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Médicos en Uber, pacientes atendidos por el doctor Google

Manifestantes contra las urgencias extrahospitalarias de Madrid piden más personal.

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La otra noche Isabel Díaz Ayuso estaba cenando en su casa, al final de otro día intenso: un duro cruce con la oposición en la Asamblea, varias entrevistas donde le cuestionaron su gestión sanitaria, dimisiones de médicos, caos en las urgencias, una huelga convocada, manifestación el domingo… Estaba cenando, ya más relajada, cuando de pronto sintió que no podía respirar. Me ahogo, pensó. Le faltaba el aire, tenía una fuerte opresión en el pecho, y cuando trató de hablar no era capaz de pronunciar, balbuceaba, intentaba pedir ayuda y no le salían las palabras. Un familiar la llevó deprisa al centro de salud, pero encontraron las urgencias cerradas y un cartel en la puerta escrito a mano: “No hay médico”. Corrieron al hospital, pero lo mismo habían hecho muchos otros pacientes, desbordando las siempre sobrecargadas urgencias. Tras más de cuatro horas un celador le dijo que aún tendrían que esperar otras dos horas. Como se sentía mejor, consultó al doctor Google: comparó sus síntomas con lo que ponía en una web, se autodiagnosticó crisis de ansiedad y se fue para casa. Para quedarse tranquila, pidió cita en atención primaria. Se la dieron para dentro de tres semanas, y además en consulta telefónica, no la verán en persona.

No, no fue Díaz Ayuso la protagonista de esta historia, sino una buena amiga mía, esta misma semana. Pero podía haberle ocurrido a Ayuso. O a ti. Cualquiera conoce historias similares en su entorno o en carne propia: urgencias cerradas o sin médico en el centro de salud, urgencias hospitalarias con varias horas de espera, citas con semanas de retraso, y podríamos añadir las demoras de meses para un especialista o una cirugía. Solución: doctor Google, autodiagnóstico, automedicación. O sanidad privada, que bate récords de usuarios desde la pandemia, y que en Madrid tiene el mayor porcentaje de ciudadanos con seguro privado, no por casualidad: son ya dos décadas de acoso y derribo a la sanidad pública. Si en su día fueron a por los hospitales, entregados en su construcción y gestión a empresas, ahora la diana está en la atención primaria.

No es solo Madrid, ya lo sé, no es la única comunidad con listas de espera, atención primaria desbordada, intentos privatizadores. Yo vivo en Andalucía, qué me vais a contar. La pandemia saltó las costuras del sistema entero, pero esa mayor conciencia que supuestamente nos dio el virus, no se ha traducido en políticas públicas. Hace años presumíamos de tener una de las mejores sanidades del mundo, ¿recordáis? Hoy en cambio nos consolamos diciendo que por lo menos aquí no tenemos que pedir un crédito para un tratamiento, como en Estados Unidos. Sí, seguimos siendo afortunados, y las trabajadoras y trabajadores de la sanidad pública siguen salvándonos la vida, pero lo hacen cada vez más al límite. Y a costa de su propia salud, nada menos.

No es solo Madrid, pero cuidado que Madrid es la avanzadilla y el laboratorio de lo que acaba llegando a otros territorios. Lo último, los médicos trasladados ¡en coches de Uber! en mitad de la noche es la mejor imagen del destrozo actual, y del que está por venir.

Llevamos años repitiendo el lema de “La sanidad pública no se vende, se defiende”. ¿Se defiende? No, no “se defiende” sola, hay que defenderla. Y tampoco podemos esperar que la defiendan sus trabajadores, como si fuese responsabilidad suya. Bastante tienen con defender sus derechos laborales y no salir huyendo a otras comunidades o países por las malas condiciones y la sobrecarga. La defensa de la sanidad pública es tarea de toda la población. Porque además los trabajadores solos no pueden, no tienen suficiente fuerza, ni es justo exigirles que lo hagan; ya hacen mucho tapando los agujeros del sistema. Insisto: a costa de su salud, menuda paradoja.

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