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El ruido y la furia

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, durante la firma del preacuerdo para un Gobierno de coalición.

Elisa Beni

“Los que pueden actúan, y los que no pueden, y sufren por ello, escriben”.

William Faulkner

Vivimos en el ruido.

Vivimos en el ruido de los que sólo quieren provocar y después mantener la furia hasta que salten por los aires los principios más ilustrados sobre los que hemos podido fundar nuestra convivencia.

Todo ayuda para el ruido. Ayuda la tecnología manipulada, la falta de sentido crítico, la confusión, la formulación de problemas falsos y la avalancha de soluciones inservibles por simples y por engañosas. El ruido de los antisistema, que amenazan con el coco de los comunistas y asustan a las abuelas y a los pusilánimes con el miedo a que sus menguados depósitos y sus demediadas pensiones sean consumidas por la rapacería de las izquierdas radicales mientras el capital ríe despiadado de la situación en la que ha sido preciso sumir a las clases medias para mantener su irrefrenable ansía.

El ruido, que es una forma de furia en la que estalla sin rubor la pataleta de los que han decidido hace tiempo que la democracia y el poder son un juego de papeletas intercambiables, mientras el resultado de la rifa no se aparte ni un milímetro de lo que ha sido predeterminado.

El ruido que agita las aguas creando olas impensables. Olas en las que la meritocracia sirve para explicarnos que los que ganan cantidades obscenas de dinero lo hacen porque sus contribuciones a la sociedad son de tal naturaleza que no es que los hagan distintos, sino que los hacen superiores. El ardid en el que suelen picar los más desfavorecidos.

La furia como solución para combatir el ruido y para crear más furia, dado que se trata de reventar el sistema desde dentro para revertirlo y convertirlo en aquello que siempre han deseado. Esto los unos y también algunos de los otros. Las barreras y las negativas ante cualquier intento de solución desde presupuestos diferentes.

Y junto a ello el ruido de la mentira y de la falsedad de la ultraderecha nacional católica, ahora con apariencia pop, que, pese a sus disfraces, se está quitando las caretas. Es necesario. Es ruido lo que pretenden introducir en el sistema. Ruido que engañe a los que contienen la furia que han creado en ellos los que decidieron que fueran las clases medias occidentales las que pagaran el precio de la globalización y del uso de la tecnología, que les iba a permitir acaparar el 82% de la riqueza de la tierra.

Ya sin ambages proponen, no en las tertulias sino en los parlamentos, la aniquilación de los derechos y las libertades. Piden la cadena perpetua “total, sin remisión de pena y sin posibilidad de salida” y la venden como solución a problemas cuya dimensión desdibujan, obviando que ningún país de la Unión Europea podría sostener una legislación de ese tipo.

Hablan de “ilegalizar partidos separatistas que atentan contra la unidad de la Nación” y esgrimen ese sentimiento de pertenencia como salvavidas de todos aquellos a los que sus principios neoliberales les han abierto una sima bajo los pies, como si fuera el territorio el que fuera a redimirles de la falta de esperanza. Olvidan para ello advertir que la ley de 2002 sólo logró salvar los estándares democráticos, y con pesar, tras insistir de forma clara en la necesidad de que los partidos ilegalizados utilizaran la violencia para sus fines. Tampoco Europa, ese salvavidas al que vamos a tener que agarrarnos como náufragos, hubiera consentido otra cosa.

Quieren además poner en el debate público todas aquellas ideas teocráticas que no pudieron introducir en la agenda del PP o que, cuando se intentaron, acabaron costándole la carrera política a sus mentores. Como sucedió con Gallardón y su restricción a la ley del aborto que el Tribunal Constitucional lleva diez años sin revisar, después de que su padre y otros 70 diputados populares cuestionaran la reforma de Zapatero.

Ahora vuelven al ruido y a la revuelta. No se contentan con impugnar las normas, sino que llevan ambulancias a coaccionar a las mujeres que quieren abortar, utilizando fórmulas de remoción emocional, tratando a las mujeres como niñas manipulables y exigiendo desde sus escaños que se acabe con los “abortorios” y con las “condenas a muerte” de los fetos. Mientras, mandan a las mujeres a coser botones para empoderarse y abominan de toda lucha por la igualdad que nos haya alejado del estado de sumisión y adocenamiento en el que nos quiere el patriarcado, que no sólo defienden, sino que encarnan. “Hay mujeres que creen que su cuerpo es suyo, pero lo que llevan dentro no es su cuerpo”, dice el abrupto líder. Lo que llevan dentro es del País, del Estado, del Poder y del Patriarcado. Necesitamos mujeres que engendren a los españoles de la nación Una, Grande y cada vez menos Libre.

Más ruido. Ruido para impedir que un gobierno progresista intente devolver la sensatez al debate público de este país. Un gobierno que, una vez sea, debería acometer la ardua e inaplazable tarea de averiguar calle por calle, cómo ahora somos capaces de observar el voto, cuáles son los problemas de esas clases que han naufragado por la crisis y que no encuentran otra solución que abrazarse a la furia. A esa furia que crece país por país, territorio por territorio, en este despertar del siglo, que no ofrece demasiada esperanza, pero al que hay que buscársela.

La izquierda debe volver a hacer las preguntas adecuadas sobre lo que sucede, que no son por mucho que se quiera las mismas que hace tres décadas, y una vez diagnosticadas, exponer soluciones desde las libertades y los derechos humanos. Un gobierno progresista debe analizar la realidad de esta nueva sociedad de salarios bajos, estancamiento económico, crecimiento de las rentas del capital e hiperconsumismo y analizar sin rubor los nuevos problemas de la multiculturalidad.

Todo eso está por delante. Todo eso es lo que intentan evitar haciendo ruido. Frente a ello está la responsabilidad ante la historia, no sólo de los individuos sino también de los grupos políticos y hasta de las naciones. Siempre sueña y apunta más alto de lo que puedas lograr, decía Faulkner. Ahora se trata de lograr lo que pueda rescatarnos, a todos, hasta a los que no saben que necesitan rescate, de la furia del siglo que ha comenzado a azotarnos.

Se han instalado en el ruido para desatar la furia. Los que puedan actuar, que actúen; los que sufrimos por ello, escribimos.

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