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¿Quién narices está tirando los guantes y mascarillas en mitad del campo?

Guante sanitario abandonado en el medio ambiente

José Luis Gallego

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Vengo de dar un paseo por los alrededores del pueblo y vuelvo como una moto. Me he hecho un té, he contado hasta mil y estoy más tranquilo. Pero ya les digo que hoy no voy a usar el teclado; hoy lo voy a empuñar.

Empuño la palabra contra los irresponsables que han vuelto a salir de sus casas sin haber aprendido la lección. Que siguen tirando todo por ahí de cualquier manera y vuelven a llenar otra vez el campo de basuraleza.

Bolsas, latas, colillas, toallitas, pañuelos, paquetes de tabaco: hoy he vuelto otra vez del monte con una bolsa llena de lo que esa gente está tirando de nuevo; como antes, como siempre. Lo fuerte es que hoy también he recogido (con un palo) cinco guantes de látex y tres mascarillas. Después de todo lo que hemos leído o escuchado, después de tanta alarma y tanto aviso. Ahí estaban: tirados en mitad del monte.

Siempre que veo guantes o mascarillas tirados por el suelo, ya sea en el aparcamiento del supermercado o en los alcorques de la calle, me da un ataque. No alcanzo a comprender como puede haber gente así de irresponsable, de incívica.

Pero lo de hoy ha sido tremendo: ¿quién narices está tirando los guantes y mascarillas en mitad del campo? ¿En qué demonios de mundo vive? ¿Es un pobre necio que no sabe lo que hace o un delincuente que actúa así adrede para causar daño?

Perdonen si reverteo un poco pero es que no puedo (ni quiero) contener mi rabia mientras escribo este apunte de urgencia. Una nota personal que en verdad no debería dejarles aquí, pues sigo creyendo que a pesar de los millones de lectores que tiene este diario dudo que haya uno solo capaz de cometer semejante tropelía. Pero es que quiero pedirles su colaboración.

Llevo varias semanas insistiendo en el riesgo que representa, tanto para nuestra salud como para la del medio ambiente, el abandono del material de protección individual frente a la COVID-19 en mitad de la calle: básicamente guantes y mascarillas.

Lo que no me esperaba de ningún modo es encontrármelos en el campo, formando parte del resto de basuraleza con la que lo fastidiamos.

Quienes salimos al monte sin dejar de echar una bolsa para recoger lo que los otros dejan tirado ahí fuera no tenemos por qué entrar en riesgo por culpa de quienes siguen creyendo que todo esto es una broma, o que como me dijo una vez aquel tipo: “si tanto te molesta, vas tú y lo coges”. Eso es lo que me soltó hace años un sujeto que llevaba delante en una excursión con mis hijos tras llamarle la atención por arrojar un papel a unos helechos del margen del camino.

Como podrán comprender, la cosa no quedó ahí. Tras su bravucona respuesta, una vez comprobado que era del todo inútil apelar a su conciencia porque sencillamente carecía de ella, vino el típico rifirrafe que uno intenta evitar pero no siempre lo consigue. “Papá, ¿para qué te metes?” me dijo mi hija tras la acalorada discusión. “Porque los helechos no son una papelera”, le contesté.

Si les cuento esto es porque lo que quiero pedirles es que se metan. Que cuando vean a alguien tirando un papel o una colilla al suelo, ya sea en plena calle o en mitad del campo, le llamen la atención. Y si se trata de unos guantes o una mascarilla, lo denuncien llamando al 112 y dando parte a los agentes forestales o medioambientales, que son los que más sufren el incivismo en el campo y los que más luchan para prevenir sus consecuencias.

Porque cuando se convierten en residuo, los guantes y las mascarillas son, además de una peligrosa fuente de contagio, unos materiales que no se degradan en el entorno. Un tipo de basuraleza que permanecerá ahí fuera durante decenios, demostrando a quienes para entonces se topen con ella, que aquí hubo gente que no aprendió nada de la COVID-19 y siguió como si nada fuera con ellos.

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