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Piqué, el 12-O y la miseria de España

Desfile de legionarios acompañados de la clásica "cabra de la Legión" / EUROPA PRESS

Carlos Hernández

El diccionario de la RAE, siempre atento a los usos y costumbres del lenguaje, debería cambiar urgentemente el significado de la palabra “patriota”. Hoy en día, en nuestro país, la inmensa mayoría de quienes así se definen responden a un patrón egoísta, intolerante y excluyente que ha pervertido la naturaleza original de esa inocente palabra. Los “patriotas” españoles no aman a España, aman exclusivamente el concepto de país que les satisface y les beneficia ideológica, moral y, sobre todo, económicamente. Es una patria fabricada a la carta en la que solo caben ellos y quienes piensan como ellos. Es una España en la que todos los demás no somos bienvenidos.

La “patria”, al menos terminológicamente hablando, está literalmente secuestrada por un ejército formado por corruptos, machistas, xenófobos, inmorales y hasta neofascistas. No insulto, créanme, me limito a definirles de forma objetiva. Empezando por los más listos, son los dirigentes del Partido Popular los que se envuelven, día sí y día también, en una gran bandera nacional para que sus largos metros de tela impidan ver la otra “tela”, en “B”, que aflora de sus bolsillos. Los gobiernos nacionales, autonómicos y municipales más patriotas son aquellos cuyos miembros atesoran cuentas en Suiza y Panamá; son aquellos que desfilan por los tribunales de Justicia de Madrid, Palma de Mallorca o Castellón.

Este tipo de personajes son los que han vuelto a levantar la voz, en los días previos al 12 de octubre, para repartir carnés de españolidad. Hemos escuchado a Esperanza Aguirre, esa gran patriota que tiene el récord mundial de consejeros y asesores imputados por corrupción, rasgarse las vestiduras porque la alcaldesa de Madrid no asista al marcial desfile. Un desfile en el que el muy patriota ministro de Defensa, ese ministro que posee lucrativos vínculos con la industria armamentística, se ha encargado de que participe una bandera de la Legión bautizada con el nombre de un general sanguinario y golpista como fue Millán Astray. No es una casualidad sino una decisión lógica y calculada: en su patria solo caben las víctimas del franquismo si permanecen calladas, humilladas y olvidadas.

La actitud se repite en el mundo empresarial y periodístico. Nadie amaba más a España que Gerardo Díaz Ferrán, David Marjaliza o Miguel Blesa; y qué decir de quienes mejor defienden con su afilada pluma nuestra bandera de feministas, homosexuales, refugiados, inmigrantes, antitaurinos y peligrosos “podemitas”… son los Sostres, Tertsch, Losantos y ese recién llegado nuevo héroe de la derecha llamado Álvaro Ojeda.

Este hooligan que se dice periodista es ahora el gran defensor de los valores patrios. En sus vídeos suda literalmente odio, violencia e intolerancia por cada poro de su cuerpo. No merecería mención alguna si sus exabruptos digitales estuvieran alojados en el lugar que le corresponde, la web de sus correligionarios de Hogar Social Madrid. Pero no es así, su concepto de patria le han hecho merecedor de un espacio privilegiado en un diario digital con millones de lectores, de entrevistas en magazines matinales en televisiones generalistas y hasta de la publicación por un importante grupo editorial del libro titulado, brillantemente, España con dos cojones.

Estos patriotas fueron los artífices de una de las escenas más penosas, desde el punto de vista humano, que hemos visto recientemente. Ellos fueron los que se inventaron, el pasado domingo, una supuesta afrenta del futbolista Gerard Piqué a la gloriosa camiseta de la selección nacional. Sus infundios fueron recogidos, y esto es lo grave, por numerosos medios de comunicación. Quizás lo hicieron más porque el tema vende que por convicción, pero lo cierto es que lo hicieron.

No puedo estar más de acuerdo con la reflexión que hacía en Marca Alberto R. Brasero: “No se concede demasiada importancia a la verdad. En general [en los medios digitales] se trabaja bajo el prisma de que lo amarillo y lo inmediato suponen pinchazos, y de que los pinchazos atraen publicidad, y de que la publicidad genera dinero”. Lo triste, añado yo, es que de ello se deduce no solo la miseria periodística sino el gran número de seguidores que tiene ese patriotismo chusquero.

Piqué acabó presentándose ante las cámaras de televisión cabizbajo, como un niño, armado con una camiseta para demostrar su inocencia; tras hacerlo, anunció apenado su marcha de la selección, tiró la toalla porque él tampoco cabe en esta patria. No seré yo, con la que está cayendo, el que me entristezca por la suerte de un privilegiado futbolista, pero su caso es síntoma y consecuencia de una gravísima situación política y social.

Los patriotas criminalizaron y criminalizan a Cataluña porque ese discurso les daba votos y, de paso, les permitía desviar la atención de sus corruptelas, recortes y miserias. Esa es la razón principal, aunque no la única, por la que cada día son más los catalanes que ya no quieren saber nada de esta España. El uso de la bandera como cortina de humo; la falsa pero extendida identificación de los valores nacionales con el aroma rancio del macho hispánico, con el “Una y Grande” porque yo lo digo; con los viejos y nuevos vientos xenófobos que llegan de Europa; con los dos cojones… nos animan a muchos a seguir los pasos de Piqué porque su patria, sencillamente, no es nuestra patria. Mi pregunta es: ¿No será eso, precisamente, lo que están buscando esos patriotas?

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