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Taconeos para la tumba de un cobarde

Santiago Queipo de Llano en una imagen de archivo.

Montero Glez

No sé dónde dejó escrito Vázquez Montalbán que cobarde es quien se hace el fuerte frente al débil y -por contra- se debilita ante el fuerte. Si extendemos tal definición a nuestra guerra civil, es fácil señalar quiénes fueron los cobardes y quiénes los valientes desde el primer momento en que los militares se levantaron en armas contra el pueblo.

Uno de aquellos cobardes fue el llamado Virrey de Andalucía; palanganero del general Francisco Franco que se dedicó a festejar las masacres que él mismo dirigía con el gusto de la sangre en la boca. Hablamos de Gonzalo Queipo de Llano, cuyos restos reposan en la Basílica de La Macarena de Sevilla para mayor vergüenza del pueblo sevillano.

Hace unos días, un buen número de mujeres vestidas de negro se acercaron hasta el citado templo bajo la consigna “Las mujeres no olvidamos: 1936-2013”. Su plan era el de homenajear a tantas otras que sufrieron los abusos y la violencia a manos de las tropas legionarias y de las llamadas Fuerzas Regulares durante la contienda. La acción había arrancado en la misma Plaza del Pumarejo, donde Isabel Atienza Lucio, de 72 años, fue torturada y asesinada. Su delito: ser madre del dirigente comunista Saturnino Barneto. Su cadáver permaneció desnudo varios días a la vista de todo el mundo. Para que sirviera de ejemplo. La guerra civil trajo escenas de una crudeza similar por allí por donde pasaron las tropas de Franco.

Las nietas de aquellas mujeres no olvidan y por ello sacaron su denuncia a las calles más castigadas de Sevilla. La acción acabaría en la citada basílica sevillana donde, en memoria de las mujeres represaliadas por el fascismo, se iba a depositar una corona de flores sobre la tumba de Queipo de Llano. Pero no las dejaron. La Santa Madre Iglesia, que bendijo la Cruzada contra el ateísmo republicano, no lo consintió. Por ello, las mujeres siguieron su homenaje al sol.

En el exterior, colocaron una réplica de madera de la tumba original y mientras un altavoz emitía la voz tabernaria de Queipo de Llano propagando el terror en uno de sus discursos radiofónicos, las mujeres de negro arrancaron a taconear con la rabia metida a compás. Porque cuando se llega a tal colmo de sangre y de humillación, la memoria nunca olvida que hubo un día republicano en el que se decretó que la plenitud de derechos de la mujer fuese igual a la de los hombres. Un viejo sueño que la dictadura de unos cobardes vino a romper.

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