Saquemos a nuestros hijos de las redes sociales, pero ya
Que nadie se me moleste, pero va siendo hora de dejar de hacernos los tontos con las redes sociales y nuestros hijos. Estuvo bien un tiempo hacernos los tontos, sí, yo el primero. Estuvo bien hacer como que no éramos del todo conscientes de los riesgos, que no sería para tanto, que tenían también cosas positivas que compensaban las negativas, no podíamos mantenerlos en una burbuja, la tecnología en sí misma no es buena ni mala, cada época tiene su ración de pánico moral, no seamos tecnófobos, y que si las herramientas de control parental, que si el uso responsable…
Hasta aquí hemos llegado, ya no cabe hacerse el tonto ni un día más: sabemos que las redes sociales están haciendo daño a nuestros hijos. Mucho daño. Lo sabemos sin lugar a dudas. Lo sabemos sin necesidad de estudios ni estadísticas. Lo sabemos sin que lo diga el Congreso o el Parlamento Europeo. Lo sabemos porque las evidencias son incontestables, incluso aunque la ciencia todavía no se atreva a afirmarlo con rotundidad. Lo sabemos porque lo vemos a diario, en nuestro entorno, en nuestra propia familia. Nadie puede dudarlo ya: las redes sociales son dañinas para nuestros hijos. Negarlo es ser cómplice de ese daño.
Las redes sociales, y los móviles por extensión, son el primer motivo de conflicto en las relaciones entre adultos y menores, y entre los propios menores. Es también el principal causante de todo tipo de problemas. Lo sabemos las familias, desesperadas por el “puto móvil”. Lo saben los docentes en colegios e institutos, desbordados por una realidad que no surge en las aulas. Lo saben psicólogos y psiquiatras, que llevan años advirtiendo de cómo el deterioro de la salud mental entre los jóvenes ha aumentado en paralelo al crecimiento de las redes sociales. Lo saben policías, fiscales y jueces de menores, lo saben los expertos en tecnología, lo saben las autoridades. Y lo más gracioso: lo saben los creadores y directivos de esas redes sociales, que no permiten que sus hijos accedan a ellas hasta edades más avanzadas. Este último dato también lo sabemos desde hace años, pero nos hacíamos los tontos.
El debate lo ha reabierto Australia, cuya prohibición para que los menores de dieciséis accedan a redes sociales entra en vigor esta semana; pero son muchos los países que lo están planteando. Hace unos días también el Parlamento Europeo. Sin mucha prisa ni demasiada contundencia, hay que decirlo. También España, donde el Congreso tramita una “ley para la protección de menores en entorno digitales”, a la que seguramente falta ambición porque la tecnología siempre va unos pasos por delante.
No hay ni una sola amenaza para nuestros hijos que no pase hoy por las redes sociales: acoso escolar, trastornos alimentarios, autolesiones, suicidio, adicciones, pederastia, grooming, chantajes, todo tipo de daños a la salud mental, falta de sueño, pérdida de atención, fracaso escolar, hipersexualización temprana, contenidos inapropiados, violencia, porno sin filtros, bulos, misoginia, ultraderecha… A todo ello podrían estar expuestos sin necesidad de redes; pero estas lo facilitan y favorecen su exposición sin vigilancia adulta. Y no es un efecto secundario; son tecnologías diseñadas intencionadamente para eso: para robar el tiempo y los datos, la atención, la privacidad, el sueño y la salud mental, para maximizar el tiempo de uso y dar más visibilidad a todo aquello que sabemos nocivo para nuestros hijos. Ahora además potenciado por la IA.
Yo me considero un adulto funcional, responsable de mis actos, con el cerebro ya formado y capaz de tomar mis propias decisiones: tampoco yo puedo resistir a esas tecnologías. También a mí, que no soy un adolescente a medio hacer, me roban el tiempo, los datos, la privacidad, la atención, el sueño, la salud mental. Los adultos pasamos cada vez más horas conectados, perdemos horas en el scroll infinito, nos llevamos el móvil a la cama aunque sepamos que está contraindicado, pagamos por “retiros de desconexión” para que alguien nos arranque un rato los dispositivos, y hasta hemos vuelto a ir al cine porque es la única manera de ver una película durante dos horas sin distraernos. ¿Esperamos que nuestros hijos sean capaces? ¿Nos sentimos capaces nosotros de protegerlos? Venga ya.
Saquemos a nuestros hijos de las redes sociales, pero ya, hoy mismo. Y cuando digo “nuestros hijos” hablo de mis hijas y de los tuyos, porque aquí no vale con proteger cada uno a los suyos. Mis hijas menores no tienen redes sociales, pero están igualmente expuestas a sus riesgos mientras sus amigas y compañeros de clase las tengan. Porque el daño no es individual, sino social; y porque sus contenidos son muy invasivos, alcanzan a quienes intentamos mantenernos al margen y que los acabamos viendo por otras vías.
Solos no podemos. Cada uno de nosotros no somos ya capaces de resistir a unas tecnologías diseñadas para ser irresistibles. Cada familia no puede proteger a sus hijos frente a tecnologías diseñadas para vencer cualquier control y limitación. No nos desentendamos de nuestra responsabilidad individual, pero no culpemos a las familias que lo permiten, pues detrás del “chupete digital” suele haber otros problemas y carencias. Tampoco dejemos que cada familia lo resuelva con sus propios recursos, pues estos son muy desiguales, y también en la exposición dañina a redes hay poder adquisitivo. La tarea de sacar a nuestros hijos de las redes es una tarea colectiva, de país. Como esas familias que se organizan en un mismo colegio para que ninguno de sus hijos tenga móviles o redes: o lo hacemos todos, o nadie está a salvo. Venga.
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