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PP y Vox: fin al conflicto de lindes

Abascal se cruza con Sémper y Gamarra en el Congreso.
27 de septiembre de 2023 22:28 h

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En este debate de investidura ha habido hueco hasta para la abuela de Santiago Abascal, la “abueliña” nacida en Canabal (Lugo) y criada en Padrón (A Coruña) que le repite a su nieto que tiene más sangre gallega que Alberto Núñez Feijóo. Quizá la galleguidad sea una de las claves para explicar la nueva relación entre el PP y Vox, que siempre fue una cuestión de lindes: dónde acabas tú y dónde empiezo yo.

Feijóo normalizó a la derecha ultra a través de un ejemplar ejercicio de rebranding: a partir de ahora os llamaréis “partido unitario”. Como cuando Frigo se empeñó en llamar Viennetta a la Comtessa. Nadie se lo creyó pero él ha puesto fin al conflicto de lindes. En lugar de cargar la escopeta cada vez que se discute si este medio metro de seto o este cochambroso muro medianero es de uno o de otro, Feijóo ha decidido crear una nueva cartografía de la derecha en la que los once millones de votos son suyos. “Voy a salir de aquí con mis principios y los de once millones de votantes”, dijo sin rastro de su, al parecer, famosa socarronería gallega.

A cambio de expropiar el terreno a la ultraderecha, Feijóo consiente en tenerlos en sus tierras y asegurar que son unos inquilinos impecables. “Nosotros quisiéramos ir mucho más allá, pero es un comienzo”, dijo Abascal, como quien se conforma con ser el amigo fiel de la chica que le tiene enamorado. El líder ultra quiso convertir el apoyo a la investidura en un pacto de “colaboración sin remilgos y sin complejos” reconociendo, sin querer, que hay que tener unas tragaderas muy anchas para asociarse con ellos. Su intervención fue mitad memorial de agravios, mitad abrazo del oso, todo dedicado a un Feijóo que ha demostrado ser un buen parlamentario y mejor regateador en su propia moción de censura.

Esta semana The New York Times publicaba un artículo de opinión titulado The ‘One Out of Hell’ Is Back in Europe en el que analiza el avance de la ultraderecha en Europa. En él señala que España es un caso excepcional porque Vox pierde y perderá votos. Pero también señala que ha conseguido desplazar hacia la derecha el centro de gravedad político en muchos asuntos, como la lucha contra el cambio climático. En el debate, Abascal agradeció a Feijóo que asumiera “muchas cosas que hasta ahora solo defendía Vox” como la denuncia “de la dictadura activista (contra el cambio climático) o el adoctrinamiento”. Parece que Vox ha asumido su papel secundario y de muleta de Feijóo a cambio de que el Partido Popular asuma sus principales postulados. Vox se desdibuja a cambio de la voxización del PP.

Al calificar a Vox de partido unitario, Feijóo reconoce que desarrollar la política territorial que España demanda es incompatible con su socio y, a la vez, se guarda de calificarlo de centralista o contrario a las autonomías. Un encaje de bolillos que el resto de las fuerzas políticas y la sociedad no parecen dispuestas a asumir, pero una de las virtudes de Feijóo es avanzar como si la realidad que no le conviene no existiese. Para qué vamos a hablar de Vox y el problema territorial si podemos hablar de amnistía. En su discurso, pura ambigüedad programática, terminó de naturalizar los agradecimientos a los ultras, y se postuló como el dueño y jefe de un bloque reconocible por toda la derecha. Feijóo aspira a deglutir al partido de Santiago Abascal por la vía amistosa pero no debe olvidar la frase del actor Luis Zahera, que también es aplicable al gallego socarrón protagonista de la semana: “Galicia es un país que intenta suicidarse y no lo consigue”. 

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