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Mujeres públicas

Irene Montero

Elisa Beni

Las mujeres públicas estamos hartas. Creo que hablo por todas, sean de la ideología que sean. Estamos hastiadas de que se presuponga que una mujer tiene que ser una heroína para ocupar espacio público. Hasta el moño de que nos exijan “endurecer la piel”, “tener aguante”, “aceptar la desmesura” en unos presupuestos y hasta unos límites que ningún hombre tiene que soportar. Saturadas de que se nos exija una resistencia y un aguante y una pérdida de nuestros valores y de nuestra propia estima mayor que a ningún otro.

Arranco de la sentencia que condena a un magistrado y a una asociación de jueces a indemnizar a Irene Montero con 50.000 + 20.000 euros. Una sentencia CIVIL de protección del honor. Sobre qué opinaba de esto, y sigo opinando, no necesito extenderme porque ya lo dije hace mucho tiempo -El juez del ripio- y no me he movido ni un milímetro. La cantidad fijada por el juez de instancia me parece ciertamente exagerada, por comparación con otros casos, pero eso no quita ni pone para que la sentencia me parezca muy sensata y, sobre todo, muy acorde con la realidad. Hablan ahora sesudos juristas del alcance de la sátira y comparan con éste y con el otro, pero lo cierto es que ni la propia asociación de jueces concernida considera que esto sea una sátira política. En su defensa ante el juzgado lo dijeron: “es un mero divertimento, no sátira política”. Así que ya ven. Por mero divertimento, un juez conocedor de leyes y jurisprudencia y un comité de redacción formado por otros que tanto monta, deciden publicar de forma anónima una bazofia literaria, sin valor artístico alguno, para criticar según dicen el machismo de un partido que aborrecen. Para criticar al líder “machista” de tal formación ¿qué eligen? Vejar a dos mujeres. No podían satirizar o insultar o faltar al odiado Pablo Iglesias sino que optan por atacar el honor, la fama y el esfuerzo personal de dos mujeres. La cosa es tan así que la propia Asociación Judicial Francisco de Vitoria afirmó en un comunicado: “nunca debió de publicarse por atentatorio contra la igualdad de género”. ¡Ahhh, pero ahora el otro juez, el compañero, el colega, el que condena es un loco, poco más o menos! Poderoso caballero es don dinero.

La sentencia, sin embargo, contiene extremos muy interesantes “No es información, expresa valoraciones que erosionan la dignidad (...) con un manifiesto menoscabo de su fama y quiebra su propia estimación (...) como persona y además como mujer”. “Son simples expansiones desde una posición sexista y machista gravemente peyorativa contra la mujer(...) al tratarse de un texto que lesiona gravemente la dignidad de la demandante, menoscabando su fama mediante expresiones insultantes y vejatorias no puede gozar de una protección constitucional”. A mí, más sensato no me puede parecer. Quizá sea porque yo soy esa mujer estúpida, gorda, fea y sexualmente asquerosa que sólo ocupa un espacio en la esfera pública porque tuvo sexo con su marido que era magistrado y, él sí, era un tipo importante y de la pera. Es lo mismo. Siempre es lo mismo.

Lo curioso es que la mayor parte de los teóricos y prácticos del Derecho a los que escucho, hombretones ellos mismos, se muestran partidarios de la más amplia libertad de expresión y nos recomiendan que “hagamos piel gruesa” porque hay que aguantar. Cierto es que yo soy defensora de la libertad de expresión en sus más amplios límites y que me he desgañitado para gritar a los cuatro vientos que nadie debe ser encarcelado por escribir, por cantar o por pintar. Lo mantengo. Aquí nadie habla de encarcelar a nadie. Aquí nadie habla de forzar los tipos penales para convertir en terroristas o en reos de delito de odio a los que expresan o cantan la cosa que sea o se suenan los mocos con una bandera. No, en absoluto. Aquí nadie habla de mandar a la cárcel a nadie. Aquí hablamos de si una sociedad democrática puede soportar que un colectivo, el de las mujeres, formado por la mayoría de la población sea hostigado para que no ocupe espacio en el debate público.

Esto no es aislado ni es inocente. Cuando las mujeres -de la ideología que sean- ocupan espacio público y expresan sus opiniones políticas, no reciben a cambio un debate crítico sobre sus presupuestos ideológicos sino que cae sobre ellas un manto de cieno que las cuestiona por su físico, las juzga por su capacidad para contentar al macho, las subsume bajo el manto de sus compañeros, les quita el mérito y la capacidad para achacárselo a su comportamiento “emputecido” que ha trepado a ese lugar por favores sexuales, las trata como agujeros cuando nosotras lo que aportamos son ideas o críticas o exigencias intelectuales.

Se trata de campañas en muchos casos perfectamente orquestadas. Hay partidos que han declarado la guerra al feminismo y a la ideología de género. Crean fake news sobre nosotras y muestran a prescriptoras como dianas, liberando sobre ellas todo el odio, todas las vejaciones y todas las amenazas que una red social puede soportar. Luego la ley y las empresas responsables valoran individualmente cada mensaje y alegan que, con una piel reforzada, se admite dentro de la libertad de expresión, pero nunca es uno sólo. A veces son partidos cuyos simpatizantes guardan arsenales en casa. Pretenden decirnos que la respuesta del Estado de Derecho es que sólo la mujer que sea capaz de soportar todo eso incólume merece tener una voz en el espacio público. No queremos ser heroínas sino ciudadanas con derechos. “En el contexto actual, la violencia y la amenaza de violencia siempre se combinan con la construcción de significado para producir y reproducir las relaciones de poder en todos los ámbitos de la vida social”, dice Manuel Castells.

No lo vamos a aguantar más. Si la jurisprudencia y las construcciones legales no contemplan esta nueva realidad, tendrán que hacerlo. No aceptamos que el Estado de Derecho no defienda nuestro derecho a permanecer en el espacio público sin pagar este asqueroso peaje. No importa si somos los suficientemente fuertes, importa si la democracia lo es para ampararnos. Vamos a pelearlo en los tribunales y fuera de ellos. No vamos a dejar que nos callen o que nos fuercen a autocensurarnos. Nos van a tener ahí y nos van a tener juntas. A las de cualquier ideología o desempeño. Al tiempo.

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