajo de la pata del sofá.

Carolina Bescansa se llevó ayer el niño al trabajo porque puede. Porque puede y porque quiere. Dio un paso más en el concepto de llevar la casa al trabajo portando, físicamente, a su dependiente. El gesto -aún no está claro si deliberado o no por la explicación de la diputada- ha desatado un vendaval de comentarios sobre la conciliación de familia y trabajo. Bien. Sobre la soledad de las madres solteras. Bien. Sobre las dificultades de pagar o encontrar una guardería. Bien. Sobre el deseo de algunas mujeres de lactar y de hacerlo de forma más o menos prolongada. Bien. Sobre cómo llevar a lo público la esfera de los cuidados que por tanto tiempo se ha quedado en lo privado. También bien.

La visibilización de la maternidad y las dificultades de la crianza en la esfera política son un soplo de aire fresco. Pero el carril por el que se conduce el [bienvenido] debate también puede ser criticable. Bescansa asegura que tenía que darle el pecho al niño durante la sesión, (al parecer el bebé no agarra el biberón) por lo que no lo podía dejar en otra sala. ¿Qué hubiera pasado si el presidente de la Mesa hubiera tomado en cuenta esta consideración y hubiera hecho un receso para que la diputada pudiera salir y amamantar a su hijo? En las formas de conciliar también se puede elegir entre la pastilla roja y la azul. Se puede modificar la vida personal, acomodando la vida al trabajo. Pero también se puede optar por modificar los horarios de trabajo, visibilizando así que es la sociedad en su conjunto la que se debe flexibilizar para dar cabida a los niños, y no los niños los que se deben moldear como chicles para adaptarse a los frenéticos horarios de los padres. El concepto de la sesión in albis a la espera de que una madre amamante a su hijo también puede ser un mensaje fuerte aunque menos polémico. Poner el ritmo de la sesión por delante no deja de ser una 'patriarcalización' de los cuidados. Los desempeña una mujer con las reglas que sigue imponiendo una sociedad de hombres.

También choca la imagen de ayer con el hecho de que Podemos, como el resto de los partidos políticos y sindicatos (curiosamente en mucho menor medida la CEOE que tiene una estructura más 'ministerial') no tiene problema en enviar comunicados a las 11 de la noche; en convocar ruedas de prensa pasadas (y bien pasadas) las cinco de la tarde o en organizar presentaciones en fin de semana. En muchas, Bescansa aparece con alguno de sus dos hijos. En España no hay una cultura de respeto por los horarios, por las vacaciones y por el tiempo libre. Una incultura aún más agudizada en el mundo de la política y los medios de comunicación cuyos trabajadores en algunos casos están pagados por una nómina de ego que supera con creces los ceros que se ingresan en la cuenta bancaria. El trabajo en los despachos es crucial en la vida de un político, pero las horas extra sin luz y taquígrafos saben a menos. La verdadera revolución es empezar a respetar las jornadas laborales de millones españoles y la siguiente recortarla hasta estándares europeos que se acerquen a lo razonable. (Podemos lleva en su programa instaurar una jornada laboral de 35 horas de forma generalizada). Que los trabajadores (casi siempre mujeres) no tengan que recortarse horas perdiendo sueldo y oportunidades de promoción para poder salir a la misma hora que en cualquier otro país europeo se consideraría como jornada completa.

No se puede olvidar tampoco una parte clave en la incoporación de la mujer al mercado laboral que ayer quedó fuera de los flashes. Podemos emitió un comunicado una vez que la polémica ya estaba lanzada, en el que aseguraba que la presencia del bebé Bescansa era “un gesto simbólico por la reivindicación de todas las mujeres que tienen que poder conciliar vida familiar y personal y vida laboral y hoy día no pueden, que son muchas en nuestro país, millones de mujeres que se enfrentan solas a múltiples obstáculos”. Efectivamente, hay 1,7 millones de hogares monoparentales en España (fuente INE) de los cuales, según Save the Children, 1,5 millones son monomarentales. Pero quedan 6,3 millones de hogares en los que hay un padre y una madre conviviendo con sus hijos. Ni Podemos ni Bescansa parecían tener intención de dirigirse a esos millones de hombres que no participan en los cuidados, que no se corresponsabilizan y que dejan a las mujeres llevar el trabajo a casa y la casa al trabajo. El comunicado añadía más adelante -benditos añadidos- que los cuidados debían “repartirse por igual” entre hombres y mujeres. Si el propósito de la agrupación morada era enviar un mensaje a la sociedad, la presencia de diputados (varones) con sus hijos hubiera sido una apelación igualitaria y potente. Pero una vez más lo que se vio fue a una mujer sola con sus hijos.

Jornadas racionales, horarios moldeables y corresponsabilidad a partes iguales de ambos progenitores. Y también respeto, mucho respeto, por los modelos de crianza (también por las que tienen que dejar a sus hijos en la guardería y son igualmente partidarias de la crianza del apego). Pero los debates propiciados por la política deben sugerir respuestas realistas y que alcancen al mayor número de personas (trabajadoras) posible sin dejar nunca a un lado el enfoque de igualdad y de género. Millones de hombres y mujeres no pueden hacer, ni un solo día ni una sola hora, lo que hizo ayer Carolina Bescansa. Que los políticos que inician esta nueva legislatura busquen los mecanismos para que ninguna mujer (ni hombre) tenga que llevar al trabajo ninguna forma de casa a cuestas.

Postdata:

Ayer este tuit causó cierta polémica y algun@s lamentaron no tener contexto, que espero haber aportado sobradamente.

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