PP y Ciudadanos: el brazo político de Franco
Es extraordinario, pero no debería serlo. Si fuésemos una democracia normal y madura, el titular del Consejo de Ministros de este viernes sería este: «Con cuarenta años de retraso». Lo que va a hacer España, iniciando los trámites para sacar al dictador de su tumba de oro, es emprender un camino que tendría que haber transitado hace ya mucho tiempo. Sin embargo, como no somos una democracia ni normal ni madura, nos toca aplaudir, debatir y seguir avergonzándonos de lo que pasa en este país.
Estos días las televisiones dan voz a los apologistas del franquismo que insultan a las víctimas y legitiman el genocidio ideológico que se produjo en España durante cuatro décadas. Los mismos periodistas que se negaban, y con razón, a darle voz a los portavoces de Herri Batasuna para justificar los 867 asesinatos cometidos por ETA, permiten en sus programas que los herederos de Franco aplaudan los 150.000 homicidios perpetrados por la dictadura y humillen a quienes siguen estando enterrados como perros en las cunetas. Pura coherencia.
Estos días los partidos que se dicen de centro demuestran ser de extrema derecha, al menos en lo relativo a este tema, oponiéndose a la exhumación. Sus argumentos son peregrinos, insostenibles y hasta cobardes. Si son franquistas y/o no quieren perder los votos de los nostálgicos del garrote vil, al menos que lo digan abiertamente y no insulten nuestra inteligencia. Porque es insultar nuestra inteligencia argumentar, como han hecho Rivera y Casado, que «hay cosas más importantes que esa» o que «no gastaría un euro en desenterrar a Franco».
No soy muy aficionado a utilizar el término “cuñado”, pero esta vez me lo voy a permitir. No hay argumento más “cuñado” que tratar de esquivar el asunto aludiendo que es más importante el empleo o la educación de nuestros hijos. Siguiendo ese criterio dejemos quemarse los bosques, perdonemos a los corruptos, que recicle su puñetero padre, gritemos «gora ETA» en los platós de televisión, acabemos con el fútbol profesional, dejemos que se derrumben las iglesias y ¿por qué no? apedreemos a los políticos que dicen estupideces. Mientras yo tenga pan en la mesa y mi hijo pueda ir a la escuela... ¿A quién le importa lo demás?
Obviamente ni Rivera ni Casado son “cuñados”. En la misma rueda de prensa en la que dan ese argumento hablan de las cosas realmente importantes: en un pueblo del Pirineo catalán han colgado un lazo amarillo en un balcón, unas marionetas que actuaban para 20 niños han sacado una pancarta, alguien ha escrito un tuit, una cantante ha compuesto una emocionante letra para el himno nacional...
No cuela. Estamos ante la misma estrategia que cuando nos dicen que hay que recortar en sanidad o en educación porque no pueden ser deficitarias o en pensiones porque son insostenibles. Un argumento que jamás se emplea para hablar del gasto en defensa, del rescate de empresas privadas o de las subvenciones a la Iglesia. Los maestros, los médicos y los jubilados tienen que ser rentables, los militares, los banqueros y los curas... ya si eso, como diría nuestro nada añorado Rajoy.
Que no nos cuenten milongas. No es un tema menor sacar al gran verdugo de su tumba de héroe, honrar a sus 150.000 víctimas mortales y a otros cientos de miles de demócratas represaliados, acabar con un monumento fascista dedicado a exaltar una sangrienta dictadura, eliminar los símbolos y las calles dedicadas a asesinos. Si hacerlo fue esencial en las naciones en que triunfó la democracia frente al fascismo en la II Guerra Mundial, aún lo es más en un país en el que fue una dictadura fascista la que tuteló el tránsito hacia nuestro sistema de libertades. Aquí el principal partido de la derecha fue creado por exministros franquistas. Aquí heredamos el poder judicial, militar, económico y policial del franquismo. Aquí a nuestro rey lo nombró Franco. Aquí y hoy, el PP y Ciudadanos actúan como brazo político de la momia del dictador. Aquí, por todo ello, tenemos una democracia bajo sospecha.
El que va a dar el Consejo de Ministros este viernes debe ser solo un primer paso de un largo camino, que solo terminaremos de recorrer cuando la historia de esos oscuros años se estudie en las escuelas y sea asumida por los partidos que se dicen democráticos. El historiador Herbert Southworth ya nos lo advirtió en los años 80: «Si la democracia española, recién establecida, no ayuda a confirmar la verdad histórica de la guerra civil, puede perder su propia legitimidad y, lo que es mucho peor, su alma». No tengo dudas de que el vaticinio se cumplió y acabamos perdiendo nuestra alma, o al menos una parte importante de ella. La pregunta es: ¿seremos capaces de recuperarla?