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¿A cuánto sale el kilo de refugiado en Europa?

Gumersindo Lafuente

Entretenidos por los asuntos propios de la incertidumbre política, quizá ocupados rebuscando apellidos ilustres en los papeles de Panamá, o tal vez celebrando glorias pasadas para tapar las miserias presentes, tendemos a olvidarnos una vez más de los refugiados. La gigantesca pancarta que preside desde hace meses la fachada del Ayuntamiento de Madrid dándoles la bienvenida debería pesar cada día que pasa un poco más en nuestras conciencias. La alerta mundial que despertaron las terribles imágenes que nos llegaban del éxodo de los sirios que huían de la guerra ha ido apagándose con la reiteración, que nos ha anestesiando, que nos ha hecho inmunes a la bárbara insolidaridad con la que Europa está abordando la situación.

Gonzalo Fanjul, experto en el tema de la Fundación porCausa, lo denunciaba el pasado miércoles en el Intermedio. Estamos ante un problema ético. También ante la negación de una realidad insoslayable: por muchas vallas que levantemos, por muchas fronteras que dibujemos y por mucho dinero que pongamos encima de la mesa, las personas seguirán moviéndose por el planeta como lo han hecho desde el principio de la historia.

Pero no aprendemos. La vieja Europa prefiere poner dinero para que sean otros los que se hagan cargo de nuestras responsabilidades. Turquía no tiene los estándares de democracia y libertad como para ser parte de la UE, pero, claro que sí, está perfectamente habilitada para recibir 3.000 millones de euros y el doble si hace falta con tal de que aloje a los refugiados que no queremos.

Y si hay que hacerse cargo de alguno (los 18 que en todos estos meses han llegado a España resuenan como la cifra más vergonzosa que pueda uno imaginar) y al que le toque no le apetece, con 250.000 euros se lo quita de encima sin problemas. Y estamos hablando de personas que huyen de la guerra, de una muerte más que probable o de una miseria segura. Imaginen lo que les espera a los migrantes por otros motivos. Los que buscan trabajo, una vida más digna, un futuro para sus hijos.

“Los refugiados son las fotografía del mundo que seremos”. “La inmigración es una bendición para los países que la reciben”. En dos frases Fanjul dibujaba una inquietante realidad que los políticos que mandan en Europa, con Mariano Rajoy y sus ministros a la cabeza, han tergiversado hasta el punto de hace creer que refugiados y migrantes son una amenaza, la fuente de todos los males, incluso han llegado a tener la desvergüenza de mezclar su llegada con el terrorismo.

La realidad sin embargo es muy diferente. España nunca habría podido crecer al ritmo que lo hizo en el pasado sin la presencia y el trabajo de los más de cinco millones de inmigrantes que se establecieron aquí. Es más, en una sociedad envejecida, con los niveles de natalidad más bajos del mundo, vamos a seguir necesitando, si queremos tener algún futuro, de su ayuda. No nos dejemos convencer con los argumentos del miedo. Ni la valla de Melilla es un ejemplo del que sentirse orgulloso, algo que sorprendentemente insinuaba hace unos días un periódico español, ni los migrantes viene a robarnos el futuro. Por sorprendente que a alguno le pueda parecer, la realidad es justo la contraria.

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