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Podemos: la otra izquierda

La dirección de Podemos, sobre el escenario de la Marcha del Cambio. / Marta Jara

Jorge Alemán Lavigne

El recurso táctico utilizado por parte de Podemos de situarse fuera de la clásica oposición izquierda-derecha no debe confundirse con esa posición, característica de la ahora vieja posmodernidad, que apelaba a un terreno neutro, postideológico, incluso posthistórico, propio de la llamada globalización. Normalmente lo que solía sostenerse en aquella postura era que las categorías izquierda y derecha ya se habían vuelto anacrónicas y no nos permitían acceder a la nueva realidad. O que se reducían a su estricto sentido electoral y parlamentario, con el fin de disputar exclusivamente un consenso con idénticas reglas de juego. Todo este escenario se acompañaba de pequeñas agrupaciones de izquierda marxista –de filiación distinta a la del PCE–, que de un modo testimonial, a su vez asumían que nunca iban a llegar al Gobierno. Pero, en Podemos, se trata más bien de un gesto de refundación y de separación de ese apego melancólico que las izquierdas históricas y sus avatares posteriores no lograron disolver a partir de la caída de la Unión Soviética.

Ahora bien, esta reformulación demandaba  asumir por parte de Podemos un análisis de cómo los distintos dispositivos de dominación han provocado una verdadera homogeneización del espacio político constituido por las derechas y las izquierdas históricas. Es lo que se suele denominar el “capital-parlamentarismo”. Aceptar, en definitiva, que detrás de los conflictos entre partidos que se disputan el resultado electoral, se esconde una neutralización de lo político que conlleva anular su capacidad transformadora e instituyente. Lo que Podemos ha sabido interpretar en su acción política y en la lectura que ha realizado de la situación histórica, es que no se trataba de sumarse a lo ya constituido sino que había que producir un corte, un acontecimiento, una diferencia, y fue el 15-M ese evento oportuno en el que se presentó la posibilidad de efectuar dicho corte con la homogeneidad del espacio socio-simbólico capturado por los dispositivos neoliberales. Un corte que solo podía ser realizado por la nueva izquierda instituyente que emerge con Podemos y los movimientos ciudadanos que permiten, al fin, la construcción de esta nueva izquierda.

Pero efectuar un corte instituyente, reordenar las significaciones de la Transición y generar el espacio (la superficie de inscripción de nuevas prácticas de izquierda), debe tener en cuenta el problema más serio: que esto intenta realizarse en la época en que ya no se puede nombrar el exterior del Capitalismo y, por lo tanto, exige una asunción “populista” de la experiencia del 15M.

Populismo implica, en este caso, aceptar que ya no existe un sujeto histórico ideal que sabe siempre en qué dirección debe ir la historia y que no hay un “nosotros” esencial ya construido de antemano para la izquierda; sino que el mismo debe ser plasmado políticamente a partir de la única materia que lo puede hacer posible: el lugar desde donde una nueva izquierda puede brotar, configurándose como una unión entre el malestar generado por el neoliberalismo y las subjetivaciones de ese mismo malestar engendradas por los movimientos sociales emergentes. Esta es la materia a partir de la cual anudó su aparición Podemos: el 15M, el malestar generalizado y los movimientos sociales organizados en sus diferentes demandas específicas. Podemos es el ejercicio político que introduce en esta materia prima la “razón populista”, esa razón que nos permite pensar  que si bien no hay un exterior nombrable en relación al capitalismo, sin embargo en determinadas condiciones, siempre contingentes, una experiencia “contrahegemónica” puede advenir.

El populismo, en el sentido expresado por Ernesto Laclau, es la operación discursiva y por tanto política (ya que ambos términos son equivalentes en relación a la constitución de la realidad) que permite traducir a esta materia antes aludida en la invención de un pueblo, de una voluntad colectiva contra-hegemónica, que se constituye justamente  en aquellos lugares que la izquierda histórica había reprimido y que ahora con Podemos retornan. Por ejemplo, cuando Podemos traza una frontera antagónica ajena a las lógicas homogeneizantes del capital parlamentarismo: Casta o Pueblo, un antagonismo que ya no puede ser pensado en los términos de la lucha de clases como si se tratara de un automatismo que funciona como ley. En este aspecto, el populismo es más radical que esto, porque en lugar de funcionar como un supuesto teórico, se organiza con el deseo del 15-M convertido en voluntad colectiva cuando se asume el antagonismo y la fractura que el mismo implica.

Por otro lado, al abandonar la idea de que la sociedad funciona como una totalidad que gestiona sus conflictos a partir del orden jurídico, institucional, parlamentario o administrativo-económico; el populismo siempre implica que la llamada sociedad está atravesada por antagonismos irreductibles, que ninguna etapa histórica cancelará, y que esos antagonismos son constitutivos de la experiencia política, ya que son anteriores a la subdivisión del llamado sistema social. Por esta razón, Pablo Iglesias, el pasado 31 de enero, enumeró un linaje histórico y mínimo de los antagonismos: el levantamiento del 2 de mayo, la República, que sólo fue aludida indirectamente, y el 15M. Esta genealogía en la que Podemos se reconoce es aquella donde esos datos históricos son arrancados de su carácter de efeméride y desean ser recuperados en su potencial transformador. Potencial que las izquierdas constituidas no poseen porque se han alejado de la dimensión del acto instituyente implícito en los episodios nombrados. Por ello, en esta refundación de la izquierda, el antagonismo y la soberanía (las distintas apariciones de la palabra “patria” en el discurso de Iglesias) constituyen el núcleo determinante del trazado de la frontera antagónica. Ese punto de partida es inmanejable  para  las lógicas parlamentarias actuales. La soberanía se ha constituido en un espacio instituyente por una praxis colectiva, separada del juego conflictivo de los partidos, y se nutre de la encrucijada que ha hecho que la sociedad  no pueda repartir sus partes como si formaran una totalidad homogénea.

La verdad que ha retornado a la política, a partir de Podemos, es que el corte que se ha efectuado sobre España, que no es un comienzo absoluto, se asienta en el linaje libertario del pueblo español, que impide a partir de ahora agotar el todo de la sociedad en el consenso, los dispositivos mediáticos o los conflictos intrapartidarios. La condición de posibilidad de otra izquierda es que la misma surja del ejercicio soberano del antagonismo por parte de todos los sectores sociales concernidos por la ausencia radical de justicia e igualdad. Esta dimensión de la experiencia implica un afuera y un adentro al mismo tiempo. La izquierda popular es “éxtima”, habita en el interior de todos los dispositivos de dominación mientras acepta el desafío de que las demandas diferentes que vehiculiza se extienden “equivalencialmente” en un proyecto colectivo, que incluye los resultados electorales, porque no pretende nunca un “afuera” del horizonte democrático y, sin embargo, anhela dejar la huella del paso por la historia de una izquierda popular y soberana. 

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