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Sería superbonito

Pablo Iglesias, en la campaña electoral catalana. / SANDRA LÁZARO

Barbijaputa

Hoy leemos una entrevista de Jot Down a Pablo Iglesias en la que, entre otras cosas, preguntan directamente por dos encontronazos con la prensa: el medio catalán Critic y el programa de radio Carne Cruda. Lo cierto es que la respuesta de Iglesias se centra en Javier Gallego, el conductor de Carne Cruda, cuya entrevista acabó generando titulares por lo, quizás, desproporcionado de su reacción.

Difícilmente se puede decir con objetividad que Iglesias estuvo brillante en aquella ocasión (aquí dicha entrevista). Muy difícilmente. Y no voy a negar que Pablo Iglesias puede ser brillante (aún recuerdo el Salvados desde Ecuador, hace meses, que me dejó ojiplática, sin palabras… yo quería votar a ese señor que hablaba calmado con un discurso tan contundente y tan directo, un discurso sin circunloquios, sin peros, sin concesiones a sus detractores, sin miedo al qué dirán), pero sin ningún género de dudas, la entrevista con Javier Gallego no fue así.

Casualmente escuché aquella entrevista telefónica desde el mismo estudio del programa, con el que a veces colaboro, y fui testigo en directo de cómo Iglesias se enrocó ante preguntas hechas desde un respeto y una calma exactas a la que encontró con Évole en aquel Salvados. ¿Cuál es la diferencia de unas respuestas y otras si las preguntas de Évole fueron incluso más duras e insistentes de las del propio Gallego?

Aun así, no me parece tan grave que un candidato a la presidencia pueda tener un mal día y se enfade, es cierto que todos somos humanos y que estas cosas pasan. Lo que es verdaderamente llamativo es que meses después, con tiempo para haberse escuchado en aquella entrevista y haber pensado en ella, su respuesta al politólogo Jorge Galindo quien se la recuerda, es un ataque al periodista que lo entrevistó, con una actitud pasivo-agresiva que nada tiene que ver con aquel Iglesias que me dejó boquiabierta en Ecuador: “No puedo evitar ser un ser humano y pensar que no habéis parado de darnos caña -dice sobre el programa- y que quizá os habéis equivocado en algunas cosas. Sería superbonito que alguna vez dijerais: «Hostia, pues incluso nosotros nos podemos equivocar». ¿Cuál es mi error? Sugerir eso”.

Su error, dice, no fue quejarse en directo de la dureza de la entrevista, ni apelar a la “compasión” de Gallego haciendo alusión a que le sorprendían ciertas preguntas porque “a ti te han echado de sitios por hacer preguntas que no querían que hicieras” (¿cuál es entonces la sorpresa de que con él también se comportara de igual forma?) sino sugerir que se estaba equivocando con las preguntas. Ése es el error que Iglesias cree a día de hoy haber cometido.

Lo cierto es que aquella fue una entrevista sin esas caricias en el lomo que tanto nos repugna a la izquierda (y al propio Iglesias) cuando se trata de El Mundo con Ciudadanos, por ejemplo, o del ABC con el PP. Pero Iglesias percibe hostilidad cuando él es el objetivo del periodismo que lleva un año reclamando.

Lo preocupante, quizás, es que esta actitud de Iglesias no es un caso aislado en el modus operandi de Podemos, ni es sólo un nuevo mal día de su candidato, porque ese mismo ataque pasivo-agresivo donde arremete contra el otro mientras se presenta como la víctima, ya lo hizo con el propio electorado en las últimas elecciones catalanas. Mientras reconocía cabizbajo que “el resultado ha sido altamente decepcionante”, y te hace pensar “'¡espera!, ¡parece que va a reconocer un fallo!”, cambia el registro y continúa la frase con un ataque donde descarga la responsabilidad en los votantes: “A lo mejor nuestro error ha sido hablar de los derechos sociales”, dijo, “pero si ha sido ese lo seguiremos cometiendo”. Da por hecho que sus votantes no están interesados en los derechos humanos (entre otras cosas), como único motivo para el descalabro electoral.

Y mientras, en el mundo real, ni confluencia ni ascenso en los sondeos ni perspectiva siquiera de ser tercera fuerza. Y la cúpula de Podemos sigue en una huida hacia adelante sin hacer autocrítica de ningún tipo en su descenso en la intención de voto. La responsabilidad parece recaer sobre los periodistas que hacen preguntas incómodas, sobre los que abandonamos otros barcos con la ilusión de una nueva oportunidad pero ahora les criticamos, sobre los que fuimos miembros activos en círculos pero nos hemos ido cayendo por el camino. Nadie en la cúpula de Podemos ha admitido ningún error de estrategia, de discurso, de actitud.

Pues, miren, señores, creo que “sería superbonito que alguna vez dijerais: «Hostia, pues incluso nosotros nos podemos equivocar»”.

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