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La opción del Frente para la Victoria: elecciones en Argentina

Jorge Alemán Lavigne

En los últimos años, muchos pensadores hemos realizado un esfuerzo por tratar a lo real, a lo “fuera de sentido”, intentado salir tanto del círculo escéptico-cínico como de la ingenuidad fantasmática utópica. En ese contexto, parece que no hay más remedio que saber vivir un desajuste permanente entre las elaboraciones teóricas y los modos en que el capitalismo contemporáneo se apropia de la existencia mortal, hablante y sexuada. En este aspecto, lo político ya no tiene derecho a soñar y por difícil que sea debe mantenerse en el deseo de despertar.

Sin la pantalla del Ideal, lo que resta es sostener el deseo de poner “un freno de mano”, como diría Benjamin, en la marcha ilimitada del capitalismo. Esos frenos de mano ya no son estratégicos, sino que son siempre tácticos y nunca coinciden plenamente con los presupuestos teóricos que nos animan. En el caso de Argentina, más allá de todos los debates y discusiones, el obstáculo al neoliberalismo y su expansión incesante es la fórmula Scioli-Zannini.

Con el máximo respeto hacia aquellos que critican al capitalismo y quieren una política idéntica a esa crítica, es importante señalar que en algunas coyunturas como la actual, el esfuerzo por ponerse virtualmente a la izquierda de una posibilidad como la que representa el Frente para la Victoria puede contribuir a construir una imagen ideal irresponsable. Es irresponsable porque corroe el “freno de mano”, el escaso recurso del que disponemos frente a los dispositivos neoliberales.

No se trata de ser “posibilista”, “resignado” o “reformista”. Cuando se habla así desde una supuesta opción de izquierda, no se han sacado las conclusiones que un materialista debe extraer de lo sucedido en el siglo XX. Ser materialista implica caracterizar la mutación capitalista en neoliberalismo y admitir que las figuras de desconexión del mismo por vía violenta y revolucionaria se han revelado, mas allá de su acto instituyente igualitario, como formas sacrificiales, de terror organizado y, por último, inoperantes con respecto al Capitalismo. Una opción realmente materialista, “materialista de lo real”, debería apoyar la expansión de las prácticas emancipatorias y, desde las mismas, una y otra vez, intentar pensar la salida del Capitalismo. Salida que aún permanece sin nombre y de la que se debe dar cuenta desde una lógica contemporánea.

Los compañeros y compañeras de esta izquierda, en este contexto, suelen recordar el repertorio revolucionario o radical, mientras se abstienen y todo sigue igual o va a peor. No se trata de menospreciar dicho repertorio, ni de dejar de pensar las contradicciones del capitalismo y los límites de la democracia liberal, sino de pensar cuáles son los instrumentos emancipatorios con los que contamos ahora mismo. Especialmente, en una situación como la actual, cuando solo quedan dos opciones, es importante tener en cuenta el candidato que tenemos enfrente y todo lo que representa. Es difícil justificar el inmovilismo y el abstencionismo de los que quieren denunciar las injusticias propias del neoliberalismo, cuando esta actitud favorece que su mayor representante llegue al poder.

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