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Las mascarillas terminan, los duelos no

Mascarillas en la plaza Moyua de Bilbao este miércoles

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El primer día sin mascarillas en interiores llevo a mi hijo al cole. De camino le anuncio que desde ahora ya va a poder estar en clase sin mascarilla. Lo hago con prudencia porque tengo miedo de que, una vez en la puerta, asistamos al siguiente requiebro que haga que niñas y niños tengan esperar -otra vez- un poquito más. Pero no, no hay trucos ni trampas. Está contento y le veo entrar y subir corriendo las escaleras.

Él casi no recuerda cuándo fue el último día que acudió a clase sin tapabocas, yo sí. La vida era distinta. Por eso, mientras le veo subir corriendo a clase, siento una especie de emoción contradictoria. Porque terminan las mascarillas y mi hijo ya podrá aprender inglés mirando una boca y verá las caras de sus compañeros y jugará al pillao en el patio sin ahogarse. Pero es imposible hacer como si nada. De las mascarillas podemos despedirnos hoy, de todos los duelos, cambios y golpes que hemos vivido en los dos últimos años, no.

La mascarilla es ese símbolo físico, tangible, de una pandemia que vino a ponerlo todo patas arriba, a sacarnos las costuras y a hacernos sufrir. Ahora se va -casi del todo- pero que no exista no significa que todo lo demás no siga aquí de alguna forma. Las muertes, el miedo, la incertidumbre, el estrés, la soledad, la ansiedad, las pérdidas... todo eso deja un rastro, un reguero de heridas y cicatrices a las que atender.

¿Lo estamos haciendo?, ¿hemos tenido realmente tiempo, medios y cuidados para transitar los duelos y los cambios que cada cual haya vivido? Salud mental es tener una buena plantilla de especialistas en psicología y psiquiatría en la sanidad pública, pero también es tener tiempo y espacio, ser escuchadas, no vivir bajo la eterna presión de ser funcional y ultra productivo todo el rato, respetar los silencios y el tiempo de cada duelo, saber que al otro lado habrá atención y empatía, darnos como sociedad la oportunidad de entender y asimilar lo que hemos vivido.

A veces siento que todo empuja a seguir hacia adelante casi como si nada hubiera pasado. Eso me enfada. Solo espero que despedirnos de las mascarillas no sirva para echar aún más tierra sobre lo vivido, a meternos prisa para que enterremos nuestras pérdidas y nuestras propias despedidas sin darnos ni el tiempo ni las herramientas para hacerlo en condiciones. Porque habrá un día en que queramos subir corriendo las escaleras, pero quizá ese día todavía no es hoy, o no para todo el mundo.

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