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¿Quo vadis, Sánchez?

Pedro Sánchez celebrando su victoria en la sede del PSOE

Garbiñe Biurrun Mancisidor

En 21 días y 20 noches, hasta el 23 de septiembre, Sánchez habrá de convencer de las bondades de un gobierno en solitario.

Perdida en primera instancia la ocasión de formar gobierno, pretende un nuevo intento –así lo digo porque no es seguro aún– de investidura. Y ello, tras haber puesto todas las trabas posibles para un gobierno conjunto con Unidas Podemos. Y ahora, además, remachando su rechazo a un gobierno de coalición por la quiebra de confianza producida el pasado 25 de julio.

Como si hubiera habido confianza antes de ese día. Como si negar reiterada y convencidamente un gobierno de coalición porque no sumaban mayoría absoluta y porque no podía haber dos gobiernos en uno y porque no podía integrarlo el candidato de UP a la presidencia, o sea, Iglesias, revelara una confianza previa. Como si pudiera pensarse cabalmente que UP pudiera tener la confianza suficiente y el compromiso insuficiente para fiar el Gobierno sin participar en el mismo. Como si esta confianza en un partido que ha gobernado tan largamente se restableciera en una primavera y un verano y pudieran asimilarse con facilidad años y años de quiebra de expectativas de respuesta a los problemas de la gente en clave de auténtica justicia social. Como si hubiera que confiar con la fe de las creencias.

En realidad, ya no se sabe cuál es la verdadera razón de la renovada única real apuesta de Sánchez por el gobierno monocolor.

La falta de mayoría absoluta es una evidencia, pero también lo es que sin este acuerdo será imposible lograrla. Además, es un argumento incongruente con otras actuaciones del PSOE que, por ejemplo, en Euskadi comparte el Gobierno con el PNV sin alcanzar tal mayoría y sin que ello le hubiera impedido aceptar la oferta de coalición.

La desconfianza mutua no es, como digo, ni nueva ni inesperada ni anormal, pero sí superable en la acción de gobierno progresista conjunta.

Las reiteradas y muy cansinas apelaciones a la inconveniencia de que coexistan dos gobiernos en uno constituyen un argumento absurdo que golpea directamente en la línea de flotación de la esencia de un gobierno de coalición. Además, evitar esa dualidad sería responsabilidad de quien lo presida, llamado constitucionalmente a dirigir la acción del Gobierno y a coordinar las funciones de sus miembros. ¿O no se siente capaz quien aspira a presidirlo de responder a esas obligaciones tan elementales cuando intervengan sujetos que no estuvieran bajo su tutela partidista o que plantearan y desplegaran, en su caso, acciones políticas de progreso humano que no fueran asumibles por él?

El veto a Iglesias solo pretendía impedir el acuerdo. Es más, en una nueva exhibición de incongruencia, en La Rioja, al nombrar como Consejera del Gobierno a quien fuera candidata a su presidencia por UP, se ha destacado por un representante del PSOE que es normal que quien fue candidata y dio la cara integre el Gobierno.

La anunciada propuesta de 300 medidas que vamos a conocer ya también me sume en la perplejidad. ¿Cambia ahora su programa el PSOE? Parece ser que sí y que lo hace tras reunirse con “la sociedad civil”. Como si no la hubiera habido antes y como si no se hubiera presentado a las elecciones con un concreto programa. No niego que en una nueva investidura se plantee un programa de gobierno renovado tras pactarlo con los grupos parlamentarios que fueran a apoyarla, pues esto está en la esencia de los acuerdos. Lo que sorprende es que, sin pacto alguno y sin intento de investidura a la vista aún, Sánchez modifique su programa, al que su electorado dio su visto bueno el 28 de abril, integrando así, según se dice, propuestas de UP y otras fuerzas. Puede que Sánchez, en una nueva pirueta, pretenda que el PSOE interprete en un futuro Gobierno dos papeles, el suyo propio y el de UP y puede que esta sea, en el fondo, la única razón para negar la coalición. Porque Sánchez, además, esperará que UP tenga la confianza de que su papel sea correctamente interpretado por el PSOE.

Pocas son las posibilidades de un acuerdo de investidura. Desconozco el final de esta historia, pero sé que nadie puede asegurar con un mínimo de fiabilidad cómo respondería la ciudadanía preguntada el 10 de noviembre. Esto también lo sabe Sánchez, sin duda, y es quizá la única mínima razón real que puede hacer que, con el otoño, arranque realmente la legislatura.

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