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Máster, esfuerzo y otras mentiras por contar

Concentración estudiantil en Madrid de estudiantes de la URJC

José María Calleja

El destrozo que esta contando con minucioso y meritorio detalle este periódico, se explica mejor aún si nos remontamos al contexto nada remoto del discurso del PP en la oposición: el elogio de lo que ellos llamaban la ley del esfuerzo, el meritoriaje del sacrificio, lo bueno que era para el espíritu calcar los codos.

Los ideólogos del PP, desde la inefable Esperanza Aguirre al entonces siempre bien ponderado, por algunos, José Ignacio Wert, sostenían que el socialismo en general, la LOGSE, y el zapaterismo en particular, habían fomentado una suerte de buenísmo que traducido en el currículum suponía que no había que repetir curso, que se podía pasar con asignaturas colgadas, que no había que esforzarse, vaya, pues todo nos era dado en el Walden de bosques y llanuras socialista.

Los peperos , de amor patrio henchido el corazón, conscientes de su misión ante la historia, sobradamente preparados, ricos por su casa --por lo que no iban a robar, nos decían, como los pelanas muertos de hambre socialistas--, sostenían que había que trabajar, que había que esforzarse, que el mañana les pertenecía a los que estaban preparados.

Así, hacían másteres en el verano vacacional, robaban horas a su ocio, sudaban la nota a pié de página y se formaban graníticamente en el estudio, la tesis y el máster fin de grado de calidad, nos decían.

Bien, este discurso nos lo repitieron hasta la saciedad en el PP, especialmente el Wert, que sedujo (seducir es engañar) durante años así a la derecha de la FAES como a cierta izquierda. Este sí que iba a poner el país a cien por hora en excelencia, se acabó la mediocridad igualitaria socialista, sólo triunfarían los que trabajaran, los formados, los excelentes. ¡Olé!

Coherentes con la impostura de ese discurso, que parecía que se lo creían, pusieron en el Currículum que eran de universidades norteamericanas de toda la vida, cuando no habían pasado de Aravaca, en el mismo Madrid. Dijeron que habían leído un trabajo un dos de Julio por la tarde, cuando cualquier humano que sobreviva en Madrid, sabe que en esas fechas no esta una para nada. Dijeron, Rato, que había hecho una tesis doctoral mientras obraba, a jornada completa como ministro de economía, el ‘milagro’ (el que se la escribió no se atreve a decirlo).

Montaron, el tal Pedro Gónzalez-Trevijano, rector de la URJC en su época protoConstitucional, un chiringuito, Instituto de Estudios Jurídicos, que, resumiendo, daba con conducto de Enrique Álvarez Conde títulos a todos los peperos del área metropolitana madrileña a cambio de pasta gansa de la comunidad, de dinero público gestionado por cargos del PP.

La Universidad Rey Juan Carlos se convirtió en una fábrica de plagios, puro onanismo académico, en la que el anterior rector, Fernando Suárez, fusilaba párrafos y párrafos de trabajos hechos por otros con esfuerzo, mientras colocaba a hermanos, primos, amigos y gentes de buen vivir que le garantizaran la perpetuidad en el puesto y el cambio de notas a Cifuentes.

El tal Instituto, con mínimo esfuerzo, le daba a la máquina de los títulos a cambio de miles de euros por autoplagios, cursos inexistentes y másteres en la nada.

La cosa esta ahora en manos de la policía y la fiscalía es decir, luego estará en las de los jueces, y lo que era un mamoneo de mínimo esfuerzo y favores correspondidos, se ha despeñado por una cuenca penal que vete a saber si acaba en cárcel.

Cifuentes acaba de renunciar a su master y esto plantea un problema de dimensión ontológica: ¿cómo se puede renunciar a lo que no se tiene?, pero bueno atisba un deseo de alivio de tanta presión.

No me parece lo más importante dilucidar si este carajal descrito por eldiario.es puede llevarse por delante al PP en Madrid y quién sabe si a Rajoy en toda España, lo que me duele es el desprestigio de la Universidad. Me duele sobre todo la razonada indignación de los miles de alumnos , y sus madres, que se lo han creído, que han ido a clase, que han firmado la hoja de asistencia, que han hecho los deberes, que han pagado una pasta para conseguir lo que otros no saben si les costó dinero, esfuerzo, tiempo, ganas o viajes a los USA.

Wert, luz de donde el sol la toma del elogio del esfuerzo, no fue capaz de completar el máster, retribuido en fomento del ego y en dinero, de una legislatura completa como ministro de educación. Se dio el piro antes del cuarto año a una canonjía en Paris, de esas con jardinero, con miles de euros por no hacer nada por la mañana y por la tarde pasarlo a limpio.

Esperanza Aguirre nos dice que en casa se está muy agustito. Casado se afana en poner como internacional mérito lo que no pasa de pirueta local de distrito pijo madrileño y aporta un concepto inédito en los másteres: la convalidación de asignaturas. No hay precedentes.

Rajoy ha hecho de la indolencia un discurso político que sus corifeos nos venden como excelso manejo de los tiempos, tiempos de educación y descanso, claro.

Algunos de los más enardecidos del espíritu del esfuerzo formativo nos dicen ahora que son frenéticos novios de la muerte.

No se en qué acabará todo esto en la política, si quitará o mantendrá al PP (que siempre cuenta con el afán intrínsecamente cainita de la izquierda como aliado), pero el destrozo que le han hecho a la universidad como centro que se supone de formación, al esfuerzo individual, al pago por formación, ha sido enorme. Ahora, cada vez que escuchemos la palabra máster, torceremos el gesto.

(Por cierto, anunciar, como con los brazos en jarras, que interpondrá una querellas criminal contra el director de Este diario, Ignacio Escolar, y contra la periodista Raquel Ejerique, que levantó la noticia -viene aquí bien definir noticia como contar algo que alguien no quiere que se sepa-, me parece una chulería por parte de Cristina Cifuentes y refleja su penuria de argumentos).

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