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El monte verdad

Rudolf von Laban, Maja Lederer, Suzanne Perrottet y amigas en el Monte Veritá

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Hace algunos años una querida amiga medio suiza medio peruana, Susana Perrotet, me envió dos fotos por el chat de Facebook. Una era de lo que parecía un grupo de hippies y la otra, el retrato de tres personas sonrientes, dos mujeres y un hombre, con unos gorros muy chistosos. Susana me explicó que eran sus bisabuelos y que formaban un trío amoroso. “Vivieron durante un tiempo en una comuna en el Monte Veritá (una colina en el cantón suizo del Tesino que atrajo a artistas y anarquistas como Herman Hesse, Gustav Jung, Isadora Duncan o Max Weber). Mis bisabuelos trataban de existir fuera del sistema, como es claramente visible, jeje”, escribió. Agregó que si quería saber de ellos googleara sus nombres: Rudolf von Laban, Maja Lederer y Suzanne Perrottet (ella llevaba el nombre de su bisabuela). Y solo hace poco lo hice en serio. Resulta que Rudolf fue un importante coreógrafo y teórico de la danza moderna. Cuando estaba casado con Maja, la cantante, apareció Suzanne, la bailarina, en su vida, se enamoraron y los tres se fueron a vivir al monte de la verdad, siempre ocupado por pandillas de artistas y gente que practicaba el amor libre. Criaron juntos a sus hijos, sortearon el nazismo, migraron y vivieron en trío y colaborando artísticamente para hacer de la danza una expresión que armonizara cuerpo y espíritu, hasta el fin de sus días. 

Un poliamor ocurriendo en 1915, eso me quería contar Susana, cien años antes de que viviéramos el nuestro. Por estos días llegó también a mis manos el libro Contra-amor, poliamor, relaciones abiertas y sexo casual. Reflexiones de lesbianas del Abya Yala, un puñado de textos compilados por la peruana-mexicana Norma Mogrovejo que ahondan teórica y vitalmente en otras formas de quererse y organizarse desde la disidencias. Y lo que es más interesante para mí es que se recogieran no solo experiencias no monógamas que se emprendieron varias décadas atrás, vividas en colectivo, dentro o fuera de los feminismos, sino que esos testimonios vinieran del sur, de Abya Yala. Que al otro lado del charco ya se hablara hace mucho de poliamor desde el conocimiento situado. Aunque la mayoría de textos se publicaron en 2009 y luego en 2014, remiten a vivencias previas y es revelador que mucho en torno a lo cual merodeamos actualmente fue ya teorizado, puesto en práctica, confrontado, procesado y compartido por comunidades que nos precedieron.

Antes y ahora ya se señalaba la falta de referentes y la necesidad de construir una epistemología propia a partir del conocimiento que surge de la experiencia, en la que la descolonización del deseo y de los afectos sigue la máxima libertaria de “ni Dios, ni Estado, ni partido, ni marido”. Como explica Mogrovejo en el prólogo, “la apuesta es cambiar de raíz la lógica colonial, impositiva, jerárquica y de subordinación que han encadenado las relaciones amorosas, a la moral religiosa y a las dependencias emocionales y económicas”. Y sin embargo, los referentes han ido construyéndose en el camino. El libro empieza con el texto Fragmentos (amorosos) de un discurso monógamo-disidente de Catalina Trebisacce y Virginia Cano, jóvenes lesbianas argentinas que escriben desde su condición de hijas de feministas que rompieron con los moldes en sus tiempos, pero que acabaron instaladas en matrimonios heterosexuales y monógamos. Ella quieren otra cosa: “Queremos el reposo, la fiesta y la cercanía que saben construirse entre las distancias. Por eso, queremos también las heridas, los peligros, y las opacidades. Queremos el amor y queremos su temblor”.

Quizá conocer que hay una genealogía heterodisidente y libreamorosa, que somos porque elles fueron, que los pasos que damos vienen guiados por esa ancestralidad, por esas caída y remontadas, disuada un poco a quienes persisten en ver a las no monogamias como una moda. Y como, en cambio, ayer y hoy late como un corazón la posibilidad de la comunidad como la entienden los pueblos originarios, la utopía del fin de la propiedad privada también en el amor. Y es hacia donde nos seguimos proyectando, rodeadas de amigues amantes, animalitos, drogas buenas, hijes adorades, autogestión y orgías. No pedimos menos.

Para seguir repensando nuestros afectos y como parte de las celebraciones del Orgullo Crítico, este sábado 18 de junio a las 18 en el Parque de las tetas, Iki Yos Piña y Francisco Godoy dictarán el taller-picnic para personas migrantes, racializadas, disidentes sexuales y de género “Se nos perdió el amor, tenemos que encontrarlo”, también para darle vueltas y “resentir nuestras desavenencias, para pasar a través de las músicas del allá y la escritura del acá las grietas de nuestros corazones rotos por la herida infecta del colonialismo, el racismo y la LGTBIQ+fobia”, explican. Un taller para “enamoradxs, desenamoradxs y gente que busca incesantemente ser amadx”.

Susana murió joven de una enfermedad rara. Se parecía muchísimo a su bisabuela, una vez se disfrazó de ella y se hizo una foto para su díptico “Suzy”, en el que pasado y presente conversan en un diálogo rico e infinito. De vez en cuando vuelvo a la foto de sus tres abuelos. Me miro en su trasgresión. Y pienso que somos solo una hebra de un vasto tejido. Un destello en el monte de la verdad o en cualquiera de nuestros apus sagrados, en el parque de las tetas. Y, entonces, no encuentro el amor, el amor me encuentra.

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