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Esto que no salga de aquí

José María y Carlota en Gran Hermano.

Raquel Ejerique

En el imaginario colectivo, el violador es un ser enfermizo y obseso que va metiendo a chicas en portales de noche para forzarles con una navaja o usando la cómoda superioridad que otorga el miedo de la víctima. Desde hace poco tiempo hay cierta conciencia social de que habría al menos un segundo tipo: el chico que “parece” normal. El que no parece un violador. El que es tu igual. El que no tenía pinta. El que se aprovecha de que vas bebida o de su superioridad o poder. Puede ser guardia civil o militar como los de La Manada, un chaval apuesto y con estudios, un gordito gracioso o un ligue de bar. Este tipo de agresor no sale en las películas, pero también considera a una mujer un objeto de descarga.

También puede ser un concursante de un programa de televisión y puede ser tu novio a la vez. Lo que no sabíamos es que también se podían perpetrar presuntas violaciones públicas sin que nadie interfiriera pudiendo hacerlo. O que había tantas dudas sobre qué es y qué no es normal en una relación de pareja. Como en los casos judiciales, el caso de Gran Hermano revela que hay personas que aún no tienen claro qué es una agresión sexual y que consideran que solo si la víctima se está resistiendo activamente es claramente una violación.

El caso de Carlota, la concursante del programa de Gran Hermano en 2017, es demoledor porque se hizo casi todo mal. Lo primero es que nos olvidamos de ella y de ese “comportamiento intolerable” del chico, como puso Mediaset en su comunicado al día siguiente de que él la llevara a la cama e intentara (o consiguiera) tener sexo mientras ella estaba insconsciente. Hasta que El Confidencial rescató su historia, quedó como un capítulo opaco y sin resolver entre una pareja frente a las cámaras de televisión. Él fue expulsado y ella invitada a abandonar la casa. Casi como si fuera lo mismo tener sexo con una persona inconsciente que ser la persona inconsciente. Después de vivir en el ostracismo, hemos conocido la historia de Carlota, que ha pasado un calvario agravado por la mala gestión del programa y la productora (que no paró el supuesto abuso pese a que lo estaban viendo) y la indiferencia de todos nosotros. Además de haber sido presuntamente abusada o agredida sexualmente mientras estaba bebida, tuvo que ver el vídeo de lo que había pasado, sola, sin apoyos, a las bravas. Cuando se le enseñó la grabación también se le dio una advertencia: “Carlota, este tema, por José María y por ti, por el bien de ambos, no debe salir de aquí”. Una vez más, agresor y víctima en el mismo plano. Aunque también le recomendaron denunciar a la policía.

El hecho de que él fuera su pareja y de que ella no opusiera una clara resistencia puesto que no podía, seguramente ralentizó la reacción del programa, aumentó las dudas sobre qué hacer y por tanto sumió en un infierno la vida de la chica, que ya no será nunca igual. Todo esto sí debe salir de aquí y hacernos reflexionar y reaccionar. Debe saberse que la violación no es solo la de las películas, que se puede dar entre novios, en público y sin que la mujer llore, patalee y se enfrente a su agresor.

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