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Núñez Feijóo se ha quedado sin ideas

Alberto Núñez Feijóo durante un paseo por la Plaza Mayor de Madrid.

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Empieza a estar claro que Alberto Núñez Feijóo no da más de sí. Que todo lo que puede ofrecer al público –desde imagen a descalificaciones por no hablar de propuestas políticas– lo ha ofrecido ya. Y que lo que pueda aportar de aquí a las elecciones será una repetición, seguramente cansina por mucho que eleve el tono, de lo que hasta ahora ha aportado. Que no es mucho. ¿Puede sólo con eso ganar las elecciones?

El balance anual de la acción del PP que ha hecho este jueves es de una pobreza política llamativa. Ni un paso más allá de lo previsible. “La economía está en una situación desastrosa, el Gobierno ha fracasado”, han sido sus lemas principales. O mejor, sus consignas para los más fieles, en contraste abierto con una realidad mucho más matizada y compleja. Porque la economía española, aunque sigue atravesando una crisis profunda, está dando muestras de una resistencia notable que incluso se palpa en la calle. Y porque el Gobierno está actuando. Sin parar. Y con la perspectiva de seguir haciéndolo hasta el último minuto.

Feijóo acaba de sufrir dos contratiempos. El primero ha sido el acuerdo para desbloquear el Tribunal Constitucional. Que ha sido posible porque el propio PP ha aceptado retirar su veto. Seguramente porque no ha sido capaz de resistir las presiones que se le habrán hecho en ese sentido desde las más altas instancias institucionales e incluso desde sus ámbitos de influencia social. Porque la situación creada por la drástica intromisión de ese Tribunal en el normal discurrir del Parlamento había activado todas las alarmas y no había más remedio que revertirla so pena de una crisis sin salida.

El otro revés ha sido el nuevo paquete de medidas económicas que ha anunciado Pedro Sánchez. No porque éstas sean revolucionarias o porque puedan modificar significativamente el rumbo de las cosas, que ni lo uno ni lo otro. Sino porque, aparte de algunas consecuencias positivas, como los 200 euros para las familias menos pudientes, ha mostrado a las claras que el Gobierno está vivo y dispuesto a dar la batalla. Y eso ha dejado a la oposición de derechas en una posición subalterna que debe dar grima a más de uno en los despachos de la sede del PP.

A más de un analista le gusta decir que la verdadera pugna política es la que se libra por el discurso, que viene a ser algo así como el protagonismo a la hora de establecer el ritmo en que se van contando las cosas. Si así fuera, en estos momentos es el Gobierno de coalición quien controla el discurso. La oposición no hace otra cosa que contradecirle a posteriori. Por supuesto, en tonos apocalípticos, como si eso fuera a cambiar los contenidos de lo que está dirimiendo.

Feijóo ha querido este jueves rebajar el éxito indudable que para el Gobierno supone el desbloqueo del Constitucional anunciando que se opondrá a que el tribunal renovado acepte como miembros a los candidatos propuestos por el Gobierno. No es fácil adivinar a qué instrumentos jurídicos recurrirá el PP para intentarlo. En todo caso será después de su nombramiento, que puede producirse en días. Feijóo ha añadido que tampoco le gusta que Cándido Conde-Pumpido vaya ser el presidente. Pero por mucho que proteste y dificulte el proceso, no tendrá más remedio que aceptarlo. Porque esa parece ser la voluntad de la nueva mayoría “progresista” del Tribunal.

En definitiva, que no parece que vengan buenos tiempos para el presidente del PP. Y es que cuando se pasa un mes tras otro sin hacer nada nuevo, repitiendo las descalificaciones y cerrazones de siempre, se corre el riesgo de quedarse atrás. Porque, en general, en esas situaciones el rival no se suele quedar quieto. Sino que hace cosas que modifican el panorama, aunque sólo sea un tanto, y le dejan a uno rezagado. Y más cuando uno de los contendientes controla el Gobierno y el Boletín Oficial del Estado.

Feijóo sigue teniendo a su favor que la enorme masa social que constituye el electorado de derechas ansía fervientemente que la izquierda deje el gobierno y que Podemos, Esquerra y Bildu se alejen para siempre de los pasillos del poder. Las encuestas de los últimos meses parecen concluir que ese colectivo puede hacerse con las generales de dentro de un año.

Pero su ventaja sobre la izquierda no es muy grande, ni siquiera en los sondeos más sesgados a favor de la derecha, e incluso podría ser prácticamente inexistente en estos momentos. Y además, ¿cuánta de esa intención potencial de voto no es sino la expresión de una fuerte crítica al Gobierno propia de situaciones de crisis y no una posición decidida? ¿Cuántos de esos votantes podrían decantarse por la abstención o incluso por cambiarse de bando a medida que se acerque el día de las elecciones? Como siempre, la campaña electoral va a ser importante. Que Feijóo en su discurso del jueves haya dado tanta importancia a las encuestas no es precisamente un signo de seguridad en cómo le van las cosas.

La “estrategia de la tensión” –término que se acuñó en medio del vendaval político que sufrió Italia hace 40 años– ha sido la línea de la derecha, de Vox y del PP, al unísono o por separado, desde que Pedro Sánchez accedió al gobierno. Hasta el momento no parece haberle dado resultado. Porque la victoria del PP en Andalucía está fuera de esa dinámica, se deriva del descalabro del PSOE por culpa de sus barbaridades de gestión del poder.

Pero escuchándole el jueves, Feijóo no parece tener alternativa a esa línea. Que es la del radicalismo verbal, la de la exageración si no la mentira, la del rechazo a cualquier forma de entendimiento con el Gobierno, la de la renuncia a hacer política con los instrumentos, poderosos, que la oposición tiene a su disposición. La pregunta que empieza a ser genuino hacerse es si con ese bagaje, tan pobre el fondo, la derecha va a poder ganar.  

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