Los postulantes
“Las informaciones que dicen que algo no ha pasado siempre me resultan interesantes. Hay cosas que sabemos que sabemos. También hay cosas desconocidas conocidas, es decir que sabemos que hay algunas cosas que no sabemos. Pero también hay cosas desconocidas que desconocemos, las que no sabemos que no sabemos”
Donald Rumsfeld
Puede que sea una de los guiños mágicos de nuestra rica lengua, siempre me ha chocado que con la misma palabra pueda nombrarse a la acción de salir a pedir con una hucha por la calle y a la de querer ser ministro u otra cosa. Postulante. Si uno confiesa que ha vivido, y tras el maestro todos podemos, no tiene por qué no reconocer que ha sido postulante. Yo lo fui. Del Domund. Del hambre en el mundo. De no sé cuántas huchas de cuántos colores allí en la vida del cole de monjas. Nunca probé, sin embargo, la otra acepción y es de esa de la que quiero hablarles.
Los postulantes. Supongo que debe haberlos en todos los departamentos, así que está a la vista una remodelación de gobierno o un gobierno nuevo. En nuestro país siempre ha habido dos modalidades, a cual más peligrosa, postularte o que te postulen. Ambas suelen acabar de forma catastrófica para el interesado si bien en la última hay un punto de malicia que pudo ser maquiavélico en su día pero que hoy no deja de ser un clásico: que te postulen para quemarte, que te den por seguro para impedir que llegues. No tendremos inconveniente en asumir que es una especialidad patria que aquí en Madrid resulta tan castiza como las rosquillas tontas.
El mundo de la Justicia, al menos el de las élites del foro, no es que sea ajeno a esta tradición sino que es, quizá, uno de los más dados a este sabroso cotilleo, a esta pérfida venganza, a esta deliciosa maldad. Observarla es un pasatiempo que solo desespera, supongo, a los que tienen poco o mucho que perder en el intento. Así que en las últimas semanas hay todo un murmullo soterrado sobre los postulantes para ocupar la silla en la que aún sienta sus reales Dolores Delgado. Verán que aquí la maldad es ultra refinada pues permite a la vez dar por muerto a uno -mientras te escucha- moverle la silla -por si está aún vivo- y hacer el ditirambo de proponer a un seguro sustituto -por si consigues quemarlo- para que no lo sea.
Curiosamente son los digitales de tendencia conservadora los que se muestran como depositarios del pensamiento íntimo y único de Pedro Sánchez. Casi todas las informaciones que dan por defenestrada a Delgado y que colocan en la casilla de salida, fija y refija, al eterno candidato Juan Carlos Campo pertenecen a este ámbito editorial. Por ellos hemos sabido cosas tan jugosas como que el presidente en funciones, Pedro Sánchez, está haciendo una especie de sondeo entre las asociaciones de jueces y fiscales para ver a quién prefieren -en todos los morrazos de su actual ministra y como si esto fuera lo suyo, consultar a los afectados por el ministro que prefieren- o incluso que lo de Campo es seguro y no hay más de qué hablar.
Yo ni quito ni pongo rey, ni ministro, obviamente, pero no puedo dejar de oír los comentarios que llegan de aquí y de allá y que en el fondo sí dejan constancia de todo el pastel de poder que se juega en la próxima legislatura en el tablero de Justicia. Así que hay mucho preocupado, mucho ocupado y, por qué no decirlo, mucho desocupado. También mucho ocurrente. El postulamiento de Campo da para mucho en este terreno. No hay nadie en el mundillo jurídico o político que no sepa que Campo es compañero sentimental de Meritxell Batet, actual presidenta del Congreso. Por eso, los desocupados se entretienen haciendo chistes sobre lo que supondría que un miembro del Tercer Poder en excedencia fuera nombrado miembro del Segundo Poder mientras comparte su vida con la presidenta del Primero. Sucede que, aunque lo presenten como una broma referida a una situación personal, no lo es tanto. No se conoce precedentes de una liaçon así desde Montesquieu y es seguro que daría para un permanente machaque de la oposición. Eso sí, si broma con broma se paga, a los que tal chiste ríen podríamos contestarles que en tal hipotética pareja, una ruptura podría ser la escenificación total de la separación de poderes.
Lo que les cuento en tono casi de chascarrillo no es sino la escenificación de todo lo que se tiene que mover en ese negociado en la legislatura que acaba de empezar. No solo son las leyes pendientes sino, y por encima de todo, la renovación del Consejo General del Poder Judicial que está pendiente desde el fallido intento abortado por Cosidó y sus puertas traseras. De ahí depende el futuro de muchas carreras profesionales y de mucha ambiciones -fíjense qué bonito quedaría que les dijera que de los intereses de los ciudadanos; pero no voy a ser tan cínica- en un amplio espectro que abarca desde la posible pérdida de influencia de la Asociación Profesional de la Magistratura que es reina en el reparto de la tarta de cargos, hasta el futuro de Manuel Marchena, que sigue aspirando a ser presidente del Tercer Poder. Ni que decir tiene que también están en juego las ambiciones de muchos progresistas. La cuestión del procés y asuntos aledaños, el espinoso tema de la exhumación de Franco o las previsibles huelgas de jueces, a tenor de que su situación no mejora, han convertido a este ministerio en un foco de poder político que no en todas las legislaturas atesora. Abundan pues los postulantes, también de la misma asociación fiscal que la actual ministra, y otros que andan por el entorno de otros ministros poderosos, dado que ahora sí se juega a cosa hecha, con una legislatura de cuatro años por delante, y no hace un año cuando había que decir que sí sin saber si la silla te iba a durar algo más de unos meses.
En todo caso se trata de una prerrogativa personal del presidente del Gobierno y dudo mucho que haya quien tenga seguridad sobre las decisiones que tomará en su gabinete. Ni muchos ministros actuales les pondrían la mano en el fuego por cuál puede ser el diseño. Tampoco podemos saber hasta que punto le pesan a Sánchez las lealtades y las travesías del desierto porque hay elementos para pensar que es muy sensible a estas cuestiones -y eso beneficiaría a Delgado- y otros, como la decisión de dejar en Ferraz a algunos de sus más próximos, que indican que llegada la hora los sentimentalismos no le frenan.
Yo no tengo más clarividencia que otros muchos. Sigo con curiosidad la operación 'quememos al soldado Campo', que para otros es 'postulemos al amigo Campo', porque a la vez levanta las voces que relatan algunos malestares que ha sembrado en el Grupo Parlamentario Socialista, las voces dentro del sector que recuerdan el soberbio secretario de Estado que hizo y, en toda su ingenuidad, hasta el sindicato Comisiones Obreras que se ha lanzado ya a protestar por si le nombran.
Yo, ¿les he dicho ya que me daba cierta vergüenza coger la hucha?