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Mientras el mundo colapsa

Una adolescente mira su teléfono móvil.
14 de julio de 2021 22:48 h

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¿Qué hacen decenas de adolescentes llenos de vida cantando conmovidos al unísono una canción que dice “Oh, eres tú con quien me acuesto / Mientras la bomba atómica se arma. / Sí, eres tú con quien doy la bienvenida a la muerte / Mientras el mundo, mientras el mundo colapsa”. Sucedió en TikTok, hace un tiempo, desde sus respectivas ventanas los chavales entonaron en complejas y disímiles armonías “As The World Caves In”, un tema del cantante inglés Matt Maltese, tristísimo, apocalíptico, en el que se habla también de que es su última noche con vida, ella se pone un traje nuevo, él se pinta las uñas, como preparándose para un baile, el baile del juicio final, para irse con estilo. El efecto viral estaba asegurado, una melancolía contagiosa atravesó de punta a punta aquella vez la red social.

@no.thoughts.just.vibes_

so thats what you hear in heaven or..? ##astheworldcavesin ##ohgirlitsyou ##fy ##xbcyza ##fyp

♬ As the World Caves In - Matt Maltese

No puedo dejar de pensar en esa imagen ahora que diariamente aparecen encuestas y artículos sobre cómo se han multiplicado las emergencias psiquiátricas en adolescentes; de cuatro intentos de suicidios semanales de jóvenes a más de veinte. O al conocer la enorme cantidad de chicas y chicos que van hoy a terapia o que están todos medicados con antidepresivos y ansiolíticos, entrando y saliendo del instituto para entrar y salir de los centros de salud mental. Según un informe en este diario, la Fundación Anar recibió un récord insólito de 160 mil solicitudes de ayuda de niños y adolescentes durante 2020, relacionadas con ideas suicidas y trastornos alimenticios de riesgo alto y grave. La pandemia, en conclusión, ha destrozado la salud mental de nuestras infancias y adolescencias, alejándolas de sus espacios seguros, aterrorizándolas con la posibilidad de que su simple y necesaria socialización pueda suponer enfermedad y muerte. 

Pero también pienso que la pandemia confinó no a los adolescentes de los 90 que fuimos nosotras, las viudas de Kurt Cobain –infelicidad y autoconfinamiento ha habido siempre y más en la edad del pavo–, confinó a los tiktokers de la generación de cristal. No solo son probablemente los que más se han autolesionado con la punta afilada de sus lápices en los baños del insti, los que más ataques de ansiedad justificados han padecido en sus habitaciones, contiguas a las de sus padres, con sus máquinas interconectadas desde las que se enteran cada día del mundo de mierda que tenemos; creo, por suerte, que también son los primeros que aprendieron a pedir ayuda. Nunca antes unos imberbes habían sido tan conscientes de sus heridas –una “ventaja”, claro, de doble filo– pero nunca antes tampoco unos chavales habían hecho tanto por hablar de ellas, visibilizarlas, por buscar empatía. Son niñes que se descargan aplicaciones con música antiestrés y control de la ira. Son jóvenes que chatean de sus problemas en comunidades enteras de afines. Adolescentes que viven la soledad de su edad pero que encuentran acompañamiento emocional mientras crecen, que es algo que siempre duele.

Como dijo una de las vírgenes suicidas de Eugenides al psiquiatra al que la llevan sus padres, “obviamente, doctor, usted nunca ha sido una chica de 13 años”. ¿Qué están llorando, por qué cantan así, qué está tratando de decirnos? Muchas veces, la visión de los cortes en su piel, la agresividad radical, la tristeza irreversible y el aislamiento social de sus hijos, son para las familias cosas inexplicables que les llenan de impotencia porque no tienen nada que ver con lo que intentaron inculcarles y promover en sus casas, por ejemplo la alegría o la vitalidad, y de pronto sus vidas se convierten en una serie de HBO. Pero sería una locura no tomar en serio su sufrimiento, criminalizarlos por ello, burlarse de los dolientes y ofendidos chicos de cristal como hacen algunos tontos de Twitter. No podemos pasar por alto que son un colectivo por lo general olvidado por las instituciones, poco escuchado, incomprendido y al que se le presupone todo, sin hacer el mínimo esfuerzo de ponerlos en el centro para conocerlos de verdad. Son años muy importantes de la vida. Hace nada lo que recomendaban los médicos de la mente era no hablar sobre ello para no crear el efecto contagio, menos mal que eso ha cambiado y ahora se habla, se trabaja, se acompaña, se cura. 

Escribo esto con el ruido de fondo de mi hije en casa riendo con sus amigos antes de salir hacia un picnic y es música para mis oídos. Su juventud en una hora de inocente felicidad, mientras el mundo colapsa, me da un bienestar infinito. Mucho más si no está ante una pantalla. Sé que no siempre va a ser así, pero mientras tanto lo disfruto, me creo por un rato buena madre aunque sepa que volverá a morderme la culpa, la confusión, el anhelo. Mi compañero, Jaime Rodríguez Z. le escribió este poema a la adolescente de la casa y no tengo mucho más que agregar:

Coco me pone otra vez esa canción 

Coco hace gritos silenciosos cada vez que se cuelga la clase online

Coco sube al metro con su mascarilla negra sin filtros

Cuando cayó la nieve salió a pasear de madrugada y

dijo que era hermoso

Coco tiene las orejas rojas por el frío

Y la piel herida por la helada

que ya lleva algunos años sobre ella

Hay algo 

una tristeza en su gente

que no sé si quiero comprender

no se parece a la mía

Coco dice “me quieres mucho” si le llevo comida

si la abrazo si la escucho

A veces 

todavía

vemos algo juntos

mientras masticamos

Y esto es algo nuevo: 

cuando no está es el nombre del lugar

en el que me ocurrirá todo en adelante

Hay una tristeza en su gente 

que se puede ver desde cualquier lugar del mundo

como un asteroide que se acerca

Mientras el tiempo de la comprensión

se nos acaba.

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