Secuestro en El Prat
A falta de serpientes de verano, los medios se han llenado de imágenes de las colas en los controles de seguridad en el aeropuerto de El Prat. Como siempre, se culpa a los trabajadores: que si no respetan el derecho al trabajo o el derecho al ocio del resto de los ciudadanos, que si se comportan de manera irresponsable causando un daño irreparable a nuestra principal industria, el turismo, en los días críticos de agosto tomándonos a todos como rehenes para subirse sus sueldos.
Hay que tener una perspectiva muy peculiar para culpabilizar de todo a trabajadores que cobran 900 euros al mes, doblan turnos y hacen horas extras que no se les pagan o soportan relevos insuficientes para mantener abiertos y a pleno rendimiento todos los puestos de control.
Al parecer, la empresa Eulen, que licitó a la baja para llevarse el contrato, no sólo no tiene responsabilidad alguna, sino que incluso se presenta y es presentada como víctima. Tampoco se siente responsable la misma AENA, que resolvió el contrato al concesionario anterior porque no garantizaba la calidad en el servicio y, de manera temeraria, se le concedió a un postor que ofrecía hacerlo mejor y por mucho menos dinero.
En cuanto a las diferentes administraciones, obligadas a garantizar el buen funcionamiento de los servicios públicos con o sin concesión, responsables de nombrar a los directivos de aeropuertos y siempre en primera línea cuando se trata de inaugurar pistas y terminales, ahora se limitan a recomendar mesura, responsabilidad y sentido común como si fueran consejeros sentimentales y gobernar hacer terapia de grupo.
Una vez más se demuestra aquello que múltiples estudios comparados de gestión y políticas públicas vienen acreditando desde que comenzó la oleada privatizadora en los ochenta. Las supuestas mejoras en la eficiencia de los servicios privatizados siempre tienen el mismo origen: rebajas en la calidad del servicio y en el salario de los trabajadores.
Si alguien ha secuestrado a alguien en el Prat es la empresa Eulen, que ha licitado de manera temeraria para hacerse con el contrato y ha pretendido que los trabajadores soportasen en sus salarios y condiciones de trabajo esa rebaja, que ni ha querido ni quiere negociar, confiando en que el cabreo de los usuarios y la presión mediática y política acabará por hacerle el trabajo sucio y preservar su margen de beneficio.
Repetir una y otra vez que los trabajadores secuestran a ciudadanos que sólo quieren trabajar y turistas que sólo pretenden disfrutar de nuestro sol podrá resultar muy efectivo, pero no lo convierte en verdad. Es como hablar de turismofobia y kale borroca para categorizar las acciones de protesta contra el turismo masivo y depredador que empieza a asolar nuestras ciudades y costas entre lamentos por las divisas derramadas y llamadas a mimar a los turistas, trayéndonos ecos que creíamos olvidados del desarrollismo y el boom turístico alentado por la dictadura franquista costase lo que costase. Hay que tener muchas ganas de volver a hablar de kale borroca y terrorismo, pero tampoco lo hace verdad.